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martes, 28 de febrero de 2017

Espalda con espalda con locución de Mari Paz Gómez

La verdad, no sé si aún llovía, pero igual hubiera podido estar lloviendo. Era julio y la tarde seguía pasando cuan larga era. Mi hermana y yo no podíamos estar mejor vestidas para un retrato que se quería irrevocable.

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No recuerdo la exacta mirada de nuestra madre, cuya urgencia de perfección nunca parecía del todo conforme con sus obras, pero creo que aquella vez la fascinamos, porque aún tiene en su estancia la foto que nos tomaron entonces, recargadas una en la otra, espalda con espalda, cada quien con una canasta entre las manos. Aún estamos ahí, viendo hacia la luz del fotógrafo que nos llamaba a sonreír sin que le diéramos a cambio más que una mirada digna de la posteridad.

Incluso a los desconocidos les encanta ese cuadro. No lo saben quienes lo ven y sonríen encantados con las dos niñas que vistió mi madre como a dos muñecas, pero ella y nosotros llegamos hasta ahí tras una epopeya doméstica que no puedo ni quiero olvidar.

A punto de salir rumbo al estudio fotográfico del señor Oklay, hombre rubio, silencioso y pálido que por el solo hecho de serlo parecía enigmático, un accidente puso fin a la ceremonia con que nos habían ataviado. Escribo ceremonia y el recuerdo me asegura que así debe llamarse a la sucesión de movimientos que nos rodearon por un rato.

Nuestra madre y la nana que la ayudaba en el difícil arte de disfrazar a sus dos hijas, empezaron por ponernos unos fondos de algodón con tira bordada en las orillas. Eran preciosos ya, podrían haber bastado para dejarnos elegantes, pero fueron sólo el principio sobre el que cayeron dos vestidos de una gasa tan etérea y tenue como debería ser el mundo. Tenían esas mangas cortas y plisadas que las modistas llaman de globo, tenían unos cuellos redondos y unas pecheras con alforzas. Todo lo ribeteaban los encajes traídos desde Brujas hasta Puebla, en un viaje que imaginábamos eterno. En la cintura nos ataron unas bandas de seda color de rosa que se anudaban en un lazo perfecto.

Mi madre nos había peinado las ondas con goma de tragacanto y sobre la mesa había dejado unos sombreros de paja clara que aún siguen provocando el deseo de volver a mirar la perfección con que estaba tramada su infinita cursilería.

Pero antes de llegar al clímax que sugerían esos sombreros, faltaba ponernos los calcetines de hilaza tejidos por las monjas trinitarias y luego los zapatos como joyas de charol con las puntas redondas y unas trabas alrededor de los tobillos. Nosotros no sabíamos cómo hacerlo bien y ese día no se trataba de aprender. Para seguir el ritual nos sentaron sobre una mesa que, por no sé qué urgencia de cuidados, tenía un vidrio sobre la cubierta de madera. Un vidrio rectangular cuyos filos no eran un riesgo para nadie que no se acomodara cerca de ellos. A mi hermana Verónica le habían puesto un zapato en el pie derecho y la suave pero distraída nanita que le abrochaba las hebillas necesitó acercar hasta sus manos el pie izquierdo, así que jaló la pierna de Verónica y la dejó pasar sobre el filo del cristal que, en un segundo, le abrió una herida de lado a lado entre las venas que corren tras la rodilla. Oí un grito intenso, pero corto y ésa debe ser la única vez en mi vida que he visto a mi hermana llorar así. Su pierna estaba tan llena de sangre que ni siquiera podía saberse de dónde brotaba. Cierro los ojos y veo, todavía, la herida sin brocal como la vi entonces. Verónica lloraba y le ataron un trapo a la rodilla. Yo también lloraba. Dice ahora que, dado mi escándalo, al principio todo el mundo creyó que la pierna cortada era la mía. No la voy a contradecir, entre otras cosas porque las dos estamos convencidas de que ella siempre tiene la razón, pero yo la recuerdo, como nunca, llorando más lágrimas y más penas que las mías.

Para pronto, las mamás, como llamábamos a la dupla hecha por nuestra madre y su incandescente hermana Alicia, la tomaron en brazos y salieron rumbo al hospital. Yo, que a todas luces salía sobrando porque mi engalanada presencia no era de ninguna utilidad, fui con ellas. Recuerdo la puerta azul del coche y recuerdo ir junto a mi hermana mirándola como a una heroína. Yo tenía cuatro años y ella tres.

