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miércoles, 31 de mayo de 2023

La huida de Virginia con locución de Julián Ramón Morales Pintado

 




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“La huida de Virginia” de Pilar Adón forma parte del libro El mes más cruel”, editado por Impedimenta, 2010, con locución de Julián Ramón Morales Pintado y música de Smetana; Vltava. Moldau.



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LA HUIDA DE VIRGINIA


No tardarían mucho tiempo en averiguarlo.Al per­ cibir que una desusada impresión de apacigua­ miento y normalidad se había establecido entre ellos, comenzarían a echarla de menos. Como se echa en falta el runrún de una obsesión que, de repente, desapare­ ce. Se darían cuenta, quizá demasiado pronto, de que la anfitriona no regresaba al lugar central de la esplendo­ rosa fiesta, y comenzarían a decir su nombre con la voz cantarina que definía el estado de ánimo general, que, si bien no resultaba muy real, al menos sí era el que se suponía que todos debían desplegar a lo largo de aquel homenaje, aquella impecable fiesta de bienvenida.

-Te están esperando. Me han preguntado por ti va­ rias veces.

Se darían cuenta y comenzarían a tomar posiciones.

Avanzarían hacia los lugares más privados de la casa sin dejar de murmurar el nombre de la propietaria, que había decidido comportarse como no debía ahora que, por fin, Héctor había regresado. «Virginia . Virginia ...

¿Dónde te escondes?» Se acercarían, acechantes, has­ ta el borde de las camas para arrodillarse sin pudor y espiar su pequeña oscuridad de madriguera infantil. Más tarde, una vez hallada, se encargarían de la eficaz reconstrucción del momento inmediatamente anterior a la decisión de huir, pero ahora resultaba esencial en­ contrar a la anfitriona díscola. Y para ello asomarían los ojos por la breve rendija de la puerta abierta del cuarto de baño con el afán de inspeccionar cada uno de los rincones en los que se hubiera podido sentar, levanta­ rían las sábanas blancas, abrirían los armarios y mete­ rían su nariz en el interior de cada una de las cajas de cartón llenas de recortes de periódicos.

-Espera un momento. Sólo un segundo. Sabes que puedo hacerlo y lo haré. Sólo necesito un pequeño ins­ tante.

Sonreirían como si aquella fiesta fuera el lugar más divertido del mundo. El lugar en el que se debía estar. Y buscarían con verdadero empeño, deseando encon­ trarla, porque aquello, descubrir a Virginia, significaría abrir inmensamente los ojos y acercarse a ella con toda la compasión de la que es capaz un ser humano común, con los braws extendidos y los labios preparados para un generoso beso que se antepondría a cualquier pala­ bra, abrazar largamente e incluso acunar. «¿Estás bien, cielo? ¿Te ha vuelto a suceder? ¿Otra vez?»

-¿Me quedo contigo? ¿Quieres que me siente aquí hasta que se te pase?


Buscarían. Pero esta vez no iban a salirse con la suya.

Porque Héctor había regresado a su casa y si alguien sabía dónde se escondía Virginia, esa persona era él.

-¿No te importa?

Héctor negó con la cabeza y se sentó en una de las dos sillas que rodeaban el escritorio de Virginia, cerca de la ventana grande que daba al jardín.

-Si me importara no te lo habría propuesto .

Pronto serían las diez y media de la noche, y ninguno de ellos había tomado nada sólido desde el inicio de la fiesta. La comida seguía esperando en la cocina, y allí continuaría hasta que Virginia decidiera bajar.

-No sé si me vas a creer, pero te aseguro que esto no me pasa con mucha frecuencia últimamente. Desde que tú te fuiste, creo recordar que sólo han sido tres veces. Déjame pensar ... Sí.Tres veces. Creo.

-No te preocupes. No tienes que darme ninguna explicación. Si quieres hacer algo, lo haces. Y si no quie­res, no lo haces.

Era tan excepcional, Héctor. Con su teoría de que si se quiere hacer algo, si de verdad hay algo que merece la pena y que realmente se desea hacer, no hay que pararse a pensar. Simplemente hay que hacerlo. Sin reparar en nada más, sin hacer caso a los mosquitos ni a los pensa­mientos cruzados acerca de un día de sol o de una ma­ravillosa conversación a la sombra de un árbol frondoso ocupado el espacio por el olor de las higueras. Héctor decía que no hay que escuchar los sonidos circundantes ni el latido sobrio del corazón ni las expectativas de una casa más grande ni el canto lejano de una risa querida como a nada se ha querido antes. Si se desea hacer algo, hay que empezar a hacerlo y no pensar más. Porque el pensamiento sólo dilata el no hacer nada y deja pasar las horas en una estéril sucesión de instantes pensados que no significan gran cosa. Sólo conside.raciones o re­ cuerdos que la mayoría de las veces son torturas y ade­ más torturas lastimosas de un dolor ilocalizable, que no es físico y que no se puede acallar con medicamentos. Un dolor continuado. Un dolor soberano que persiste y persiste.

-No sé lo que quiero, Héctor. Ése es el gran problema. Que no lo sé.

Él dejó caer pesadamente las manos sobre sus rodi­llas, y suspiró:

-Toda esa gente a la que has invitado... No sé para qué han venido. No paran de hablar y de reír. Es inso­portable.

-Casi todos piensan que silencio y estupidez van de la mano.

Estarían buscándola. En el interior del cesto de mim­ bre para la ropa sucia y tras los árboles del jardín. Rien­do y diciendo su nombre mientras, en su dormitorio, Héctor comenzaba a silbar una melodía lenta.

-Vas a salir de ahí, ¿verdad? -preguntó.


Retirando las tablas de madera para cerciorarse de que no había nada detrás. Con las manos abiertas sobre las ventanas, dejando pequeñas nubes de vaho en los cristales, mientras repetían: «Vas a salir de ahí, ¿verdad?

¿Vas a salir de ahí?».

Virginia no contestó. En realidad, sí sabía qué que­ ría. Claro que lo sabía. Lo que deseaba era poder re­ gresar a su casa, a la que había sido su auténtica casa, y no volver a alejarse jamás de allí. A veces, algunas noches, cerraba los ojos y, mientras se iba quedando dormida, oía aquellos sonidos, los pasos por el parquet del salón, el teléfono, el grifo que comenzaba a soltar agua fría, luego templada, luego más caliente. Exac­tamente los mismos sonidos. La voz de su padre ha­ blando al otro lado del tabique mientras ella intentaba permanecer dormida porque si se despertaba, sabía que si abría los ojos, descubriría que, en realidad, aquellas paredes blancas eran ahora de papel pintado, y las sá­ banas limpias se habían convertido en largos trozos de tela arrugada. No haber salido nunca de su casa, y andar descalza hacia la cocina para tomar un vaso de leche mientras la radio daba las noticias de las once. Aquello era lo que deseaba y, por lo tanto, los rumores de la memoria se repetían mientras sus ojos giraban y giraban huyendo de una luz que cada vez era más amplia. Inmensa. Porque volvía a sucederle. A pesa de que Héctor estaba allí, con ella, sentado en una de las sillas de su propia habitación, cerca de la ventana que daba al jardín, ahora volvía a sucederle. Y, aunque no deseaba volar de nuevo, sabía que era inútil no desearlo. Los hilos ya estaban tendidos y dispuestos.

Así que se refugió aún más y Héctor, finalmente, se levantó de la silla para dirigirse a la puerta.

-Les diré a todos que no hay nada más que hacer aquí y que pueden irse a su casa.

Su respiración volvería a ser acompasada y limpia. Quizá un pequeño temblor en los dedos que rozaban sus labios, en busca de esa perfecta tersura de una piel tan fina, delatara de alguna forma su auténtico estado de ánimo. Pero no el hecho de que estuviera impecable­ mente vestida o que fuera capaz de escuchar larguísimas conversaciones con la mayor atención.

¿Y si no bajaba? ¿Y si se sentaba a los pies de Héctor y le pedía que siguiera silbando aquella melodía hasta el amanecer?

Pero Héctor ya había salido de la habitación. Su es­ pléndida fiesta de bienvenida había terminado.

 

En manos de la cocinera con locución de Paqui Padilla Navarro

 


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"En manos de la cocinera", de Miguel de Unamuno ; adaptación de LF de Mª José Martín y Mila Marcos, forma parte del libro  “Cuentos del azar y del amor”, editado por Libertas, el año 2016, con locución de Paqui Padilla Navarro y música de Juventino Rosas,  vals "Ensueño seductor".



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Gracias a Dios, la vida de soltero de Vicente,

esa Vida vacía, por fin iba a terminar.

