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martes, 18 de diciembre de 2018

El ruiseñor con locución de Andrés Martínez Rodríguez

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El ruiseñor 

Como sabes, el Emperador de China es chino y chinos son todos sus súbditos. De esto hace
muchos años, pero justo por ello merece escucharse la historia antes de que se olvide.

El palacio del Emperador era el más espléndido del mundo, todo él de la porcelana más fina, tan preciosa pero tan frágil y tan difícil de tocarse, que toda precaución era poca. En el jardín se veían las flores más espléndidas y las más extraordinarias tenían atadas campanillas de plata que tintineaban para que no se pasase ante ellas sin observarlas. Sí, todo era sumamente ingenioso en el jardín del emperador y se extendía tanto que el mismo jardinero desconocía su final.

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Caso de alcanzarlo, se llegaba al bosque más encantador con altos árboles y lagos profundos. El
bosque descendía hasta el mar, que era azul y hondo. Grandes navíos podían navegar bajo las ramas y en éstas vivía un ruiseñor que cantaba que era una bendición e incluso el pobre pescador, que tantos quebraderos de cabeza tenía, se paraba a escuchar cuando salía por la noche a recoger las redes y oía al ruiseñor.

-¡Dios mío, qué hermosura de canto! -decía, pero tenía que atender a sus faenas y olvidaba al pájaro. Pero la siguiente noche, cuando cantaba de nuevo y el pescador había salido, repetía:

-¡Dios mío, qué hermosura!

De todos los países del mundo venían viajeros a la capital del Emperador, la que admiraban tanto como el palacio y el jardín, pero cuando oían al ruiseñor, todos decían:

-¡Pero esto es lo mejor!

y los viajeros lo contaban a su regreso y los sabios escribieron muchos libros sobre la ciudad, el palacio y el jardín, pero no olvidaban al ruiseñor, que era considerado lo más importante; y los poetas escribieron los poemas más inspirados sobre el ruiseñor en el bosque junto al hondo mar.

Los libros dieron la vuelta al mundo y algunos llegaron también al Emperador. Sentado en su trono de oro leía y leía y a cada instante movía la cabeza afirmativamente, porque le complacía leer las espléndidas descripciones de la ciudad, el palacio y el jardín. «Pero el ruiseñor, sin embargo, es lo mejor», se leía allí.

-¿Qué es esto? -gritó el Emperador-. ¿El ruiseñor? [No sé una palabra de él! Hay un pájaro semejante en mi Imperio, y lo que es más, en mi jardín, del que jamás he oído. ¡Y tengo que enterarme leyéndolo en un libro!

Y entonces llamó a su camarero mayor, que era tan distinguido que cuando alguien inferior a él se atrevía a hablarle o a preguntarle algo, no contestaba más que:

-¡P! -que no significaba nada.

-¡Tenemos un pájaro extraordinario llamado ruiseñor! -dijo el Emperador-. Dicen que es lo mejor que existe en todo mi reino. ¿Por qué no se me ha dicho nunca nada de él?

-Jamás he oído ese nombre -dijo el camarero mayor-o Nunca ha sido presentado a la Corte.

-Ordeno que venga aquí esta noche y cante para mí -dijo el Emperador-. ¡El mundo entero conoce lo que tengo, menos yo!

-Jamás he oído ese nombre -dijo el camarero mayor-o [Lo buscaré y lo encontraré!
¿Pero dónde? El camarero mayor subió y bajó todas las escaleras, atravesó salas y pasillos.
Nadie de los que en ellos se tropezó había oído del ruiseñor y el camarero mayor acudió de nuevo al Emperador y dijo que probablemente era una fábula de los que escriben libros.

-Vuestra Majestad Imperial no debe creer todo lo que se escribe. Son invenciones y algo que llaman magia negra.

-Pero el libro donde lo he leído -dijo el Emperador- me lo ha enviado el poderoso Emperador del Japón y por lo tanto no puede contener falsedades. ¡Quiero oír al ruiseñor!
¡Tiene que estar aquí esta noche! Es mi imperial deseo. ¡Y si no aparece, toda la Corte recibirá patadas en la barriga después de cenar!