Entramos al hospital Guadalupe en busca de un doctor. Acostaron a Verónica sobre una cama angosta y alta. Seguramente le pusieron anestesia, pero de eso y de cómo fue, ni ella, ni yo, ni mi madre nos acordamos bien. En cambio, yo recuerdo con precisión científica la aguja redonda que fue entrando y saliendo por la piel hasta zurcir por completo la cortada. Ya nadie lloraba. Ella menos que nadie. Tenía los ojos inmensos, redondos y oscuros como aún los tiene. Sonrió.

Al salir de ahí fuimos a comprarle un premio a su valor. La tienda era pequeña y tenía una sola vidriera. Debió desaparecer muy poco tiempo después, porque nunca volvimos a visitarla. Vendían ahí las últimas muñecas de pasta y porcelana que nos tocó ver. Había una preciosa con la cara redonda y las mejillas muy rojas. Ésa quiso Verónica. Se la dieron como un trofeo. Cachetona le puso de nombre.

No lo creen mis hijos, pero entonces las fotos de ocasión se hacían como ahora se hacen las de la publicidad más cara: en un estudio especial, iluminado para el caso, contra un fondo de paredes oscuras y bajo un inmóvil silencio de capilla. No era cosa de pasar por ahí como llevado por la casualidad, se hacía una cita y la familia completa cumplía con el ritual de retratarse en el orden debido. Mis otras primas habían llegado a tiempo. A mi madre la sorprende haber llegado alguna vez. Todavía se pregunta si fue posible que la misma tarde del accidente hubiéramos ido a dar con el fotógrafo, pero nosotras estamos seguras de que así fue. Dos testimonios menores contra el suyo han dado una suma a nuestro favor: el retrato nos lo tomaron entonces. Bajo el fondo de encajes mi hermana tenía una pierna vendada y bajo las alforzas del vestido yo le tenía una admiración que aún perdura. Se ha cortado otras veces, la nana distraída que puede ser el destino ha pasado otras veces su vida sobre un vidrio. No la he visto llorar. He visto cómo sabe coserse las heridas y como se divierte y sonríe cuando todo termina y la vida le toma un retrato a su existencia. Doy fe de que aún mira como entonces, de que es valiente y terca desde entonces. Doy fe de que aún necesito recargarme en su espalda para mirar al mundo que nos mira.

La verdad, no sé si aún llovía, pero igual hubiera podido estar lloviendo.

Ángeles Mastreta



"Espalda con espalda" escrito por Ángeles Mastreta incluido en "La emoción de las cosas", editado por Seix Barral en el año 2013, con la locución de Mari Paz Gómez, mezclada con música basada en : Gymnopédie No.1, 2 y 3, de Erik Satie.


martes, 14 de febrero de 2017

Yo dos y tú uno con locución de Raquel López Navarro, Ramón Andrés Jiménez Jodar, Cati Parra Arcas y Miguel Ángel Hernández García

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Antonio Rodríguez Almodóvar

Novelista, poeta, autor dramático y guionista de televisión, dedicado al público infantil y juvenil con más de cincuenta libros, entre los que destacan sus conocidos Cuentos de la Media Lunita y Cuentos a la luz de la lumbre. Galardonado con numerosos premios y reconocimientos entre los que se encuentra, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2005 y eI Premio Washington Irving en 2011.


"Yo dos y tú uno", cuento recogido por Antonio Rodríguez Almodóvar en "Cuentos al amor de la lumbre"con locución de Raquel López Navarro, Ramón Andrés Jiménez Jodar, Cati Parra Arcas y Miguel Ángel Hernández García, y música basada en "Iberia" de Albeniz

LEE EL CUENTO

          YO DOS Y TÚ UNO
            Dramatización de un cuento popular andaluz

              PERSONAJES
MARIDO
MUJER
SACRISTÁN
VECINOS
VECINAS

(Interior de una casa de aldea, muy pobre. Una mesa, sillas y, en un rincón, un viejo camastro.)
(En escena, Marido y Mujer, discutiendo.)

MUJER: Tú eres mi marido y yo tu mujer. No es justo que tú cenes siempre dos huevos y yo uno solo. ¡Pero esto se acabó! ¡Te aseguro que se acabó!

MARIDO: Mujer, ¿qué quieres decir?

MUJER: ¡Que estoy harta de hacer la tonta! Llevamos veinte años cenando yo un  huevo y tú dos, ¿verdad?

MARIDO: Eso es.

MUJER: Bueno, pues ahora, durante otros veinte años, si Dios nos da vida, cambiaremos las tornas: yo cenaré dos huevos y tú uno nada más.