Vicente iba a comenzar una nueva vida,

una vida de verdad;

¡El pobre Vicente no aguantaba más su soledad!


Desde que murió su madre

Vicente vivía solo con la criada.

La criada le cuidaba bien, 

era lista, discreta y solícita

No era muy guapa,
pero tenía unos ojos que le alegraban la cara. A pesar de que la criada le hacía compañía 

Vicente se sentía solo y no quería seguir soltero.

La novia de Vicente, Rosaura, era un encanto.

Era alta, fuerte y rubia.

Caminaba como una diosa,

derecha, con la frente mirando al cielo 

y tema una boca que cuando la mirabas

daban ganas de vivir.

Toda su hermosura era reflejo de su salud.


Pero Rosaura tenía algo

que por un lado aumentaba el deseo de Vicente

y por otro lado enfriaba su amor. 

Rosaura era muy reservada. 

Vicente nunca pudo tratarla con la confianza

con que se tratan los novios.

Jamás consiguió que Rosaura le diese un beso.


Rosaura siempre le decía: 

-Cuando nos casemos


te daré todos los besos que quieras.


Vicente pensaba que decir «todos los que quieras»


era una forma dé despreciar los besos, y que solo tienen valor las caricias .

que cuesta conseguir.


Vicente se preguntaba: 

-¿Rosaura me querrá de verdad?


¡Rosaura era muy reservada!

Parecía que lo único que le preocupaba a Rosaura .

¡era hacerse valer, hacerse respetar!

Seguía los consejos que su madre le daba


Para Vicente su futura suegra era insoportable. Cuando ella estaba delante no se podía hablar de las cosas realmente importantes, 

ni se podía llamar a las enfermedades por su nombre.

La madre de Rosaura siempre le decía:

-- ¡Hija mía, hazte respetar!

Y ese respeto fue lo único que ella conoció de su marido.

Vicente siempre se pregunta:

-¿Me querrá Rosaura?

¡Era tan hermosa !

¡Sus ojos brillaban tanto!

Y sus labios brillaban todavía más. Tenían un color tan encendido y fresco que al mirarlos daban ganas

de respirar más fuerte y más hondo.


Cuando faltaban pocos días para la boda, Ignacia, la criada, le preguntó a Vicente:

-¿Señorito, yo seguiré trabajando en esta casa, cuando usted se case?


-. ¡Claro que sí, Ignacia!


-¿Y la señorita Rosaura querrá traer otra criada.?

No, no querrá -respondió Vicente.

Pero la pobre Ignacia se quedó pensando

que Rosaura y ella: eran incompatibles; tan distintas que no podrían vivir juntas


El día antes de la boda, cuando ya estaba todo organizado,

Vicente-se cayó del caballo y se rompió una pierna.


El médico le dijo a Vicente

que tendría que estar en cama por lo menos un mes. Este accidente irritó mucho a la familia de la novia.

 La madre de la novia exclamó:


-¡Ahora que ya está todo organizado

y hecho todo el gasto de la boda!


El padrino de Vicente encontró la solución:

-La novia va a casa del novio y se casan allí.

¡Esta idea no le gustó nada a la madre de la novia.

El padrino intentó convencerla.

Él pensaba que no había problema y le dijó: 


-Pueden casarse aunque Vicente esté en cama

y así Rosaura podrá quedarse en casa del novio.


La madre de Rosaura no estaba de acuerdo.

No quería que su hija se casase en casa del novio

y menos aún con Vicente en cama y con .la pierna rota. 

Rosaura pensaba que su novio podía quedarse cojo para siempre.

Vicente sufría más por lo que hacía Rosaura

que por su pierna rota. 

 

Rosaura fue a visitarle solo por compromiso. 

Además, no aceptó casarse con él

¡ y tampoco cuidarle durante su convalecencia. 


La madre de Rosaura no quería

que su hija hiciese de enfermera. Ella pensaba:

-¡Cómo va a cuidar mi hija, una muchacha soltera, a un hombre soltero!

¡Aunque sean novios formales!

¡Además, con una pierna rota!

¡Todo esto no me parece correcto!


Al fmal a Vicente solo le quedó el consuelo y la ayuda de la pobre Ignacia.

Ignacia estaba siempre dispuesta a darle su cariño y su ayuda. 

Le hacía las curas, le cambiaba los vendajes

y le movía la pierna con tanta delicadeza que Vicente procuraba no quejarse

porque las manos de Ignacia eran tan suaves que parecían alas de ángel


Vicente se cansó de estar en la cama.

 Le decía a Ignacia:

-. ¡Qué despacio va esto!

Ignacia le animaba y le decía:

-Tenga paciencia , señorito.

El médico dice que usted se va a recuperar del todo,

y que no se quedará cojo.

Además, la señorita Rosaura le espera.

-¿Tú crees que me espera? -le preguntaba Vicente.

-Sí, ayer volví a encontrarme con ella. 

y me preguntó por usted.

Parecía preocupada.



Pero esto no era suficiente para Vicente,

que prefería que Rosaura fuera a verle

y no solo que preguntase por él.


Al final Vicente se curó antes de lo previsto.

Pronto pudo levantarse de la cama

y comenzó a dar unos pasos por la casa

apoyado en un bastón.

Vicente mandó decir a Rosaura

que estaba decidido a ir así a la iglesia para casarse.



La madre de Rosaura le contestó que no había prisa,

y que era mejor esperar

hasta que se recuperara del todo.

Por fin decidieron una nueva fecha para la boda. Para entonces Vicente estada recuperado del todo, podría ir sin bastón y caminar como antes del accidente.


Pero Vicente estaba triste,

ya no estaba ilusionado con la boda

y le parecía un sacrificio

Pero tenía que casarse.

¡Quería cumplir su palabra!


Tres días antes de la boda

Ignacia fue a hablar con Vicente.

Estaba confusa, avergonzada, y le dijo:

-Señorito, siento decirle que me voy de la casa. 

Y se echó a llorar.

-¿Cómo que té vas?

--Sí, me voy porque usted va a casarse.

-Pero tú y yo hicimos un trato:

que te quedarías aquí, y seguirías siendo nuestra criada.


--Sí, en eso quedamos usted y yo, pero creo que la señorita Rosaura no quiere.


-¿Por qué dices eso? -preguntó Vicente.

¿Rosaura te ha dicho algo?

No, no me ha dicho nada.

Pero yo -sé que no podemos estar juntas.

-¿Por qué piensas eso?

-Porque yo le he cuidado cuando usted estaba enfermo y ella no.

-¿Y eso qué tiene que ver? 

-Sí tiene que ver -respondió Ignacia-. 

Lo digo porque ella es una señorita, la señorita que se va a casar con usted.

Ella no ha venido a cuidarle porque no era correcto. 

En cambio yo sí le he cuidado.

-Sí, tú eres la criada.

-Eso, yo soy 1a criada


Al oír esto, Vicente bajó la cabeza.

Al poco rato la levantó y fijó sus ojos

en los ojos claros de su criada,

y le dijo despacio:

-Tienes razón, Ignacia, comprendo tus razones y tus sentimientos y también comprendo tus temores.

Mi futura esposa y tú seréis incompatibles, no podréis estar juntas en esta casa, y la madre de Rosaura al final te echaría de casa.


Vicente siguió hablando:

-Mi novia no vino a cuidarme.

Ella pensaba que eso era trabajo de la criada, y tú me has cuidado tan bien, con tanta atención,

que no creo que Rosaura pueda hacerlo como tú cuando estemos casados.

Sí, sois incompatibles, no podéis estar juntas en esta casa, y como yo no quiero separarme de mi enfermera, renuncio a Rosaura y me caso contigo.

¿Te quieres casar conmigo?

 Al oír esto, la pobre Ignacia se echó a llorar.


El sencillo Don Rafael con locución de Paqui Padilla Navarro

 


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"El sencillo Don Rafael", de Miguel de Unamuno ; adaptación de Mª José Martín y Mila Marcos, forma parte del libro  “Cuentos del azar y del amor”, editado por Libertas, el año 2016, con locución de Paqui Padilla Navarro y música “Sueño” (tremolo) por Francisco Tárrega.



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Don Rafael sentía cómo pasaban las horas y le hacían olvidar aquel amor del pasado.

Don Rafael tenía una vida vacía.

Estaba solo y pasaba el tiempo recordando. Lo único' que justificaba su vida era la caza y un juego de cartas en el tresillo.

Pero no por eso vivía triste. Era un hombre sencillo.

y no se dejaba invadir por la tristeza.