-¡Tsing-Pe! -dijo el camarero mayor y se fue corriendo arriba y abajo por todas las escaleras, por todas las salas y pasillos, y media Corte corrió con él, porque la idea de los golpes en la barriga no les apetecía nada. Todos preguntaban por el extraordinario ruiseñor, conocido en el mundo entero, pero que nadie conocía en la Corte.

Al final dieron con una pobre moza de cocina, que dijo:

-¡Dios mío, el ruiseñor! Pues claro que lo conozco. ¡Sí, cómo canta! Todas las noches tengo licencia para llevar a casa unas pocas sobras de la mesa a mi pobre madre enferma, que vive cerca de la playa; y al regresar estoy tan cansada que me tiendo a descansar en el bosque. Entonces oigo al ruiseñor. Se me llenan los ojos de lágrimas, como si me besase mi madre.

-Pequeña -dijo el camarero mayor-, te conseguiré un empleo fijo en la cocina y permiso para ver comer al Emperador si nos llevas al ruiseñor, porque está citado para esta noche.

Y marcharon al bosque .donde el ruiseñor solía cantar; media Corte estaba presente. No hicieron más que llegar, cuando comenzó a mugir una vaca.

-¡Oh! -dijo un gentilhombre-, ¡ya lo tenemos! [Pero qué potencia más extraordinaria para un animal tan pequeño! Estoy seguro de haberlo oído antes.

-¡No, es la vaca que muge! -dijo la pequeña pincha-o Todavía nos falta para llegar al sitio.

Las ranas croaron entonces en el pantano.
-¡Delicioso! -dijo el capellán imperial chino-o Ya lo oigo. Suena como campanillas de iglesia.

-¡Quiá, si son las ranas! -dijo la moza-o Pero creo que pronto lo oiremos.

Entonces comenzó el ruiseñor a cantar.
-jÉse es! -dijo la muchachita-o jOigan, oigan! Está posado allí -y señaló a un pajarito gris en lo alto de las ramas.

-¿Es posible? -dijo el camarero mayor-o Nunca lo hubiera imaginado así. jQué aspecto más sencillo! Sin duda ha perdido el color al ver tantos personajes distinguidos como han venido a verlo.

-jRuiseñorcito! -dijo a gritos la pequeña-, ¡nuestro gracioso Emperador desea que cantes
para él!

-jCon mil amores! -dijo el ruiseñor y lo dijo cantando que era un gozo.

-jParecen campanas de cristal! -dijo el camarero mayor-o ¡Cómo funciona su pequeña garganta! Es incomprensible que nunca lo hayamos oído. Será un gran éxito en la Corte.

-¿Tengo que cantar de nuevo para el Emperador? -dijo el ruiseñor, que creía que el Emperador estaba presente.

-jMi fabuloso, pequeño ruiseñor! -dijo el camarero mayor-, tengo el grato honor de convocaros a una fiesta de la Corte esta noche, en la que tendréis ocasión de fascinar a Su Majestad Imperial con vuestro delicioso canto.

-Suena mejor al aire libre -dijo el ruiseñor.


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"El ruiseñor", de Hans Christian Andersen, forma parte del libro “Colección cuentos Alianza 100”, editado por Alianza, el año 1994, con locución de Andrés Martínez Rodríguez, y música basada en “Remaining still” de Organic Meditation Music.

Arquillos con locución de Andrés Martínez Rodríguez


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Arquillos

ERA fantástico. Decía:
-Anoche vi en el olivar un nido de gamusinos. 
y era verdad. Abríamos unos ojos grandes.

-Arquillos, ¿nos llevarás a verlos? Arquillos, ¿cómo son
los gamusinos? ¿ Tienen alas? ¿ Oyen? ¿ Quieren a los niños?

Arquillos sonreía. Y aquella sonrisa aquietaba nuestras
eludas.
-Arquillos, ¿ cuándo nos llevas a ver los gamusinos? 
Luego era otra cosa.

-He visto en el olivar una señora que me preguntó si 
erais buenos. Alta, muy hermosa, vestida como dama.

y al día siguiente.
-Arquillos, ¿has visto a la señora? ¿Te preguntó por 
nosotros? ¿Cómo era? ¿Nos llevarás a veda?

y Arquillos sonreía. Y de la sonrisa salía la señora viva 
y no daba miedo.


