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martes, 13 de marzo de 2018

Mi pueblo y El pueblo quieto con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar

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El libro "Mi pueblo" de García Lorca es un conjunto de recuerdos y reflexiones que el poeta escribió acerca de su lugar de origen, el lugar de su infancia, el lugar de sus primeras impresiones. Un mundo congelado en su memoria al que mira restrospectivamente, encontrando esencias. 

Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, un pueblecito de la comarca de la Vega de Granada, Andalucía. ¿Cuáles son tus sensaciones al recordar el lugar y los personajes de tu infancia?

No son propiamente cuentos sino relatos que demuestran la mente sensible y la agudeza de la reflexión. No son filosofías, sino descripciones de una realidad compartida por todos, pero vista desde otro lado. Los textos en Mi pueblo de García Lorca enseñan al lector que se trata de un escritor que ve el mundo desde un lugar muy aparte de la masa. “Desde el otro lado” diría Julio Cortazar.


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“Mi pueblo” y “El pueblo quieto”, de Federico García Lorca, están incluidos en el libro “Mi pueblo” editado por Kliczkowski en al año 2005, con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar, y música basada en “Andantino en Sol mayor” y ”Sonata nº5” de Ferdinando Carulli.

LEELO



Mi pueblo 


Cuando yo era niño vivía en un pueblecito 
muy callado y oloroso de la vega de 
Granada. Todo lo que en él ocurría y todos 
sus sentires pasan hoy por mí, velados por la 
nostalgia de la niñez y por el tiempo. Yo quiero 
decir lo que sentía de su vida y de sus leyendas. Yo 
quiero expresar lo que pasó por mí a través de 
otro temperamento. Yo ansío referir las lejanas 
modulaciones de mi otro corazón. Esto que yo hago 
es puro sentimiento y vago recuerdo de mi alma de 
cristaL.. Todas las figuras que desfilen por estas 
hojas desabridas, unas habrán muerto, otras están ya 
transformadas y el pueblo es otro completamente 
distinto ... El monstruo de la política le quitó su 
virginidad y su luz. En ese pueblo yo nací y se 
despertó mi corazón. En ese pueblo tuve mi primer 
ensueño de lejanías. En ese pueblo yo seré tierra y 
flores ... Sus calles, sus gentes, sus costumbres, su 
poesía y su maldad serán como el andamio donde 
anidarán mis ideas de niño, fundidas en el crisol de 
la pubertad. Oíd ...