Cuando algún compañero de juego buscaba alguna carta para ganar,

don Rafael solía repetir que hay cosas

que no se deben buscar, porque vienen solas.


Don Rafael creía en el destino, en el azar,

tal vez por creer en algo

y no tener la mente vacía.

-¿Y por ·qué no se casa usted? -le pregunt6 alguna vez su ama de llaves.


¿y por qué me tengo que casar?

Hay cosas, señora Rogelia, que no se deben ir a buscar

 porque vienen solas.

¡Llegan cuando menos se piensan!

¡Eso pasa en el juego!

Pero mire, hay una...razón que me hace pensar en lo que me dice.

-¿Cuál? - 

-La de poder morir tranquilo, con herederos.

-¡Vaya una razón!

-Pues para mí es la más importante

-respondió don Rafael,

que presentía que no valen "las razones,

sino el valor que les queramos dar.

Y tina mañana de primavera,

al salir para ver amanecer, ·con la ropa de caza, don Rafael encontró un envoltorio

en la puerta de su casa 

.Se agachó para verlo mejor y oyó un susurro que salía desde dentro.

Como el envoltorio se movía, don Rafaello cogió y lo abrió. Era un recién nacido. 

Don Rafael lo miró

y el corazón empezó a latirle con fuerza.

-¡Vaya una caza que. el destino me ha concedido!

-pensó don Rafael.


Cuentos del azar y del amor

Volvió a entrar en la casa.

Llevaba la escopeta colgada a la espalda.

Subió las escaleras de puntillas para no despertar al bebé

y llamó a la puerta despacio.


-Aquí traigo esto -le dijo al ama de llaves.


-¿Y qué es eso?


Es un niño. Alguien lo dejó en la puerta de la calle.


-¿Y qué vamos a hacer con él?

-preguntó el ama de llaves.


-¡Lo criaremos juntos! -le contestó don Rafael.

-¡Usted se ha vuelto loco! -exclamó ella-:-. Lo que tiene que hacer es hablar con él juez y llevar el niño al hospicio.

-No, eso no lo haré. ¡Pobrecito!

Una vecina que era madre

dio de mamar al bebé los primeros días.

Don Rafael encontró pronto una buena nodriza.


Era una chica soltera

que acababa de dar a luz a un niño muerto. El ama de llaves le dijo:

Nodriza: mujer que amamanta o cría hijos que no son suyos.


-Lo mejor sería que la nodriza se llevase al niño a su casa para criarlo


-No -replicó don Rafael.

Quiero que la nodriza se quede aquí.

Quiero vigilarla. ·

La salud ·del bebé depende de esa chica

y quiero asegurarme de que esté bien

y no se preocupe por nada.


Emilia, la nodriza, tenía 20 años. Era alta y morena de piel.

Tenía unos ojos alegres y negros como su pelo, y al andar movía mucho las caderas.


-Don Rafael, ¿cómo va a bautizarle?

-le preguntó el ama de llaves.



-Como hijo mío.


-Pero, ¿está usted loco?

¿Y si un día aparecen sus verdaderos padres?

Aquí o hay más padre ni madre que yo. Yo no pedí ser padre.

Pero ya que el destino me ha dado un niño, he decidido hacerme cargo de él

como si fuera mío.

No tengo culpa de su nacimiento,

Así pues, don Rafael bautizó y registró al niño como si fuera hijo suyo.

y el ama de llaves tuvo que aceptarlo y compartir la casa con la nodriza.


Don Rafael ya tenía algo más en qué pensar, no solo la caza y el tresillo .

Su casa se llenó de una vida nueva,

alegre y sencilla.

Y hasta se quedó sin dormir alguna noche paseando al niño para acallarlo.

pero tendré el mérito de hacerle vivir. Así además podré morirme tranquilo, porque ya tengo un heredero. 

Mérito: reconocimiento por haber hecho algo. 


-El niño es hermoso como el sol


Emilia no era tonta

y hemos tenido mucha suerte con la nodriza,

-le dijo un día don Rafael al ama de llaves.

--Esperemos que no vuelva con el novio que la dejó embarazada.


No, no volverá con él -le aseguró don Rafael-. Sabe que es un vago y ya no lo quiere.

Además, voy a pagarle un viaje a América

para que se vaya de aquí.

Pero ella puede encontrar otro novio

-insistió el ama de llaves.

-Ya me encargaré yo de que no pase eso.


y enseguida sintió admiración

por el carácter sencillo de don Rafael.

Se encariñó con el niño desde el principio .

como si fuese su misma madre.


Don Rafael y Emilia 

se pasaban largos ratos al lado de la cama contemplando la sonrisa del niño,

que soñaba y hacía como que mamaba.


-¡Lo que es el hombre! -decía don Rafael. Y se cruzaban sus miradas. 

Cuando Emilia tenía al niño en brazos, don Rafael se acercaba para besarlo

y rozaba la mejilla de la nodriza

y los rizos negros de su pelo.


Otras veces, don Rafael se quedaba contemplando alguno de los pechos blancos;

que Emilia sosterúa entre los dedos me dice y corazón ·

para dar de mamar al niño.


Los pechos de Emilia tenían unas venas de color azul que bajaban zigzagueando desde el cuello,

y un cuello largo como el de una paloma Zigzagueando:

haciendo curvas.


Entonces, a don Rafael 

le entraban ganas de besar a su hijo,

y al hacerlo, rozaba el pecho de Emilia

y se ponía a temblar.


-· ¡Ay, pronto tendré que dejarte, sol mío!

-exclamaba Emilia-,

apretando al niño contra su pecho. Don Rafael se callaba al oír esto.


Emilia solía cantarle al niño una canción antigua.

·una canción que todas las madres han cantado alguna vez a sus hijos.

Y mientras la cuna se balanceaba

y Emilia cantaba,

don Rafael recordaba su niñez, ya lejana.


Un día el niño se puso muy enfermo

y en la casa se vivieron días y noches de angustia.


Mientras duró la enfermedad,

D()n Rafael hiZo que Emilia

se acostase con el niño en su cuarto.


Pero, señorito, -dijo ella-,

¿c.ómo quiere usted que yo duerma allí?


-Pues sencillo -contestó él-", ¡durmiendo! Para don Rafael todo era sencillo.


Al final, el médico consiguió curar al niño.

-¡Salvado! -exclamó don Rafael. 

Don Rafael estaba eufórico 


y fue a abrazar a Emilia,

que lloraba de alegría y.felicidad.

-¿Sabes una cosa? 

-le dijo, sin dejar de abrazarla 

y rtrirando al niño qu sonreía. 


-Usted dirá -contestó ella, 

mientras el corazón le latía con fuerza.


-·Ya que los dos estamos solteros


y somos los padres de este niño, 

 ¿por qué no nos casamos?


-¡Pero don Rafael! 

-exclamó Emilia poniéndose colorada. 

-·Así podremos tener más hijos...

Emilia aceptó y esa misma noche se quedó embarazada. Poco después se casaron.

Y fueron felices, ¡que no es poco!

Y tuvieron 1O hijos más, una bendición de Dios. Don Rafael ya se podía morir tranquilo,

porque tenía muchos herederos .

Y así fue como don Rafael

dejó de cazar y jugar a las cartas ..

para convertirse en padre de familia.

Como solía decir: .:


-Hay que confiar en el azar.


sábado, 27 de mayo de 2023

Efectos del sueño interrumpido con locución de Santos Campoy

 





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“Efectos del sueño interrumpido” de Luigi Pirandello forma parte del libro “Cuentos europeos de fantasmas”, editado por Clan, 2005, con locución de Santos Campoy y música Claude Debussy. Sonata for flute, viola and harp. L. 137-1. Pastorale



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EFECTOS DE UN SUEÑO INTERRUMPIDO
por Luigi Pirandello


Vivo en una vieja casa que parece la tienda de un chamarilero. Una casa que tiene polvo acumulado de hace ni se sabe cuántos años.

La perpetua penumbra que la oprime tiene algo de la severi­ dad de las iglesias y reina estancado el rancio olor a viejo y a mar­ chito de los decrépitos muebles de todos los estilos que la atestan y de las numerosas telas que la ornamentan, preciosas pero ajadas y descoloridas, extendidas y colgadas aquí y allá, a modo de cober­ turas, telones y cortinas. Yo, por mi parte fumando día y noche, añado a ese rancio olor, en la medida de mis posibilidades, la peste de mis pipas mugrientas. Tan sólo cuando vuelvo de la calle me doy cuenta de que en mi casa no se puede respirar. Pero para alguien que vive como yo vivo... Pero basta, eso no interesa.