MARIDO: ¡Pero eso no puede ser! Me moriría de hambre.

MUJER: ¿Y yo? ¿Me he muerto de hambre yo? Pues tú tampoco te morirás, pierde  cuidado.

MARIDO: Sí; me moriré.

MUJER: Haremos otra cosa: desde hoy nos turnaremos: un día me tocarán a mí dos y otro día te tocarán a ti. ¿Conforme?

MARIDO: No.

MUJER: Pero ¿y por qué?

MARIDO: Porque me conozco y sé que no podré resistir.

MUJER: ¿Sabes lo que eres tú? Un egoísta.

MARIDO: ¿Y sabes lo que quieres tú? Quedarte viuda.

MUJER: No podrás morirte por eso.

MARIDO: Sí que me moriré.

MUJER: Pues es igual: si te mueres, te entierran. No me dejaré ablandar.

MARIDO: ¿No? En ese caso ya puedes comprarte el luto, porque ahora mismo me      muero. (Se echa sobre el camastro y se queda rígido, panza arriba.)

MUJER: Déjate de tonterías y levántate de ahí.

MARIDO: No puedo, estoy muerto.

MUJER: ¡He dicho que te levantes!

MARIDO: ¿Y me darás de cenar dos huevos?

MUJER: ¡Uno!

MARIDO: ¡Dos!

MUJER: ¡Uno!

MARIDO: ¡Dos!

MUJER: ¡Uno!

MARIDO: Está bien. Vete de aquí y déjame descansar en paz. Respeta a los      difuntos.

MUJER: ¡Mira que llamo a los vecinos!

MARIDO: Pues llámalos.

MUJER: ¡Mira que te van a enterrar!

MARIDO: ¡Pues que me entierren!

MUJER. ¿Con que esas tenemos? ¡Ahora verás! (Asomándose a una puerta que    habrá en el foro.) ¡Acudid, vecinos! ¡Vecinos, acudid, que mi marido se ha       muerto!

(Entran vecinos y vecinas, entre ellos el sacristán, que es cojo.)

TODOS: ¿Qué pasa? ¿Qué sucede?

MUJER: (Haciendo que llora.) ¿Qué pasa? ¿Pues no lo veis? ¡Que mi marido se ha muerto!

TODOS: ¡Qué horror!

VECINA 1ª: ¡Quién lo iba a decir! ¡Ayer tan sano y tan bueno!

VECINA 2ª: No somos nada.

SACRISTÁN: ¡Polvo eres y en polvo “reverteres”! ¿Y cómo ha sido el óbito?

MUJER: No hubo óbito ni nada. De repente le dio un patatús, estiró la pata y se       quedó tieso como un poste.

SACRISTÁN: Habrá que avisar al cura.

MUJER: Ya le he mandado aviso.

SACRISTÁN: Y al médico.

VECINO: No veo qué va a hacer el médico aquí. A las leguas se ve que el difunto está completamente muerto.

SACRISTÁN: No seas ignorante, Robustiano. El médico tiene que certificar la defunción. Sin ese requesito no podrá ser inhumado.

VECINO: (Con la mano en la oreja.) ¿Qué ha dicho usted? ¿Qué no podrá ser ahumado?

SACRISTÁN: Inhumado. He dicho in-hu-ma-do.

VECINO: ¡Ah, ya! Oiga, ¿y eso qué es?

SACRISTÁN: Enterrado. ¿Comprende ahora? Enterrado. (Aparte.) ¡Qué alfabetismo hay en este pueblo!

VECINA 1ª: (Admirada.) ¡Hay que ver! ¡Cuánto sabe este hombre!

VECINA 2ª: Es un portento. A los veinte años, era capaz de leer casi de corrido. ¡Lástima que tire de una pierna!

MUJER: ¡Ay, pobre marido mío! (Se arrodilla ante él, y haciendo como que llora, le habla en voz baja.) ¡Mira que la cosa va de verás!

MARIDO: Pues que vaya.

MUJER: ¡Mira, marido, que esto ya dura demasiado! Es una broma pesada.

MARIDO: Si a estar muerto le llamas broma…

MUJER: Está bien, tú has ganado: cenarás dos huevos.

MARIDO: (Poniéndose en pie de un salto.) ¡Viva! ¡Me cenaré dos! ¡Me cenaré dos!