El pueblo quieto 

El caserío es pequeño y blanco y está todo 
besado de humedad. El agua de los ríos al 
evaporarse le cubre de gasas frías en las 
mañanas; tan de plata y níquel, que cuando sale el 
sol desde lejos parece una gran piedra preciosa. 
Luego, a mediodía, las nieblas se disipan y se le ve 
dormido sobre una manta de verdor. La torre de la 
iglesia es tan baja que no sobresale del caserío y 
cuando suenan las campanas parece que lo hacen 
desde el corazón de la tierra. Está rodeado de 
chopos que se ríen, cantan y son palacios de pájaros 
y de sauces y zarzales que en el verano dan frutos 
dulces y peligrosos de coger. Al aproximarse hay 
gran olor de hinojos y apio silvestre que vive en las 
acequias besando al agua. En verano el olor es de 
paja que en las noches, con la luna, las estrellas, y 
los rosales en flor, forman una esencia divina que 
hace pensar en el espíritu que la formó. En esas 
noches las mozas suspiran pensando en los ojos que 
serán luz de su vida. En esas noches los hombres 
sienten más los bordoneos sangrientos de una 
guitarra. En esas noches las viejas sentadas en sus 
puertas cuchichean historias pasadas y aconsejan a 
alguna muchacha en su amor. En el invierno los 
chopos están sin voces y el olor es de agua 
estancada y de paja quemada en los hogares ... El 
pueblo está formado por una gran plaza bordada 
con bancos y álamos y varias callej as oscuras y 
miedosas en las que el invierno pone los fantasmas 
y las marimantas. La plaza es alargada y en un lado 
está la iglesia con sus frisos de nidos y avisperos. 
En la puerta hay una cruz de madera como un 
farol cubierto de telarañas cercada de laureles y 
enredaderas. Coronando la fachada está la Virgen 
de las Paridas con su niño en brazos, carcomida por 
la humedad y cargada de exvotos y medallas. Las 
gentes la tienen mucha fe y cuando alguna mujer 
está santificada por el peso augusto de una vida 
futura, va y reza delante de la estatua para que 
aquella vida salga a la luz sin llevársela a la 
eternidad. Enfrente de la iglesia está la casa donde 
yo nací. Es grande, pesada, majestuosa en su 
vejez ... Tiene un escudo en el portalón y unas 
rejas que suenan a campanas. Cuando niño, mis 
amiguitos y yo tocábamos en ellas con una barra de 
hierro y su sonar nos volvía locos de alegría y 
simulábamos tocar a fuego, a muerto y a bautizos ... 
Por dentro la casa es fea y baja. En sus balcones las 
niñas de la enseñanza decían versos y cantares 
cuando pasaba la Virgen del Amor Hermoso, y yo 
era rey con una bengala en la mano ... Las demás 
casas de la plaza son bajas y hondas. En ellas dormí 
en brazos cálidos de mozuelas durante la hora de la 
siesta y muchas veces comí Ias santas migas de 
maíz sentado alrededor de la sartén y acariciado por 
las gentes que las vivían [sic]. La plaza siempre 
está muda; únicamente el eterno cantar de la fuente 
turba su silencio religioso ... La fuente es baja y 
tiene cuatro sonidos de agua fresca y pura. Por las 
tardes las mozuelas, muy compuestas y con 
manojos de flores en el pecho, van por agua con el 
cántaro a la cintura. Casi todas son robustas y 
encarnadas y llevan pañuelos de colores brillantes 
en el cuello. Sus manos las tienen encallecidas y sus 
pies son deformes por las grandes caminatas a 
través de los campos en busca de espigas. A puestas
del sol, la fuente se cubre de risas y de cantos que 
apagan el hablar solemne del agua y las mozuelas 
son la alegría y el encanto de la muerta plaza. Pero 
cuando llega la noche la fuente canta más alto y el 
aire tiene un extraño temblor de misterio. Las 
puertas se van cerrando una a una y si alguien cruza 
sus pasos suenan como si andara violento sobre el 
agua de un aljibe ... Todas las casas son iguales y 
con igual ajuar. Todas las pasiones son iguales. 
Todos los días son del mismo color... El sonido 
matinal del pueblo es de' sonar campanillas y 
relinchar potros; el de la tarde es de risas de mujeres 
y cantar de niñas; y el de la noche es de tremolar de 
grillos y girar de puertas. La fuente es sonido 
eterno. En la plaza hay un prado donde las mujeres 
tienden la inmaculada ropa al sol y donde los 
chiquillos se revuelcan como potrillos salvajes al 
salir de la escuela. En la primavera se cubre de 
margaritas, que son pasto delicioso de gallinas y 
lechones, y cuando el sol llena de luz y calor al 
pueblo, se ve invadido de una legión de niñas que 
hacen rondones y de niños que juegan al salto de la 
muerte. Las demás calles del lugar son estrechas, 
pendientes y sombrías ... En una de esas calles hay 
una rej a que fue guardiana de un gran amor y que 
después presenció una gran tragedia ... Mi madre, al 
pasar por allí, me contaba la historia. Era una 
muchacha que estaba locamente enamorada de dos 
a la vez y que a los dos correspondía con su afecto. 
Hasta que un día uno de los amantes se enteró de lo 
que pasaba y en abril de un año ya lejano la noche 
del viernes santo y cuando pasaba por allí la 
procesión de la Dolorosa, ella se asomó para veda 
pasar y él, abrazado a la rej a donde tanto había 
gozado, se atravesó el corazón con un puñal... 
Siempre que transitaba por esa calle, aquella 
ventana tenía un misterio y un encanto trágico 
que me hacía pensar en el fuerte enamoramiento 
de aquel desdichado y nobilísimo campesino. 
Las leyendas que guardan el poblacho son todas 
vulgares, pero de una vulgaridad infantil y honrada. 
Hombres que se mataron, muchachas que murieron 
consumidas de amor, galanes que robaron en 
noches de arrebato para huir con sus novias ... todo 
esto es lo que cuentan las viejas que saben de 
la historia del pueblo. Yo lo escuchaba antes con 
verdadero placer y sufría con los que en esas 
leyendas sufrían y que en ellas hacían sufrir, porque 
odiaba a los que tenían el corazón de piedra ... Hoy 
todo aquello pasó. Hoy mi alma siente ya otras 
cosas más complicadas. Hoy de niño campesino me 
he convertido en señorito de ciudad ... pero nunca 
olvido al pueblo y por eso escribo mis antiguos 
sentires, que eran perfumados por los habares en 
flor y por las noches oscuras del invierno.

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