El dormitorio está formado por una especie de alcoba sobre una  tarima  con  dos escalones; con  el techo  a ras  de  cabeza el arquitrabe sujeto por dos rechonchas columnas plantadas en el centro. Detrás de las columnas hay también unas cortinillas que se deslizan por varillas de latón, para ocultar la cama. La otra mitad de la habitación hace las veces de despacho. Debajo de las columnas hay un diván pequeño y feúcho, aunque la verdad que muy cómodo, cubierto con numerosos cojines amontonados, y delante una mesa maciza que cumple las funciones de escritorio. A la izquierda se encuentra una gran chimenea que nunca encien­ do; en la pared  de enfrente,  entre  dos  ventanucos,  un  viejo anaquel con cadáveres  de libros compuestos por pergaminos amarillentos cosidos. Sobre la repisa de mármol renegrido de la chimenea hay colgado un cuadro del siglo XVII, medio ahuma­  d , ue representa la Maddalena inpmitenza, no sé si es copia u ongmaL pero aunque fuera una copia no carecería de cierto valor. La figura, realmente grande, está tumbada  boca abajo en una gruta; un brazo, con el codo apoyado en el suelo, sujeta la cabeza; con .la mirada baja lee un libro a la luz de un farolillo que reposa en tlerra, cerca de una calavera. Ciertamente, el rostro)   el magnífico volumen de la leonina melena suelta, el hombro y los pechos descubiertos  a la cálida luz del farolillo, son hermosísimos.

La casa es mía y no es mía. Pertenece, con todo el mobiliario, a un amigo que hace tres años, antes de irse a América, me la dejó en garantía por una importante deuda que había contraído conmigo. Y este amigo no ha vuelto a dar señales de vida, ni he logrado obtener, tras innumerables demandas y pesquisas, noticia alguna de él. Así que evidentemente no puedo aún, para recu­perar mi dinero, disponer ni de la casa ni de cuanto contiene.

A pesar de esto, un anticuario que conozco le hace la corte a esta Maddalena in penitenza y el otro día trajo a mi casa a un forastero para enseñársela.

El visitante  rondaba  los  cuarenta.  Alto,  delgado,  calvo, vestía de luto muy riguroso, como se puede ver aún en provin­ cias. Hasta la camisa estaba de luto. También la cara, desolada, transmitía la desgracia de quien acaba de sufrir un grave golpe. Pero a la vista del cuadro se descompuso totalmente y se cubrió de repente ambos ojos con las manos, mientras el anticuario le pregunta ba, con extraña satisfacción:

-¿Es verdad o no?, ¿es o no verdad?

Y aquel, con el rostro aún entre las manos, asintió varias veces. Las hinchadas venas de su calvo cráneo parecían a punto de estallar. Sacó de su bolsillo un pañuelo bordado de negro y se lo llevó a los ojos para enjugar las lágrimas que brotaban sin cesar. Al final, un visible estremecimiento sacudió su estómago, obturándole la nariz.

Todo muy exagerado, meridionalmente  exagerado. Pero  tal vez también  sincero.

El anticuario se puso a explicarme que conocía desde la infan­cia a la mujer de aquel señor, que era de su misma tierra:

-Le puedo asegurar que era la réplica exacta de esta Maddalena . Pero no caí en ello hasta ayer, cuando mi amigo vino a anunciarme que había muerto, tan joven, hace apenas un mes. Usted recuerda que vine hace poco a ver este cuadro.

-Ya, pero ...

-Sí, y me dijo entonces que no podía usted venderlo.

-Y sigo sin poder hacerlo ahora.

Noté de repente que el visitante se aferraba a mi brazo, y a punto estuvo de echarse a llorar en mi hombro, suplicándome que se lo vendiera a cualquier precio: era ella, su mujer, ella tal cual, ella -toda ella- tal como tan sólo él, su marido, podía haberla visto en la intimidad (y con estas palabras aludía clara­ mente a la desnudez de los pechos), por ello no podía seguir ahí, bajo mi mirada, tenía que entenderlo, ahora que conocía toda la historia.

Yo lo miraba, aturdido y consternado, como se mira a un loco, pare iéndome _imposible que dijese tal cosa en serio, que pudiese 1magmarse senamente que eso que a mi juicio tan sólo era un cuadro que nunca me había suscitado pensamiento alguno, pudiese convertirse ahora también para mí en el retrato de su mujer así, con los pechos al aire, como sólo él podía haberla visto en la intimidad, lo que no le permitía dejarla a la vista de un extraño.

La excentricidad de tales pretensiones me produjo un estallido de risa involuntario:

-No, no. Mire, estimado caballero: yo, a su mujer, nunca la he con?cido; así que esta pintura no puede despertar en mí los pen­ satruentos que usted sospecha. Yo sólo veo ahí un cuadro con una imagen que... vale, exhibe sus...

¡En n:ala hora pronuncié  yo tales palabras! Se me plantó delante, dispuesto a abalanzarse sobre mí, rugiendo:


-¡Le prohíbo mirarla así, en mi presencia!

Afortunadamente, el anticuario se interpuso, pidién dome perdón y comprensión por aquel pobre insensato, que siempre había sufrido por su mujer unos celos que rozaban la locura, y que duraron hasta su fmal en forma de un amor casi morboso. Después se volvió hacia él y lo conminó a calmarse; le dijo que era estúpido hablarme así, pretender obligarme a venderle el cuadro por razones tan íntimas. ¿Osaba además prohibirme mirarlo?, ¿acaso se había vuelto loco? Y lo sacó a la calle, mien­ tras repetía sus excusas por una escena que nunca hubiera pen­ sado que pudiera producirse.

Me quedé tan impresionado que por la noche soñé con ello.

Para ser más exactos, el sueño tuvo lugar a primera hora de la mañana, justo en el momento en que, a la entrada de la habitación, me despertó con un sobresalto la repentina barahúnda de una escaramuza entre gatos que acostumbran a colarse en casa, a saber por dónde, sin duda atraídos por los innumerables ratones que la tienen invadida.

Los efectos de un sueño interrumpido con tal brusquedad, fueron que los fantasmas que en él rondaban, es decir, aquel caballero de luto y la imagen de la Maddalena convertida en su mujer, no tuvieron tiempo, sin duda, de regresar a mi cabeza y se quedaron fuera, en la otra parte de la habitación, al otro lado de las columnas, jus to donde los estaba viendo en mi sueño. De modo que, cuando el alboroto me hizo brincar de la cama y apartar de un manotazo las cortinillas, pude entrever fugazmente una confusión de carnes y de telas rojas y turquesa que volaban hacia la repisa de la chimenea para recomponerse en el cuadro en

un abrir y cerrar de ojos; mientras que en el diván, entre un revoltijo de cojines, él, el visitante, tumbado, se erguía para sen­ tarse, ya no vestido de negro sino con un pijama de seda celeste con rayas blancas y azules, bajo la luz creciente que entraba por los dos ventanucos, y comenzó a fundirse en la forma y colores de los cojines, desvaneciéndose.




No pretendo explicar lo inexplicable. Nadie ha logrado nunca des lar el misterio de los sueños. Pero el hecho es que, tur­ ba suno, levanté la .mirada hacia el cuadro sobre la repisa de la chimenea y, por un mstante, pude ver clarísimamente como los ojos de la Maddale11a se reanimaban para apartarse del libro y lan­ z r e. una ada viva, risueña y llena de una malicia tierna y diabolica . Debieron de ser los ojos soñados de la mujer muerta, los ue fugazmente se animaron en los pintados en aquel cuadro.


Tenía que salir de casa. No sé ni cómo logré vestirme. De vez en cua do, con un e.spanto que bien podéis imaginaros, miraba de refilon aquellos OJOS. Los hallaba siempre bajos y atentos a la lectura, tal como fueron pintados en el cuadro; pero nada me aseguraba ya 9ue, cuand_o yo les diera la espalda,


no aprovecha­ ran para reaVIvarse y nurarme de nuevo con la misma tierna y diabólica malicia.


Me precipité a la tienda del anticuario que está cerca de mi casa; Le. dije que, si bien no podía vender el cuadro a su amigo, podía sm embargo alquilarle la casa con todo el mobiliario cuadro incluido se entiende, a un precio muy conveniente. '


-Incluso a partir de hoy mismo, si su amigo así lo desea




Había, en esta oferta a quemarropa, tal ansia y tal afán, que el anticuario quiso conocer el motivo. Pero a mí me avergonzaba confesarlo. De momento insistí en que me acompañara al alber­ gue donde se alojaba su amigo.