Algunas gentes decían que Arquillos estaba loco. No era 
más que guarda a sus ojos, pero a los nuestros su guardería 
encerraba todas las maravillas posibles. Inventaba sin daño, 
con gusto nuestro. Tenía en su sonrisa y en sus palabras las 
llaves de aquel mundo que, inexplicablemente, se nos iba 
alejando, yéndosenos de las manos. 

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"Arquillos", de José Antonio Muñoz Rojas, forma parte del libro “Las musarañas, colección de Cruz del Sur”, editado por Pre-textos, el año 2002, con locución de Andrés Martínez Rodríguez, y música basada en “Raindrops” de Sergey Kovchik.

El mundo con locución de Luis Martínez Reche

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EL mundo era ancho y maravilloso. O frío y desesperado. 

Uno era muy pequeño al lado de los altos muros, de las grandes ancas, de los hombros o de las manos de ciertas personas. Tampoco estaba claro lo de las mujeres y los hombres, aunque pareciera tan natural. Por ejemplo, la aspereza en la barba de los hombres y la piel finísima de las mujeres y el misterio de sus ropas, de sus brazos y sus cabellos. Cuando se soltaban los cabellos, empezaban a peinarselos y se los recogían caudalosamente daba gusto estarse mirándolas. Tenían mucho misterio y muy impenetrable. 

No cabía más que estarse quieto, ahora llega este olor, ahora se les forma este pliegue en el carrillo, ahora les sale un brillo en los ojos.


El mundo estaba lleno de muchas, muy diferentes y muy inexplicables cosas. Otra era que nos gustara estar al lado ciertas personas y hubiera otras que nos despidieran. O ponerse triste o alegre. ¿Por qué en ciertos días el aire no pesaba y todo iba ligero y los pies saltaban solos y había otros sin gana de saltar ni de nada ni de nada? Luego hahía cosas mal hechas, como el frío y la necesidad para los pobres y otros dulces, como algunas coplas que se alzaban en el aire, y se abatían embriagadoramente sobre nosotros.
Y una mano incesante que nos empujaba y un latir dentro que no paraba, agitado o tranquilo, según fuera viniendo la vida. 

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"El mundo", de José Antonio Muñoz Rojas, forma parte del libro “Las musarañas, colección de Cruz del Sur”, editado por Pre-textos, el año 2002, con locución de Luis Martínez Reche, y música basada en “The prophet's dream” de Viktor Séthy.

El paraguas de algodón azul con locución de Paqui Padilla

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El paraguas de algodón azul

No le queda sino el tiempo necesario para dejar el sendero y correr por el prado hacia los copudos árboles. Pero éstos están todavía demasiado lejos. No pueden andar ya Paulina ni Pedro. Desfalleciendo de amor se dejan caer en medio del prado, sobre la roja hierba y las abrasadas flores, debajo del paraguas de Paulina, que ésta abre cuan grande es.

Si nadie viene por el sendero, el paraguas de algodón azul permanece inmóvil.

Pero alguien se acerca.

En el acto Paulina pone en movimiento el paraguas, cuyo mango hace girar con las extremidades de los dedos, mientras que Pedro permanece desocupado.

Gira el paraguas sobre las puntas de las varillas de ballena, y dócil, con el mango siempre en línea, amenazador, según el continente del curioso viajero, se da prisa o se mueve con lentitud.

Cubre a los amantes, los protege, los envuelve con su horadada sombra, pues las blancas agujas del sol abren agujeros aquí y allá.

Luego se detiene.

El viajero, incitado momentáneamente y encorvado de nuevo bajo el sofocante calor para continuar su camino, no ha visto sino cuatro pies entrelazados que sobresaltan un poco.

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"El paraguas de algodón azul", de Jules Renard, forma parte del libro “La linterna sorda”, editado por Baile del Sol, el año 2011, con locución de Paqui Padilla, y música basada en “Enchanted Journey” de Kevin Macleod.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Infancia con locución de Andrés Martínez Rodríguez