(Todos escapan espantados, gritando y atropellándose al salir por la puerta. El Sacristán, que como es cojo no puede correr y se habrá quedado el último, se pone a dar vueltas por la habitación, exclamando:)

SACRISTÁN: ¡Dice que se cenará dos! ¡Pobre de mí! ¿Quién será el otro? ¡Porque  uno soy yo, no cabe duda! ¡Ay! ¡Ay!


Romeo, mi caballo con locución de Inma Guillén

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El grupo de narración oral Albo nos atrae con 19 cuentos ilustrados dirigidos a jóvenes y adultos, y nos orienta como contarlos. El libro vienen acompañado de la grabación del CD de una contada en directo. El objetivo es apreciar la diferencia que existe entre leer y contar un cuento.


"Romeo, mi caballo" 
de Felix Calatayud
[extracto del cuento]

Mi mayor ilusión desde antes de la guerra era tener un caballo, un caballo de cartón. Un caballo con el que trotar y saltar. Un caballo para volar por la sierra, por el prado. Mi caballo. Se lo pedí a los Reyes reiteradamente desde el mes de septiembre.. Mi padre, silencioso, me sentenciaba con su mirada. A mí y a mi caballo

"Romeo, mi caballo" escrito por Felix Calatayud, del grupo Albo, incluido en el libro "cuentos contados", editado por Ñaque, en Ciudad Real, en el año 2000, con la locución de Inma Guillén, músic a basada en "las cuerdas del alma", de Podington Bear. "Romeo mi caballo"

El loro pelado con locución de Juan Francisco Ros

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Léelo a la vez que lo escuchas...

EL LORO PELADO

Había una vez una banda de loros que vivía en el monte.
De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tardecomían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempreun loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien.

Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclospara picotearlos, los cuales, después, se pudren con la lluvia. Y comoal mismo tiempo los loros son ricos para comer guisados, los peoneslos cazaban a tiros.

Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó heridoy peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo llevó a lacasa, para los hijos del patrón, los chicos lo curaron porque no teníamás que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansócompletamente. Se llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustabaestar en el hombro de las personas y con el pico les hacía cosquillas enla oreja.

Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía con el pico y las patas por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.

Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: "¡Buen día. lorito!..." "¡Rica la papa!..." "¡Papa para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.

Cuando llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco.

Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o'clock tea.

Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando:

-"¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica papa!... ¡La pata, Pedrito!..."-y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar.

Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.

-¿Qué será?-se dijo el loro-. "¡Rica, papa!..." ¿Qué será eso?... "¡Buen.día, Pedrito!..." El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba enterderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente.

Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo.
-¡Buen día, tigre!-le dijo-. "¡La pata, Pedrito!..." Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene le respondió:
-¡Bu-en-día!
-¡Buen día, tigre! -repitió el loro-. "¡Rica papa!... ¡rica papa!... ¡rica papa!..."
Y decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre.
-¡Rico té con leche!- le dijo-. "¡Buen día, Pedrito!..." ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre? Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre se quiso comer al pájaro hablador. Así que le contestó:

-¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sordo!
El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca del suelo.

-¡Rica papa, en casa! -repitió, gritando cuanto podía.
-¡Más cer-ca! ¡No oi-go!-respondió el tigre con su voz ronca.
El loro se acercó un poco más y dijo:
-¡Rico té con leche!
-¡Más cer-ca toda-vía!- repitió el tigre.
El pobre loro se acercó aun más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola.

-¡Tomá! - Rugió el tigre-. Andá a tomar té con leche...
El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro.

Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo.que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor; con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza.

Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia:
-¿Dónde estará Pedrito?- decían. Y llamaban ¡Pedrito! ¡Rica papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!
Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a llorar.

Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre Pedrito! Nunca más lo verían porque había muerto.

Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, e iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer.

Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas.

-¡Pedrito, lorito!- le decían-. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumasCuentos de la selva Horacio Quiroga
Página 9 de 19 brillantes que tiene el lorito!
Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacía sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra.

Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que había pasado: Un paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento cantando:
-¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma! Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos.

El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay.

Convinieron en que cuando Pedrito viera al Tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta.

Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba,.mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre.
Entonces el loro se puso a gritar:

-¡Lindo día!... ¡Rica papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Querés té con leche?. ..
El tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esa vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca:

-¡Acer-ca-te más! ¡Soy sor-do!
El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando:
-¡Rico, pan con leche! ... ¡ESTA AL PIE DE ESTE ARBOL ! ... Al oír estas últimas palabras, el tigre,lanzó un rugido y se levantó de un salto.
-¿Con quién estás hablando?- bramó-. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol?
-¡A nadie, a nadie!- gritó el loro-. "¡Buen día, Pedrito! ... ¡La pata, lorito!
... "
Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con la escopeta al hombro.
Y llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en la boca del tigre, y entonces gritó:
-"¡Rica papa! ... " ¡ATENCION!
-¡Más cer-ca aun!- rugió el tigre, agachándose para saltar.
-¡Rico, té con leche!... ¡CUIDADO VA A SALTAR!
Y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenía el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un bramido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.