Podéis imaginaros cómo me quedé cuando, en una habitación

de dicho albergue, lo vi llegar, apenas levantado de la cama, con el mismo pijama a rayas blancas y azules con el que lo había sor­ prendido en sueños, cual sombra, en mi habitación, irguiéndose para sentarse en el diván, entre el revoltijo de cojines.

-¡Usted viene de mi casa!, le grité, palideciendo. ¡Usted ha

estado esta noche en mi casa!

Vi como se derrumbaba en un asiento, aterrado, balbuceando:

oh Dios, sL en mi casa, en sueños, él estuvo ahí, y su mujer ...

-Eso es, eso es, su mujer descendió del cuadro. La sorprendí cuando regresaba al mismo. Y usted, ya a la luz del día, desa­ pareció ahí, en el diván. Admitirá que yo no podía saber, cuando lo vi de repente en el diván, que tuviera usted un pijama como el que lleva. Así que era usted el que estaba, en sueños, en mi casa; y su mujer salió efectivamente del cuadro, como usted mismo sin duda ha soñado. Explíquese esta situación como usted quiera. Tal vez un encuentro de su sueño con el mío. Yo no lo sé. Lo que sí sé es que yo ya no puedo seguir viviendo en esa casa, con usted visitándome en sueños y su mujer lanzándome guiños desde el cuadro. Usted en cambio está libre de mis miedos, puesto que se trata de usted mismo y de su propia mujer. ¡Hágase pues cargo de la pintura que permanece en mi casa! ¿Qué hace aún aquí?, ¿acaso ya no la quiere?, ¿desfallecen sus arrebatos por ella?


-¡Pero se trata de alucinaciones señores míos!, ¡alucinaciones! No paraba, mientras tanto, de exclamar el anticuario.

Qué gracia me hacen todos esos caballeros, hechos y derechos, que, ante un acontecimiento inexplicable, enseguida encuentran una palabra que no significa nada pero que les tranquiliza.


-¡Alucinaciones!

La historia del fantasma novato con locución de Alejandra Méndez

 


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"La historia del fantasma novato", de H.G. Wells, forma parte del libro  “Cuentos europeos de fantasmas”, editado por Clan, el año 2005, con locución de Alejandra Méndez, y música Venus, the bringer of peace. Gustav Holst, the planets



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LA HISTORIA DEL FANTASMA NOVATO

Por H. G. Wells

La escena en la que Clayton contó su última historia regresa con bastante viveza a mi cabeza. Él estaba allí sentado, la mayor parte del tiempo, en el rincón del banco de madera junto a la espaciosa chimenea y Sanderson estaba sentado junto a él fumando su pipa de cerámica de Broseley que llevaba su nombre. Allí estaba Evans y aquella maravilla de actor, Wish, que es, además, un hombre modesto. Todos habíamos bajado al Club

Mermaid aquel sábado por la mañana, excepto Clayton que había pasado allí la noche, lo que, de hecho, le dio pie a comenzar su his­ toria.  Habíamos  jugado  al golf  hasta  que  oscureció;  habíamos

cenado y nos encontrábamos con ese estado de ánimo de serena amabilidad con el que los hombres escuchan con placer una his­ toria. Cuando Clayton comenzó a contar una, naturalmente todos pensamos que se la estaba inventando. De hecho, es posible que se la estuviera inventando, el lector será capaz de juzgarlo por sí mismo tan bien como yo. Clayton comenzó, es cierto, con un aire de anécdota real, que nosotros creímos era solamente el artificio incorregible del hombre.

"¡Escuchad!", comentó, después de observar durante largo rato la lluvia ascendiente de chispas provenientes del tronco que Sanderson había golpeado, "¿sabíais que anoche estuve solo aquí?"

"Sin contar a los empleados domésticos", dijo Wish.

"Que duermen en la otra ala", dijo Clayton. "Sí. Bien". Fumó largamente de su puro como  si todavía dudara de sí mismo. Luego, dijo en voz bastante baja "¡Atrapé un fantasma!"

"¿Que atrapaste  un  fantasma?"  dijo  Sanderson.  "¿Dónde está?"

Y Evans, que admira a Clayton inmensamente y ha estado cuatro semanas en América, gritó, "¿Atrapaste un fantasma, Clayton? ¡Me alegro de ello! Cuéntanoslo todo ahora mismo". Clayton dijo que lo haría en un minuto y le pidió que cerrara la puerta.

Me miró como disculpándose . "Por supuesto que nadie está escuchando a escondidas pero no querrán que incomodemos a nuestro excelente servicio con rumores de que hay fantasmas en este lugar. Hay demasiadas sombras y paredes revestidas  con

paneles de roble como para jugar con eso. Y éste, sabéis, no era un fantasma normal y corriente. No creo que vuelva... nunca".

"¿Quieres decir que no te lo quedaste?" dijo Sanderson.

"No me atreví", dijo Clayton.

Y Sanderson dijo que estaba sorprendido.

Todos reímos y Clayton pareció ofendido. "Ya sé", dijo, esbozando una sonrisa, "pero el hecho es que realmente se trata­ ba de un fantasma y estoy tan seguro de ello como de que estoy hablando con vosotros ahora. No estoy bromeando. Lo digo en serio".

Sanderson dio una calada profunda a su pipa, con un ojo roji­ zo sobre Clayton, y luego emitió un fino chorro de humo más elocuente que muchas palabras.

Clayton ignoró el comentario. "Es la cosa más extraña que me ha pasado nunca en la vida. Sabéis, yo antes nunca había creído en fantasmas ni en nada parecid o, nunca; y luego, resulta que cazo uno en un rincón; y todo el asunto está en mis manos".

Clayton meditó más profundamente aún, y sacó un segundo puro al que empezó a cortarle la punta con una curiosa cuchillita que a él le gustaba.

"¿Le hablaste?" preguntó Wish.

"Probablemente, durante una hora".

"¿Era conversador?" dije yo, uniéndome al bando de los escépticos.

"El pobre diablo estaba metido en un lío", dijo Clayton e inclinó la punta de su puro, con la más mínima nota de reproche.

"¿Estaba llorando?" preguntó alguien.

Clayton suspiró de manera realista mientras hacía memoria. "¡Por Dios!" dijo; "sí". Y luego, "¡Pobre hombre! Sí".

"¿Dónde lo asaltaste?" preguntó Evans, con su mejor acento amencano.

"Nunca me había dado cuenta", dijo Clayton, ignorándolo,

"de lo patético que puede llegar a ser un fantasma", y de nuevo nos mantuvo a la espera durante un rato, mientras buscaba las cerillas en su bolsillo y encendía su puro.

"Yo tenía ventaja", meditó al fin.

Ninguno de nosotros tenía prisa. "La personalidad", dijo, "continúa siendo exactamente la misma aunque se haya vuelto incorpórea. Eso es algo que a menudo olvidamos. La gente con fuerza y cierta determinación tendrá probablemente fantasmas con cierta determinación. Sabéis, la mayoría de los fantasmas que asustan tienen que ser obsesos hasta la paranoia y cabezones como mulas para volver una y otra vez. Esta pobre criatura no lo era". De pronto, miró hacia arriba de forma bastante extraña y su mirada recorrió la habitación. "Lo digo con toda bondad", dijo, "pero esa es la cruda verdad del caso. Incluso, a primera vista a mí me pareció débil".

Clayton puntuaba con la ayuda de su puro.

"Sabéis, me encontré con él en el pasillo largo. Me estaba dando la espalda y yo lo vi primero. Inmediatamente supe que era un fantasma. Era transparente y blanco; a través de su pecho podía ver perfectamente el brillo de la pequeña ventana al final del pasillo. Y no sólo su físico sino también su actitud me pare­ ció débil. Tenía un aspecto, sabéis, como si no tuviera ni la más mínima idea de lo que tenía que hacer. Una mano la tenía sobre el panel de madera de la pared y la otra se agitaba delante de su boca. Tal que -¡ASÍ!"

"¿Qué tipo de físico?" dijo Sanderson.

"Enjuto. Ya sabes, del tipo de hombre joven que tiene dos grandes  acanaladuras  en la parte de atrás del cuello, aquí y aquí

-¡así! Y una cabeza pequeña con poco pelo. Y unas orejas bas­ tante feas. Unos hombros feos, más estrechos que las caderas; cuello vuelto, chaqueta corta de confección, pantalones anchos y un poco raídos por los talones. Ese era el aspecto que tenía para mí. Subí la escalera muy silenciosamente. Yo no llevaba lámpara, ya sabéis, las lámparas están sobre la mesa del descansillo y e tá esa lámpara, y me encontraba en zapatillas; lo vi cuando subía. Cuando lo vi, me quedé paralizado, para engañarlo. No sentí nada de miedo. Creo que en la mayoría de estos casos uno nunca está nila mitad de asustado o nervioso de lo que uno se imagina que llegaría a estar. Me sorprendía e interesaba. Pensé: '¡Dios mío!'