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Rozaduras en las rodillas. Turrón para los Reyes Magos. La nana Donata secándose el pelo junto a la estufa de carbón. Nieve. Una trenca con botones de colmillo. Valentina, una sabihonda, es un pelma el Capitán. Zapatillas de paño. Pan con chocolate. Y a ese gran Locomotoro no lo podemos aguantar. Naftalina en el ropero. Peces naranja en el estanque del Retiro. Señorita, me hago pis. Unas botas katiuskas para jugar en los charcos. Olor a leche hirviendo, a café, a sábanas recién lavadas, a la masa de las rosquillas. Niebla. La conquista del inodoro. Ya lo entenderás cuando seas mayor. Garbanzos fritos. El asfalto derretido por el sol del medio día. Vamos a cantar la canción del tres. Misas eternas en la iglesia de Santiago. Cromos de futbolistas. ¿Cuántos son tres? Una alfombra de pelusas blancas. La marca del moreno en los brazos. Nubes encendidas en el cielo que se apaga.


Rubén Abella, Los ojos de los peces
"Infancia", de Rubén Abella, forma parte del libro “Los ojos de los peces”, editado por Menos Cuarto, el año 2010, con locución de Andrés Martínez Rodríguez, y música basada en “Raindrops” de Sergey Kovchik.

Hay un camino con locución de Lorena Mulero López


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Escucha:
Hay un camino. Comienza más allá de los enebros, pero si lo buscas durante el día no lo encontrarás. Espera la llegada de la tarde, y refúgiate en el pabellón con una jarra de té, una alfombra y unos cuantos libros. Así esperarás la llegada de la noche. Cuando el té se quede frío, desenrolla la alfombra y siéntate en el centro: sus dibujos te protegerán contra los malos espíritus. Los libros distraerán tu mente. Elige libros de poesía o de historias caballerescas, pero evita la filosofía o los tratados morales, que estropean la digestión y agrían el carácter. Déjate llevar por los senderos de las historias, degusta con delectación los nombres de los países inventados.
Contempla las flores imaginarias, enamórate de las damiselas de papel. Al mismo tiempo, espía la aparición de la primera estrella. Cuando oigas el grito del pájaro de la noche, ponte en pie y camina hasta el extremo del jardín.
Entonces lo verás. Presta atención, porque el camino se abre una vez nada más. Tómalo, no mires atrás. La vida sólo es para los valientes.

Andrés Ibáñez

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"Hay un camino", de Andrés Ibáñez, forma parte del libro “El perfume de Cardamomo”, editado por Impedimenta en Madrid el año 2.008, con locución de Lorena Mulero López, y música basada en “Looking at the stars” de Esther García.

Fragilidad de los vampiros con locución de Esther Sánchez Martín

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Algunas veces cazamos vampiros. No son repulsivos ni malvados, como cuentan las leyendas y predican las moralejas. Tampoco asumen formas humanas, ni muerden el cuello de las mujeres hermosas para darles un placer que humilla a todos los varones mortales. No parecen fuertes y no besan con labios, ni atacan con colmillos. Al contrario: son delicados como telas de araña y pequeños como luciérnagas.

Para atraparlos hay que esperar desnudos en la oscuridad y adelantar al vacío una red pálida y furiosa. El blanco de la piel o de los ojos o de los dientes, las reverberaciones lunares de la red, los marean. El olor del cuerpo sin ropas los conduce, la fantasía del cazador los abraza con ardiente silencio. Es fácil entonces asirlos entre las yemas de los dedos para devorarlos o encerrarlos en frascos transparentes. Algunos los esconden entre los vellos del pubis, otros los disuelven en jugo de adormideras para que el significado de sus sueños exceda la miseria de los días que mueren. Otros se vuelven vampiros también ellos: criaturas de belleza incomprensible, víctimas de los nuevos cazadores que aguardan, los cuerpos irradiantes como lámparas.

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"Fragilidad de los vampiros", de María Rosa Lojo, forma parte del libro “Por favor sea breve, Antología de microrrelatos”, editado por Páginas de Espuma, el año 2009, con locución de Esther Sánchez Martín, y música basada en “Memory of her” de Tairovic Goran.

El perro que comía silencio con locución de Rita Pérez

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El perro que comía silencio.