Pero el loro, ¡qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había vengado- ¡y bien vengado!- del feísimo animal que leCuentos de la selva Horacio Quiroga Página 10 de 19 había sacado las plumas!

El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además, tenía la piel para la estufa del comedor.

Cuando llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho.

Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo.que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche. -¡Rica papa!... -le decía-. ¿Querés té con leche?. ¡La papa para el tigre!...


Y todos se morían de risa. Y Pedrito también




"El loro pelado", de Horacio Quiroga, incluido en su libro "cuentos de la selva", publicado por Seix Barral, en Barcelona, el año 1984, con locución de Juan Francisco Ros, con música basada en "Pedro y el lobo", de Prokofiev.

Nené traviesa con locución de Mari Paz Gómez

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¡Quién sabe si hay una niña que se parezca a Nené! Un viejito que sabe mucho dice que todas las niñas son como Nené. A Nené le gusta más jugar a "mamá", o "a tiendas", o "a hacer dulces" con sus muñecas, que dar una lección de "treses y de cuatros" con la maestra que le viene a enseñar. Porque Nené no tiene mamá: su mamá se ha muerto: y por eso tiene Nené maestra. A hacer dulces es a lo que le gusta más a Nené jugar: ¿y por qué será?: ¡Quién sabe! Será porque para jugar dulces le dan azúcar de veras: por cierto que los dulces nunca le salen bien de la primera vez: ¡son unos dulces más difíciles!: siempre tiene que pedir azúcar dos veces. Y se conoce que Nené no quiere dar trabajo a sus amigas; porque cuando juega a paseo, o a comprar, o a visitar, siempre llama a sus amiguitas; pero cuando va a hacer dulces, nunca. Y una vez le sucedió a Nené una cosa muy rara: le pidió a su papá dos centavos para comprar un lápiz nuevo, y se le olvidó en el camino, se le olvidó como si no hubiera pensado nunca en comprar el lápiz: lo que compró fue un merengue de fresa. Eso se supo, por supuesto; y desde entonces sus amiguitas no le dicen Nené, sino "Merengue de Fresa".

El padre de Nené la quería mucho. Dicen que no trabajaba bien cuando no había visto por la mañana a "la hijita". Él no le decía "Nené", sino "la hijita". Cuando su papá venía del trabajo, siempre salía ella a recibirlo con los brazos abiertos, como un pajarito que abre las alas para volar; y su papá la alzaba del suelo, como quien coge de un rosal una rosa. Ella lo miraba con mucho cariño, como si le preguntase cosas: y él la miraba con los ojos tristes, como si quisiese echarse a llorar. Pero en seguida se ponía contento, se montaba a Nené en el hombro, y entraban juntoa en la casa, cantando el himno nacional. Siempre traía el papá de Nené algún libro nuevo, y se lo dejaba ver cuando tenía figuras; y a ella le gustaban mucho unos libros que él traía, donde estaban pintadas las estrellas, que tiene cada una su nombre y su color: y allí decía el nombre de la estrella colorada, y el de la amarilla, y el de la azul, y que la luz tiene siete colores, y que las estrellas pasean por el cielo, lo mismo que las niñas por un jardín. Pero no: lo mismo no: porque las niñas andan en los jardines de aquí para allá, como una hoja de flor que va empujando el viento, mientras que las estrellas van siempre en el cielo por un mismo camino, y no por donde quieren: ¿quién sabe?: puede ser que haya por allá arriba quien cuide a las estrellas, como los papás cuidan acá en la tierra a las niñas. Sólo que las estrellas no son niñas, por supuesto, ni flores de luz, como parece de aquí abajo, sino grandes como este mundo: y dicen que en las estrellas hay árboles, y agua, y gente como acá: y su papá dice que en un libro hablan de que uno se va a vivir a una estrella cuando se muere. "Y dime, papá", le preguntó Nené: "¿por qué ponen las casas de los muertos tan tristes? Si yo me muero, yo no quiero ver a nadie llorar, sino que me toquen la música, porque me voy a ir a vivir en la estrella azul". "¿Pero, sola, tú sola, sin tu pobre papá?" Y Nené le dijo a su papá: –"¡Malo, que crees eso!" Esa noche no se quiso ir a dormir temprano, sino que se durmió en los brazos de su papá. ¡Los papás se quedan muy tristes, cuando se muere en la casa la madre! ¡Las niñitas deben querer mucho, mucho a los papás cuando se les muere la madre!

Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el papá de Nené un libro muy grande: ¡oh, como pesaba el libro!: Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro. Su padre vino corriendo, y la sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené, que no tenía seis años todavía y quería cargar un libro de cien años. ¡Cien años tenía el libro, y no le habían salido barbas!: Nené había visto un viejito de cien años, pero el viejito tenía una barba muy larga, que le daba por la cintura. Y lo que dice la muestra de escribir, que los libros buenos son como los viejos: "Un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo": eso dice la muestra de escribir. Nené se acostó muy callada, pensando en el libro. ¿Qué libro era aquel, que su papá no quiso que ella lo tocase? Cuando se despertó, en eso no más pensaba Nené. Ella quiere saber qué libro es aquel. Ella quiere saber cómo está hecho por dentro un libro de cien años que no tiene barbas.

Su papá está lejos, lejos de la casa, trabajando para ella, para que la niña tenga casa linda y coma dulces finos los domingos, para comprarle a la niña vestiditos blancos y cintas azules, para guardar un poco de dinero, no vaya a ser que se muera el papá, y se quede sin nada en el mundo "la hijita". Lejos de la casa está el pobre papá, trabajando para "la hijita". La criada está allá adentro, preparando el baño. Nadie oye a Nené: no la está viendo nadie. Su papá deja siempre abierto el cuarto de los libros. Allí está la sillita de Nené, que se sienta de noche en la mesa de escribir, a ver trabajar a su papá. Cinco pasitos, seis, siete... ya está Nené en la puerta: ya la empujó; ya entró. ¡Las cosas que suceden! Como si la estuviera esperando estaba abierto en su silla el libro viejo, abierto de medio a medio. Pasito a pasito se le acercó Nené, muy seria, y como cuando uno piensa mucho, que camina con las manos a la espalda. Por nada en el mundo hubiera tocado Nené el libro: verlo no más, no más que verlo. Su papá le dijo que no lo tocase.

El libro no tiene barbas: le salen muchas cintas y marcas por entre las hojas, pero esas no son barbas: ¡el que sí es barbudo es el gigante que está pintado en el libro!: y es de colores la pintura, unos colores de esmalte que lucen, como el brazalete que le regaló su papá. ¡Ahora no pintan los libros así! El gigante está sentado en el pico de un monte, con una cosa revuelta, como las nubes del cielo, encima de la cabeza: no tiene más que un ojo, encima de la nariz: está vestido con un blusón, como los pastores, un blusón verde, lo mismo que el campo, con estrellas pintadas, de plata y de oro: y la barba es muy larga, muy larga, que llega al pie del monte: y por cada mechón de la barba va subiendo un hombre, como sube la cuerda para ir al trapecio el hombre del circo. ¡Oh, eso no se puede ver de lejos! Nené tiene que bajar el libro de la silla. ¡Cómo pesa este pícaro libro! Ahora sí que se puede ver bien todo. Ya está el libro en el suelo.

Son cinco los hombres que suben: uno es un blanco, con casaca y con botas, y de barba también: ¡le gustan mucho a este pintor las barbas!: otro es como indio, sí, como indio, con una corona de plumas, y la flecha a la espalda: el otro es chino, lo mismo que el cocinero, pero va con un traje como de señora, todo lleno de flores: el otro se parece al chino, y lleva un sombrero de pico, así como una pera: el otro es negro, un negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir! ¡por eso no quería su papá que ella tocase el libro! No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá. ¡Muy bonito que es este libro viejo! Y Nené está ya casi acostada sobre el libro, y como si quisiera hablarle con los ojos.