¡Un fantasma, por fln! Y eso que yo no he creído en fantasmas en ningún momento durante los últimos veinticinco años".

"Mm", dijo Wish.

"Supongo que yo no me encontraba en el descansillo un momento antes de que descubriera que estaba allí. Se volvió hacia mí bruscamente y pude ver el rostro de un hombre joven e inmaduro, con una nariz endeble, un pequeño bigote despelucha­ do, una barbilla débil. Así estuvimos durante un instante; él mirándome por encima del hombro y los dos estudiándonos mutuamente. Luego pareció acordarse de su importante misión.


Se dio la vuelta, se irguió, proyectó el rostro, levantó los brazos, separó las manos en la manera en que lo hacen los fantasmas y se acercó hacia mí. Mientras hacía eso su pequeña mandíbula cayó y emitió un débil e interminable 'uh'. No, no fue nada terrorífico. Yo había cenado. Me había bebido una botella de champán y, como estaba completamente solo, quizá me había tomado dos o tres, puede que incluso cuatro o cinco, vasos de whisky, así que estaba sólido como una roca y no más asustado que si hubiera sido asaltado por una rana. '¡Uuh!' dije yo. 'Tonterías. Tú no perteneces a este lugar. ¿Qué estás haciendo aquí?"'

"Pude ver cómo se estremecía. 'Uuuuuh', dijo".

"'Uuh -¡que te den! ¿Eres miembro del club?' dije yo; y, para demostrarle que me importaba un comino que estuviera allí, pasé por su lado y me fui a encender mi vela. '¿Eres miembro del club?' repetí, mirándolo de soslayo".

''Él se movió un poco con la intención de apartarse de mí y quedó alicaído. 'No', dijo en respuesta a la persistente interro­ gación de mis ojos; 'No soy miembro del club, soy un fantasma"' . "'Bueno, eso no te da derecho a pasearte por el Club Mermaid a tus anchas. ¿Hay alguien a quien quieras ver o algo por el estilo?' y, procurando hacerlo con la mayor seguridad posible, por miedo a que confundiera la dejadez debida al whisky con la distracción del miedo, conseguí encender mi lám­ para. Me volví hacia él con la lámpara en la mano. '¿Qué estás haciendo aquí?' le dije".

"El fantasma había dejado caer sus brazos y había dejado de emitir aquel fantasmal sonido, allí estaba él, avergonzado y torpe,

el fantasma de un hombre joven débil, tonto y sin rumbo. 'Estoy rondando este lugar', dijo".

"'No tienes nada que rondar aquí', le dije con voz tranquila".

"'Soy un fantasma' dijo, como para defenderse".

"'Puede que lo seas pero no tienes nada que rondar aquí. Éste es un club privado muy respetable; a menudo viene aquí gente con niñeras y niños y si vas por ahí de la manera tan despreocu­ pada en que lo haces, podrías cruzarte con algún pobre chiquitín y darle el susto de su vida. Supongo que no habías pensado enEso no es así


"'No, señor"', dijo, 'no lo había pensado"'.

"'Deberías haberlo hecho. No tienes nada que ver con este lugar ¿no es así? No fuiste asesinado aquí ni nada por el estilo ¿no?"'

"'No, señor; pero pensé que como es un sitio viejo y está recu­bierto con paneles de roble..."'

"'Esa 110 es ninguna excusa". Lo miré firmemente. 'Venir aquí ha sido un error', dije, con un tono de amistosa superiori­dad. Fingí mirar si tenía mis cerillas y luego lo miré con fran­queza. 'Si yo fuera tú no esperaría a que amaneciera, desapare­cería inmediatamente"'.

"El fantasma pareció avergonzarse. 'El caso es, señor...' comenzó".

"'Yo desaparecería', dije, intentando hacerle entender". "'El caso es, señor, que, por alguna razón, no puedo"'. "'¿No puedes?"'

"'No, señor. He olvidado algo. Llevo rondando por aquí desde ayer a medianoche, escondiéndome en los armarios de las habitaciones vacías y cosas por el estilo. Estoy aturullado. Nunca había rondado antes y parece ser que me supera"'.

"'¿Qué te supera?"'

"'Sí, señor. He intentado hacerlo varias veces pero no me sale. Hay algún pequeño detalle que se me ha olvidado y que no puedo recuperar"'. Aquello, sabéis, me dejó bastante pasmado. Me miró de una

forma tan lastimosa que, os lo juro, apenas me fue posible man­tener la pose elevada y amenazadora que había adoptado. 'Qué extraño', dije, y mientras hablaba me pareció oír a alguien moviéndose en el piso de abajo. 'Ven a mi habitación y cuéntame más', dije. 'Está claro que no he entendido nada', e intenté coger­ lo por el brazo. Pero, por supuesto, fue igual que intentar coger

¡una bocanada de humo! Había olvidado cuál era mi número de habitación, creo; de cualquier manera, recuerdo que  entré  en varias habitaciones, por suerte era el único en aquella ala, hasta que vi mis enseres. 'Ya hemos llegado', dije y me senté en el sillón; 'siéntate y cuéntamelo todo. Me da la impresión de que estás en una situación bastante difícil, querido amigo"'.

"Bien, me dijo ¡que no quería sentarse! Prefería revolotear por la habitación si a mí no me importaba . De modo que eso hizo y al cabo de un rato estábamos inmersos en una larga y seria con­ versación .Y, sabéis, en aquel momento, algo de aquellos vasos de whisky y soda se evaporó y comencé a ser un poco consciente del asunto tan extraño e insólito en el que me había metido. Allí esta­ba él semitransparente, un auténtico fantasma convencional y silencioso, a excepción de su tenue voz, revoloteando de aquí

para allá en aquel viejo dormitorio, agradable, limpio y coqueto. Yo podía ver el brillo de los candelabros de cobre a través de él y las luces sobre el guardafuegos de latón y las esquinas de los grabados enmarcados sobre la pared, y allí estaba él contándome todo lo relativo a su desdichada vida en la tierra, que había termi­ nado recientemente. No tenía un rostro particularmente honesto, sabéis, pero como era transparente, por supuesto, no podía evitar contar la verdad".

"'¿Cómo?"' dijo Wish, incorporándose repentinamente en su asiento.

"'¿Qué?"' dijo Clayton.

"Como era transparente, no podía evitar contar la verdad. No lo entiendo", dijo Wish.

"Yo no lo entiendo, dijo Clayton, con una seguridad inimitable. "Pero es as puedo asegurártelo a pesar de todo. No creo que en su

día hubiera sido muy sincero. Me contó cómo había muerto, había bajado a un sótano de Londres con una vela para buscar un escape de gas, y se describió como un profesor de inglés de secundaria en una escuela privada  de Londres cuando ocurrió aquel escape".

"¡Pobre infeliz!", dije yo.

"Eso es lo que yo pensé y, cuanto más hablaba, más pensa­ ba yo eso. Allí estaba él, sin rumbo en la vida y sin rumbo fuera de ella. Me habló de su padre y de su madre y de su maestro de escuela y de todos aquellos  que habían  significado algo para  él en la vida, de manera humilde. Había sido demasiado sensible, demasiado nervioso; ninguno de ellos  lo había valorado o entendido  de verdad, dijo. Nunca  había  tenido un amigo de verdad en el mundo, creo; nunca había tenido éxito. Había rehui­ do los juegos y suspendido los exámenes. 'A algunas personas les ocurre', dijo; 'en cuanto entraba en la sala de exámenes o en cualquier otro lugar todo parecía desaparecer'. Estaba compro­ metido y se iba a casar, por supuesto, supongo que con otra persona hipersensible, cuando el descuido con el escape de gas terminó con su vida. '¿Y dónde estás ahora?' pregunté. '¿No estás en...?"'

"No fue claro en absoluto acerca de ese punto. La impresión

que me dio era la de una especie de estado intermedio indefinido, una reserva especial para almas demasiado inexistentes para cualquier cosa tan positiva como el pecado o la virtud. No sé. Era demasiado egoísta y poco observador como para darme una idea clara del tipo de lugar, del tipo de país, que hay al Otro Lado de las Cosas. Dondequiera que estuviera, al parecer andaba con un grupo de espíritus similares: fantasmas de hombres jóvenes débiles del East End londinense que se llamaban por su nombre de pila y entre ellos ciertamente se hablaba mucho acerca de 'salir a rondar' y cosas por el estilo. ¡Sí, salir a rondar! Al parecer, creían que 'rondar' era una gran aventura y la mayoría de ellos hablaba de ello todo el tiempo. Y así de preparado, sabéis, es como había llegado".

