Una ilusión rojiza
Escrito por: Ángeles Mastretta
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Recuerdo la luz rojiza yendo y viniendo en la breve oscuridad de la madrugada. El árbol de entonces tenía unas luces como velas que al calentarse hacían burbujas. No sé si fue mi hermana quien gritó el “¡ya llegaron!”. Es probable, porque ella siempre ha sido acertada. Entonces se dormía de golpe al principio mientras yo despertaba varias veces al empezar la noche y luego me quedaba, por fin, exhausta. Había un placer grande en hacerse del privilegio de llamar a los demás, de ser quien descubría los zapatos en la punta de los regalos y un silencio iluminado sobre ellos y el mundo expectante. Ahora imagino que todo parecía saber que en ese silencio había un mundo de emociones en vilo. Tras el llamado, los demás hermanos bajábamos corriendo y una sensación de plenitud lo envolvía todo. Así lo recuerdo. Hay, entre las seis noches que habrá de memoria en torno a esos días, porque a los cuatro empieza a tejerse la memoria y a los diez se acabó la fe en el milagro, una que recuerdo mejor. Fue la noche de las muñecas con trenzas y el tren el eléctrico. ¿Habrán sido la misma vez? Dos muñecas. Una de pelo negro y otra de pelo rubio. Una de Verónica y otra mía. ¿Cuántos años tendríamos? ¿Ocho? ¿Siete? Estoy viendo a Verónica con los labios apretados jaloneando la caja para sacar a la morena.
Cuando trajeron el tren eléctrico el más entusiasmado era mi papá. No puedo pensar en ese tren sin pensarlo. Así como no puedo pensar en el día de Reyes sin pensar en mi mamá. Sé que el esfuerzo de buscar los juguetes, cargarlos, encontrar el mejor precio, fue siempre de ella. Imagino que mi papá la ayudaba a colocar lo que iba junto a cada zapato, los invoco a los dos poniendo los juguetes, mirando cómo les había quedado toda la escenografía que encontraríamos sus hijos al día siguiente. Y los bendigo.
Unas cosas se nos quedan en la memoria como fotos, otras como videos, otras como párrafos de un libro, cómo poemas, como cuentos. Casi ningún recuerdo es del tamaño de una novela. Como no sean un recuerdo de Proust, los recuerdos duran segundos o minutos, a veces son una obsesión de horas, pero siempre son a saltos. Ponerlos cerca y tejer un libro es un reto que pocas veces resulta un prodigio. Creo, a propósito de la reciente pasión de MCJ, que Canetti lo consigue de maravilla.
“Los Santos Reyes son los papás”, dijo alguien o dijeron uno tras otros varios de los niños entre los que crecí. Ya no era muy chica. Tenía diez años. Edad en la que ahora es imposible seguir creyendo que del cielo bajan unos reyes con regalos. ¿Hasta qué edad creerán ahora los niños en los Reyes Magos? Mis hijos llegaron como hasta los ocho y siete. En parte fue mi culpa porque ellos se adelantaron a Puebla con uno de mis hermanos y yo los alcancé con los juguetes en la cajuela de mi coche. Mateo y Arturo, que tenían eso, como nueve años, hurgaron por ahí y al encontrar las bicis le fueron a contar a Catalina que ahí estaba la prueba de que yo era los Santos Reyes y la afligieron muchísimo. “¿Cómo no me lo dijiste?”, le pregunté hace poco. “Yo te hubiera inventado que las bicis las traía yo, pero que ellos traerían algo más”. “No te lo dije porque Mateo me pidió que no te quitara la ilusión”.
"Una ilusión rojiza" escrito por Ángeles Mastretta, incluido en el libro "la emoción de las cosas", editado por Seix Barral en el año 2013, con la locución de Georgina Rios Florean, música basada en "enchanted journey" de Kevin Macleod. "Una ilusión rojiza"
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