¡Por poco se rompe la hoja! Pero no, no se rompió. Hasta la mitad no más se rompió. El papá de Nené no ve bien. Eso no lo va a ver nadie. ¡Ahora sí que está bueno el libro este! Es mejor, mucho mejor que el arca de Noé. Aquí están pintados todos los animales del mundo. ¡Y con colores, como el gigante! Sí, ésta es, esta es la jirafa, comiéndose la luna: este es el elefante, el elefante, con ese sillón lleno de niñitos. ¡Oh, los perros, cómo corre, cómo corre este perro! ¡ven acá, perro! ¡te voy a pegar, perro, porque no quieres venir! Y Nené, por supuesto, arranca la hoja. ¿Y qué ve mi señora Nené? Un mundo de monos es la otra pintura. Las dos hojas del libro están llenas de monos: un mono colorado juega con un monito verde: un monazo de barba le muerde la cola a un mono tremendo, que anda como un hombre, con un palo en la mano: un mono negro está jugando en la yerba con otro amarillo: ¡aquellos, aquellos de los árboles son los monos niños! ¡qué graciosos! ¡cómo juegan! ¡se mecen por la cola, como el columpio! ¡qué bien, qué bien saltan! ¡uno, dos, tres, cinco, ocho, dieciseis, cuarenta y nueve monos agarrados por la cola! ¡se van a tirar al río! ¡se van a tirar al río! ¡visst! ¡allá van todos! Y Nené, entusiasmada, arranca al libro las dos hojas. ¿Quién llama a Nené, quién la llama? Su papá, su papá, que está mirándola desde la puerta.

Nené no ve. Nené no oye. Le parece que su papá crece, que crece mucho, que llega hasta el techo, que es más grande que el gigante del monte, que su papá es un monte que se le viene encima. Está callada, callada, con la cabeza baja, con los ojos cerrados, con las hojas rotas en las manos caídas. Y su papá le está hablando: –"¿Nené, no te dije que no tocaras ese libro? ¿Nené, tú no sabes que ese libro no es mío, y que vale mucho dinero, mucho? ¿Nené, tú no sabes que para pagar ese libro voy a tener que trabajar un año?" Nené, blanca como el papel, se alzó del suelo, con la cabecita caída, y se abrazó a las rodillas de su papá: –"¡Mi papá", dijo Nené, "mi papá de mi corazón! ¡Enojé a mi papá bueno! ¡Soy mala niña! ¡Ya no voy a poder ir cuando me muera a la estrella azul!"
Nené traviesa


"Nené traviesa" escrito por José Martí, incluido en "cuentos modernistas", editado por Castalia en el año 2004, con la locución de Mari Paz Gómez, mezclada con música basada en: "Kataribe", de Saregama descargada de la página web de Jamendo

Descripción de informe de balística, ne bis in idem y antimateria de Inmaculada Pelegrín


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Inma Pelegrín nació en Lorca en 1969. Es licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación. Forma parte de la asociación poética Espartaria y, con ellos, ha participado en las antologías Diez de diez (poesía) y La ciudad de los escudos (narrativa).


Recibió el Premio Internacional de Poesía Gerardo Diego en 2007. Ha publicado Óxido (ed. Pretextos 2008) y "Trapos sucios" (Tres Fronteras 2008). Colabora con el portal educativo y de divulgación artística en Internet Contraclave.

"informe de balística", "ne bis in idem" y "antimateria" de Inmaculada Pelegrín, contenidos en su libro "Óxido", publicado en el año 2008 por Editorial Pre-textos", con locución de la autora y música basada en "Mort d'una rosa" de Roger Subirana Mata, "Trick or Treat" de Matti Paalanen y "Notte di Mezza" de Thorvald Odin (de Jazz Friends), descargada de Jamendo.

lunes, 13 de febrero de 2017

'Una ilusión rojiza' con locución de Georgina Rios Florean


Una ilusión rojiza
Escrito por: Ángeles Mastretta 


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Recuerdo la luz rojiza yendo y viniendo en la breve oscuridad de la madrugada. El árbol de entonces tenía unas luces como velas que al calentarse hacían burbujas. No sé si fue mi hermana quien gritó el “¡ya llegaron!”. Es probable, porque ella siempre ha sido acertada. Entonces se dormía de golpe al principio mientras yo despertaba varias veces al empezar la noche y luego me quedaba, por fin, exhausta. Había un placer grande en hacerse del privilegio de llamar a los demás, de ser quien descubría los zapatos en la punta de los regalos y un silencio iluminado sobre ellos y el mundo expectante. Ahora imagino que todo parecía saber que en ese silencio había un mundo de emociones en vilo. Tras el llamado, los demás hermanos bajábamos corriendo y una sensación de plenitud lo envolvía todo. Así lo recuerdo. Hay, entre las seis noches que habrá de memoria en torno a esos días, porque a los cuatro empieza a tejerse la memoria y a los diez se acabó la fe en el milagro, una que recuerdo mejor. Fue la noche de las muñecas con trenzas y el tren el eléctrico. ¿Habrán sido la misma vez? Dos muñecas. Una de pelo negro y otra de pelo rubio. Una de Verónica y otra mía. ¿Cuántos años tendríamos? ¿Ocho? ¿Siete? Estoy viendo a Verónica con los labios apretados jaloneando la caja para sacar a la morena.