"¡Vaya por Dios!" dijo Wish mirando al fuego.

''Al menos, éstas son las impresiones que él me dio", dijo Clayton modestamente. "Por supuesto, es posible que mi estado no fuera demasiado crítico, pero aquellos fueron los antecedentes que dio acerca de sí mismo. Continuaba revoloteando de acá para

allá mientras seguía hablando con su fina voz, hablaba acerca de su desdichada vida pero ni una afirmación clara y concreta desde el principio hasta el final. Estaba más delgado y era más tonto e inútil que si hubiera estado vivo. Sólo que, sabéis, no habría estado aquí en mi habitación, de haber estado vivo. Lo habría echado a patadas".

"Por supuesto", dijo Evans, "hcrypobres mortales que son así".

"Y hay exactamente las mismas posibilidades de que tengan fantasmas que el resto de nosotros", admití.

"Lo que le daba algo de fuerza era el hecho de que, dentro de

ciertos límites, parecía haberse descubierto a sí mismo. Lo mal que rondaba lo había deprimido terriblemente. Le habían dicho que sería 'divertido', había venido esperando que fuera 'diver­ tido', y ¡hete aquí que no había sido otra cosa más que otro fra­ caso más para su colección! Se declaró a sí mismo un fracaso total y absoluto. Dijo, y yo me lo creo bastante, que en toda su vida no había intentado hacer nada que no resultara un fracaso absoluto y que, por los siglos de los siglos, no lo conseguiría hacer. Si alguien lo hubiera comprendido, quizá... En ese momento se calló y se quedó mirándome. Observó que, por muy extraño que pudiera parecerme, nadie, ni una sola persona, nunca, le había ofrecido la comprensión que yo le estaba ofreciendo  en aquel momento. Inmediatamen te pude ver lo que quería y decidí ata­ jarlo de una vez por todas. Sabéis, puede que sea un bruto pero ser el Único Amigo de Verdad, el receptor de las confidencias de uno de estos peleles egoístas, fantasma o persona, está más allá de mi aguante físico. Me levanté bruscamente. 'No te amargues

demasiado con estas cosas', dije. 'Lo que tienes que hacer es salir de esto, salir de esto, rápidamente. Cálmate e inténtalo'. 'No puedo', dijo él. 'Inténtalo', dije yo, y lo intentó".

"¡Inténtalo!" dijo Sanderson. "¿Cófflo?"

"Pases", dijo Clayton.

"¿Pases?"

"Series complicadas de gestos y pases con las manos. Así es

como había  entrado y así es como tenía  que salir de nuevo.

¡Señor! ¡En qué lío me había metido!"

"Pero ¿cómo podían una serie de pases...?" comencé.

"Mi querido amigo", dijo Clayton, volviéndose hacia mí y poniendo un gran énfasis en ciertas palabras, "deseas que te aclare todo. Pero yo no sé cÓT!Io. Todo lo que sé es que así se hace, que él al menos lo hizo. Pero, sabéis, después de un rato aterrador consiguió hacer sus pases correctamente y de pron­ to desapareció".

"Y tú", dijo Sanderson, lentamente, "¿observaste los pases?" "Sí", dijo Clayton pensativo.  "Fue enormemente  curioso",  dijo. "Allí estábamos, yo y aquel fantasma delgado e indefinido, en aquella habitación silenciosa, en esta posada silenciosa y vacía, en esta pequeña ciudad silenciosa un viernes por la noche. No se oía ningún ruido aparte de nuestras voces y el débil jadeo que el fantasma emitía al balancearse . Las únicas lámparas encendidas eran la de la habitación y otra que había sobre el tocador, eso era todo, de vez en cuando una de las dos lámparas fulguraba y se veía una asombrosa llama alta y esbelta durante un rato. Y pasaron cosas raras. 'No puedo', dijo; '¡Nunca podré!' Y de repente se sentó en una pequeña silla a los pies de la cama y comenzó a sollozar amargamente. ¡Señor! ¡qué aspecto tan des­ garrador y lloroso tenía!"


'"Cálmate', le dije, e intenté darle una palmadita en la espal­da, y... ¡mi maldita mano lo atravesó! Pero para entonces, sabéis, ya no me sentía tan... entero como cuando estaba en el descansillo. La extrañeza de la situación se instaló por comple­ to en mí. Recuerdo que volví a sacar la mano, que estaba den­ tro de él, con un pequeño estremecimiento y me dirigí hacia el tocador. 'Cálmate e inténtalo', le dije. Y para darle valor y ayu­ darlo comencé a intentarlo yo también".

"¡Qué!" dijo Sanderson, "¿los pases?"

"Sí, los pases".

"Pero..." dije yo, conmovido por una idea que se me escapó al cabo de un momento.

"Qué interesante", dijo Sanderson, con el dedo en la cazoleta de su pipa. "¿Quieres decir que este fantasma tuyo te reveló...?" "¿Si lo hizo lo mejor que pudo para revelarme como traspasar la maldita barrera? Sí".

"No lo hizo", dijo Wish; "no podía. O tú te habrías ido allí también".

"Eso es exactamente", dije, viendo que mi idea escapadiza estaba siendo verbalizada por otro.

"Eso es exactamente",  dijo Clayton, mirando  pensativo el fuego.

Durante un pequeño momento todo se quedó en silencio.

"¿Y al fmallo consiguió?" dijo Sanderson.



"Al final lo hizo. Tuve que presionarle para que lo siguiera intentando pero al final lo consiguió, de forma bastante súbita. Se desesperó, tuvimos una escena y luego se levantó bruscamente y me pidió que hiciéramos toda la representación de nuevo desde el principio, lentamente, para que él pudiera ver. 'Supongo', dijo, 'que si pudiera ver podría averiguar rápidamente qué es lo que estaba haciendo mal'. Y así fue. 'Yo sé', dijo. '¿Qué sabes?' dijeyo. 'Yo sé', repitió. Luego, dijo de mala manera 'Nopuedo hacerlo si me estás mirando, de verdad que 110; eso es lo que ha estado pasan­ do en parte, todo el rato. Soy un tipo tan nervioso que me siento ofendido'. Bueno, tuvimos una pequeña discusión. Naturalmente, yo quería verlo; pero él era terco como una mula, y, de pronto, yo estaba agotado, él me había agotado. 'De acuerdo', dije yo, 'no te miraré', y me volví hacia el espejo que hay en el armario, junto a la cama.

Comenzó muy rápidamente. Intenté seguirlo mirando a través del espejo para ver exactamente qué es lo que hacía. Sus brazos y sus manos giraban, así, y así, y así, y luego con un gesto rápido llegó al último movimiento de todos, te pones recto y extiendes los brazos y así, sabes, es como estaba. Y luego ¡no estaba! ¡No estaba! ¡No estaba! Me giré hacia él. ¡No había nada! Yo estaba solo, con las velas llameantes y la mente confusa. ¿Qué había ocurrido? ¿Había ocurrido algo? ¿Había estado soñando?... Y, luego, con una absurda nota tajante sobre todo el asunto, el reloj del descansillo decidió que era un buen momento para dar la u11a. ¡Así! ¡Ding! Y yo estaba muy serio y sobrio, todo el champán y el whisky se habían evaporado. Me sentía raro, sabéis ¡condenadamente raro! ¡Raro! ¡Dios mío!"

Miró la ceniza de su puro durante un momento. "Eso es todo lo que ocurrió", dijo.

"¿Y después te fuiste a la cama?" preguntó Evans.

"¿Qué otra cosa podía hacer?"

Miré a Wish a los ojos. Queríamos reírnos de él pero había algo, algo quizá en el tono de voz y las formas de Clayton que obstaculizó nuestro deseo.

"¿Y cómo eran los pases?" dijo Sanderson.

"Supongo que podría hacerlos ahora".

"¡Oh!" dijo Sanderson, sacó un cortaplumas y comenzó a ras­car los restos de tabaco de la cazoleta de su pipa.

"¿Por qué no los haces ahora?" dijo Sanderson, cerrando su cortaplumas con un ruido seco.

"Eso es lo que voy a hacer", dijo Clayton. "No funcionarán", dijo Evans.

"Si funcionan ..." sugerí.

"Sabes, preferiría que no lo hicieras", dijo Wish, estirando las piernas.

"¿Por qué?" preguntó Evans.