Hubo un tiempo en que me llamé Croqueta. Así me llamaba mi amo. Mentecato lo llamaba yo a él, pero eso nunca lo supo. Ahora me gritan chucho. A mí me gusta titularme Zorba, el perro. Y sí, soy un perro free lance de pueblo. Tardé en darme cuenta de que esta vez solo sería eso. No ponía huevos, tampoco tenía cuernos, ni hablar de hacer patinaje sobre hielo. Al poco de nacer me abandonaron en un vertedero. Allí me recogió don Mentecato y me apadrinó prometiendo cuidarme toda mi perra y su aún más perra vida, pero como era de esperar no cumplió su palabra y no se lo reprocho. Viene a mi mente la frase «Errar es humano, perdonar es perruno». A lo largo de mi vida he comprendido que casi ningún hombre tiene palabra, pero todos tienen silencios y eso es lo esencial. Es muy difícil mentir con el silencio. Para mí es un recurso natural, como el agua. Hay días en que solo me alimento de eso, y claro, así estoy también flaco como perro; o como bromearía mi compadre pastor alemán: no es que sea fl aco, es que tengo los huesos bien afuera. Además parezco de gamuza con la tiña que agarré al revolcarme con una perrita choca de los suburbios y que me da un look bohemio. Mis silencios preferidos son el silencio del hueso y el silencio de los enamorados que huele a bistec y anhelo. En cambio el silencio de los cónyuges suele ser turbio y estrecho y no es solo uno compartido, sino al menos dos, por lo general antagónicos. A mí personalmente me ponen la carne de gallina y eso bien se sabe que para un can no es nada bueno. Soy zurdo convencido. Meneo la cola con ofi cio de izquierda a derecha, me despierto de izquierda a derecha y si el tiempo me permite elegir planto preferentemente el mordiscón en el muslo izquierdo del masticable contrincante. ¿Que por qué me fascinan los gatos? Porque son algo así como el resumen de la noche, sobre todo los negros. Pienso que si logro fi nalmente despedazar a alguno liberaré todos los amaneceres que contiene. Soy re patiperro, creo en el espacio abierto y en la posibilidad de las esquinas.

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"El perro que comía silencio", de Isabel Mellado, forma parte del libro “Mar de pirañas”, editado por Menos Cuarto, el año 2012, con locución de Rita Pérez, y música basada en “Sunset” de Ken Verheecke.

Dos con locución de Judith Castro Moya-Angeler

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Historias mínimas (II)

Mujer tejiendo junto a la ventana. Inesperadamente, entra en la habitación un NIÑO, sosteniendo algo en el hueco de la mano.

NIÑO. Madre, mira qué te traigo.
MADRE. ¿Qué me traes?
NIÑO. Una luz.
MADRE. ¿Dónde estaba?
NIÑO. En la charca, debajo de la luna.
MADRE. ¿te vió alguien como la cogías?
NIÑO. No, nadie.
MADRE. Anda, préndemela pues en el pelo.

Pausa. El NIÑO se alza sobre la punta de los pies y prende la luz en el cabello de la MADRE. Por un instante, la MADRE deja de tejer y sonríe.

Javier Tomeo

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"Dos", de Javier Tomeo, forma parte del libro “Por favor sea breve, Antología de microrrelatos”, editado por Páginas de Espuma, el año 2009, con locución de Judith Castro Moya-Angeler, y música basada en “A wonderful story” de Esther García.


viernes, 14 de diciembre de 2018

Chuzos de punta con locución de Judith Castro Moya-Angeler

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El hombre del tiempo predijo una borrasca de letras “ene”. Salí a la calle y unas finas “enes” Times New Roman cuerpo siete mojaron mi pelo. Abrí los brazos y un chaparrón de Tahoma veinte en mayúsculas me caló entero. Emocionado, chapoteé en un charco de “enes” Courier New en negrita hasta que se pusieron en cursiva. Tras el aguacero, el viento alejó los oscuros nubarrones de Arial Black. Ahora brilla el sol y compruebo aterrado cómo comienzan a evaporarse las “enes” de los jardines, de los carteles, de los grafitis, incluso de los cue tos.





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"Chuzos de punta", de Manuel Espada, forma parte del libro “Mar de pirañas”, editado por Menos Cuarto, el año 2012, con locución de Judith Castro Moya-Angeler, y música basada en “MSsamps 27” de 3minutetunes.