Cuando trajeron el tren eléctrico el más entusiasmado era mi papá. No puedo pensar en ese tren sin pensarlo. Así como no puedo pensar en el día de Reyes sin pensar en mi mamá. Sé que el esfuerzo de buscar los juguetes, cargarlos, encontrar el mejor precio, fue siempre de ella. Imagino que mi papá la ayudaba a colocar lo que iba junto a cada zapato, los invoco a los dos poniendo los juguetes, mirando cómo les había quedado toda la escenografía que encontraríamos sus hijos al día siguiente. Y los bendigo.

Unas cosas se nos quedan en la memoria como fotos, otras como videos, otras como párrafos de un libro, cómo poemas, como cuentos. Casi ningún recuerdo es del tamaño de una novela. Como no sean un recuerdo de Proust, los recuerdos duran segundos o minutos, a veces son una obsesión de horas, pero siempre son a saltos. Ponerlos cerca y tejer un libro es un reto que pocas veces resulta un prodigio. Creo, a propósito de la reciente pasión de MCJ, que Canetti lo consigue de maravilla.

“Los Santos Reyes son los papás”, dijo alguien o dijeron uno tras otros varios de los niños entre los que crecí. Ya no era muy chica. Tenía diez años. Edad en la que ahora es imposible seguir creyendo que del cielo bajan unos reyes con regalos. ¿Hasta qué edad creerán ahora los niños en los Reyes Magos? Mis hijos llegaron como hasta los ocho y siete. En parte fue mi culpa porque ellos se adelantaron a Puebla con uno de mis hermanos y yo los alcancé con los juguetes en la cajuela de mi coche. Mateo y Arturo, que tenían eso, como nueve años, hurgaron por ahí y al encontrar las bicis le fueron a contar a Catalina que ahí estaba la prueba de que yo era los Santos Reyes y la afligieron muchísimo. “¿Cómo no me lo dijiste?”, le pregunté hace poco. “Yo te hubiera inventado que las bicis las traía yo, pero que ellos traerían algo más”. “No te lo dije porque Mateo me pidió que no te quitara la ilusión”.



"Una ilusión rojiza" escrito por Ángeles Mastretta, incluido en el libro "la emoción de las cosas", editado por Seix Barral en el año 2013, con la locución de Georgina Rios Florean, música basada en "enchanted journey" de Kevin Macleod. "Una ilusión rojiza"

'Cine' con locución de Miguel Ángel Hernández García

Sobre el autor

Soy Carlos del Amor, tengo 36 años...Quiere decir esto, que si tenemos en cuenta la esperanza de vida en España, todavía me queda pero cabalgo hacia el ecuador de mi existencia.
Fotografía de la editorial Espasa
Llevo en TVE gran parte de mi existencia pasada. Empecé haciendo de todo, estuve en el Centro Territorial de Murcia unos cuantos años, luego llegué a Madrid con la maleta cargada de entusiasmo y de ganas de contar cosas. Desde que llegué, estoy vinculado de una manera u otra al área de cultura de los servicios informativos de TVE. Desde la cultura se puede explicar prácticamente cualquier cosa porque la suma de una foto, un libro, un cuadro y una canción es la vida…
Resumiendo, que en aquella maleta que traje sigue quedando mucha ilusión, porque este trabajo es ante todo apasionante. Y eso quiero compartir contigo, un poquito de pasión. Te invito a pensar, a reflexionar, a discutir, a susurrar, …Pasa sin llamar, siempre habrá una luz encendida…

Relatos anteriores en
Nosotros te leemos

RELATO 'CINE' DEL LIBRO 'LA VIDA A VECES' POR CARLOS DEL AMOR Y LOCUCIÓN DE MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ GARCÍA


Carlos del Amor que ha publicado "La vida a veces", un volumen que reúne 25 cuentos, todos ellos basados en hechos reales, en los que el autor parte de una anécdota, de un hecho, para abrir el campo a través de la ficción y contar una historia que hable de la soledad, lo inesperado, la muerte de la persona amada, el cine, la fotografía o todo lo que esconde cualquier pequeña 





CINE con la locución de Miguel Ángel Hernández García mezclada con la música "fantasía" de Maya Filipic, de su disco "between two worlds", y "the age of innocence" de Van Syla, de su disco "the age of innocence" de scargadas de Jamendo.