"Preferiría que no lo hiciera", dijo Wish.

"Pero si no los sabe hacer bien", dijo Sanderson, echando demasiado tabaco en su pipa.

"Da igual, preferiría que no lo hiciera:', dijo Wish.

Estuvimos  discutiendo  con Wish. El decía que si Clayton hacía  esos movimientos  era como reírse de un asunto serio.

"Pero, ¿no creerás...?" dije yo. Wish miró a Clayton que estaba mirando el fuego, considerando algo en su mente. "Sí que creo, bastante, en cualquier caso, sí que creo", dijo Wish.

"Clayton", dije yo, "mientes demasiado bien para nosotros. La mayor parte ha estado bien. Pero lo de la desaparición ... ha resultado ser convincente. Dinos, se trata de un cuento inven­ tado".

Se levantó sin prestarme atención, se colocó en medio de la alfombra que había delante de la chimenea y se dirigió hacia mí. Durante un instante, se miró los pies pensativamente y, luego, el resto del tiempo sus ojos estuvieron fijos en la pared opuesta con una expresión de concentración. Levantó lentamente  las  dos manos  a la altura de sus ojos y entonces  empezó...

Bien, Sanderson es francmasón, es miembro de la logia masónica de los Cuatro Reyes que con tanta habilidad se dedica al estudio y la elucidación de todos los misterios de la masonería pasada y presente y, de entre los estudiantes de esta logia, Sanderson no es ni mucho menos el más humilde. Sanderson siguió los movimientos de Clayton con un interés extraño refle­ jado en sus ojos rojos. "No está mal", dijo, cuando hubo acaba­ do. "Sabes, Clayton, realmente improvisas de una manera increíble. Pero te has olvidado de un detalle".

''Ya lo sé", dijo Clayton. "Creo que podría decirte cuál". "¿Y bien?"

"Éste", dijo Clayton, y giró y retorció y acometió de forma

extraña con las manos.

"Sí".

"Sabéis, eso es lo que él no conseguía hacer bien", dijo Clayton. "Pero, ¿cómo se ...?"

"No entiendo en absoluto la mayor parte de esta historia, par­ ticularmente la forma en que te lo has inventado", dijo Sanderson, "pero justamente esa parte, sí". Estuvo reflexionando. "Se trata de una serie de gestos conectados con una cierta rama de la masonería esotérica. Probablemente ya lo sepas. Porque si no... ¿cómo?" Siguió reflexionando un rato más. ''No creo que pueda hacerte ningún mal si te explico el giro correcto. Después de todo, si sabes, sabes, si no sabes, no sabes".

"Yo no sé nada", dijo Clayton, "sólo lo que al pobre diablo se le escapó anoche".

"Bien, de cualquier manera", dijo Sanderson, y dejó su pipa

de arcilla con mucho cuidado sobre el anaquel encima de la chimenea. Después comenzó a gesticular rápidamente con las manos.

"¿Así?" dijo Clayton, imitándolo.

"Así", dijo Sanderson, y volvió a coger la pipa.

"Ah, ahord', dijo Clayton, ''Ya lo puedo hacer, correctamente".   1  ,

Se colocó delante del tenue fuego y nos sonrió a todos. Pero creo que había una pequeña duda en su sonrisa. "Si empiezo..."dijo.

"Yo no empezaría", dijo Wish.

"¡No pasa nada!" dijo Evans. "La materia es indestructible. No creerás que un cuento de este tipo se va a llevar a Clayton al mundo de las tinieblas. ¡Faltaría más! En lo que a mí respecta, Clayton, puedes intentarlo hasta que los brazos se te caigan a la altura de las muñecas".

"No estoy de acuerdo", dijo Wish, y se levantó y puso el brazo sobre el hombro de Clayton. "De alguna manera, has hecho que me crea esa historia en parte y ¡no quiero verlo!"

"¡Válgame Dios!" dije yo, "¡Wish tiene miedo!"



"SL tengo miedo", dijo Wish, con una violencia real o admirablemente fingida. "Creo que si lleva a cabo esos movimientos se irá inmediatamente".

"No hará nada parecido", grité. "Sólo hay una manera de irse de este mundo para los hombres y a Clayton le faltan treinta años para eso. Además,... ¡Y un fantasma así! ¿Crees...?"

Wish se movió interrumpiéndome. Se alejó de las sillas donde estábamos sentados y se paró junto al cuadro y se quedó allí. "Clayton", dijo, "eres un tonto".

Clayton, con un brillo irónico en sus ojos, le sonrió de vuelta. ''Wish", dijo, "tiene razón y todos los demás estáis equivocados. Sí me iré. Voy a hacer todos los pases y, en cuanto silbe el último susurro en el aire, ¡prestoP esta alfombra quedará vacía, toda la habitación se quedará perpleja y un caballero vestido de forma respetable de noventa y cinco kilos se dejará caer en el mundo de las tinieblas. Estoy convencido. Y vosotros también lo estaréis. Me niego a discutir más. Pasemos a intentarlo".

"No",dijo Wish, y dio un paso y se detuvo, y Clayton levantó las manos una vez más para repetir los movimientos del fantasma. Sabéis, en ese momento estábamos todos ya en un estado de tensión, debido principalmente al comportamiento de Wish

Estábamos todos sentados mirando a Clayton, yo, al menos, tenía una especie de sensación de tensión y rigidez, como si mi cuerpo se hubiera vuelto de acero desde la parte posterior de la cabeza hasta la mitad de los muslos. Y allí, con una solemnidad de imperturbable serenidad, Clayton dobló y meneó y agitó los brazos y las manos delante de nosotros. Según iba llegando al fmal, nos íbamos apiñando, los dientes nos castañeaban. El últi­ mo movimiento, como ya he dicho, era extendiendo los brazos, con la cara mirando hacia arriba. Y cuando por fm comenzó a realizar este movimiento final yo dejé incluso de respirar. Era ridículo, por supuesto, pero ya sabéis cómo es esa sensación cuando te cuentan un cuento de fantasmas. Acabábamos de cenar, en una extraña y vieja casa tenebrosa. ¿De verdad desa­ parecería, después de todo?

Clayton estuvo un buen rato con los brazos abiertos y la cara mirando hacia arriba, seguro de sí mismo y lleno de vida, ilumi­ nado por la lámpara que estaba colgada. Aquel momento pareció durar una eternidad y luego todos emitimos una exhalación que era medio un suspiro de alivio infmito, medio un "¡No!" reafir­ mante. Ya que, estaba claro que no se iba a ir.No era más que una tontería . Nos había contado una historia vacía y la había exagera­ do tanto que casi nos había convencido, ¡eso era todo!... Y, entonces, en ese momento el rostro de Clayton cambió.

Cambió. Cambió como cambia una casa iluminada  cuando las luces se apagan repentinamente .De pronto, sus ojos eran unos ojos que estaban fijos, su sonrisa se había congelado en sus labios, y se quedó allí quieto. Se quedó allL balanceándose muy dulcemente.

Aquel momento, también, duró una eternidad. Y, entonces, sabéis qué, empezaron a caer cosas, las sillas se desmontaron y todos nosotros comenzamos a movernos. Sus rodillas parecía que estaban cediendo y se cayó hacia delante y Evans se levantó y lo cogió en sus brazos...

Todos  nos  quedamos  asombrados.  Durante  un  minuto

supongo que nadie dijo nada coherente. Todos nos lo creímos, aunque no nos lo podíamos creer... Cuando salí de mi confusa estupefacción me encontré arrodillado a su lado, su chaleco y su camisa estaban rasgados y Sanderson tenía la mano sobre su corazón ...

Bueno, aquel simple hecho que teníamos delante bien podía esperarse hasta que estuviéramos preparados;  no había prisa  en que comprendiéramos. Se quedó allí durante una hora y hasta el día de hoy llena mi memoria, negro y asombroso todavía. Clayton había pasado, de hecho, al mundo que está tan cerca y tan lejos de nuestro propio mundo y había ido hasta allí por el único camino que un hombre mortal puede tomar. Pero yo no puedo juzgar si pasó allí por el conjuro de aquel pobre fantasma o si le dio un ataque al corazón repentino en mitad de una historia sin sentido como nos hizo creer el jurado del juez de instrucción; simple­ mente, se trata de uno de esos enigmas inexplicables  que deberá

permanecer  sin resolver hasta que llegue la solución final de todas las cosas.Todo lo que sé con certeza es que, en el mismo momen­to, en el mismo instante en que concluyó aquellos pases, Clayton cambió y se tambaleó y se cayó delante de nosotros -¡muerto!