Carta de un octogenario con locución de Luis Martínez Reche

Luis Martínez Reche

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Carta de un octogenario (I) 

Rebasados los ochenta, el anciano reflexiona en voz alta. La habitación en semi penumbra una tarde de verano es testigo mudo de los pensamientos que acuden a su mente. Los ojos acuosos y la voz débil es acompañada de un gesto significativo de la mano apuntala lo que cuenta: “Mi mujer murió cuando más falta nos hacíamos. Cuando llegados a esa edad donde los hijos ya vuelan solos y no es necesaria nuestra tutela, podíamos haber disfrutado de otra etapa de la vida, más sosegada, calmados los arrebatos pasionales y las locuras de juergas interminables acompañados del alcohol y partidas de cartas. El pesar por las cosas que no le dije en vida, la abnegación en el trabajo diario, su constancia por tener siempre a punto la organización de la casa. La ropa limpia, la comida en su punto… Me pesa el remordimiento porque ahora pasados los años me doy cuenta que mi vida no fue todo lo honesta como yo creía. No hay marcha atrás. No se puede rebobinar y devolver el pasado. Llevo muchos años solo, con mis recuerdos, que se hacen más nítidos conforme cumplo años. La compañía de un vaso de vino los hace aún más frescos. En esta situación la confesión de un viejo tiene escaso auditorio. Por eso agradezco doblemente tu compañía. Temo las tinieblas de la noche. Pienso que no veré el amanecer de otro día. La soledad del dormitorio arrebujado en invierno bajo gruesas mantas de lana. La urgencia a las llamadas de la incontinencia urinaria de una próstata cada vez más grande y dilatada. Escucho la radio y más que escucharla la tengo en la mesita de noche haciendo ruido en vano intento de compañía. Los días se suceden sin apenas atractivo que me estimule el aliciente y la ilusión por algo nuevo. Bueno, sí, espero impaciente que llegue el fin de semana para que venga mi hijo a verme. Lo hace invariablemente los últimos años desde que quedé solo. El ritual es siempre el mismo, pero aunque, igual, no deja de ser muy grato. Mi hijo me acompaña y escucha, no es la compañía que me gustaría tener, pero sé que su atención es desinteresada y honesta, que su cariño hacía mi es fuerte, al que correspondo. No somos ninguno de los dos, hombres de palabras huecas. El ideario político, aunque distante no es lo suficiente para crear tensiones. Por encima de la discusión está el cariño mutuo. Esa es otra paz que ha llegado con los años. En otro tiempo cuando los dos éramos más jóvenes e inmaduros cada uno en nuestra responsabilidad, los choques eran frecuentes. Quizás no acerté a ser buen padre y me pesó esa carga asumida a temprana edad. Pudo haber palabras, gestos y decisiones que enturbiaron nuestras relaciones. Ahora las contemplo en la distancia como parte de un tiempo absurdamente perdido. ¿Era necesario que me quedara solo para que afloraran los mejores sentimientos? Quizás. Cuando viene me prepara la comida que compartimos. Incluso me la deja etiquetada y empaquetada en el congelar, para que no tenga que acudir al restaurante. Es el afán que le impulsa para que disfrute más de la casa y no R 2 tenga que someterme a los menús diarios, que por repetidos terminas cansándote. Los aperitivos los hacemos sentados uno frente a otro tomando unos vasos de vino. Mi hijo prepara la comida alternando la elaboración de lo que prepara con la charla sobre política o temas de actualidad mientras tomamos el vino. Es un momento ciertamente feliz. El declive físico es evidente, pero lento. Pienso en la edad que tengo y me estremezco por lo bien que me encuentro. Rebasé hace algunos años los ochenta. Una cortina blancuzca cruza la pupila de los ojos. El oculista dice que es un principio de cataratas, pero que todavía no se pueden operar hasta que no estén más avanzadas. Ciertamente la vista es necesaria para conducir el coche, ver la televisión y atender las necesidades inmediatas, que tampoco son muchas. Me afeito con máquina eléctrica que me compró mi hijo, casi al tacto. Por lo que me quedan rodales de pelos que identifico mientras me paso las manos por la cara. En el gabinete sicológico que certifica mi aptitud para conducir, paso las pruebas sin problemas. Cuando firman mi papel que acredita que estoy “apto” será por algo ¡digo yo! A veces le doy un roce al coche. Casi siempre es en los giros, pero es que la gente deja el coche aparcado de cualquier manera. Conduzco para ir a comer al restaurante cercano. No está lejos pero sí lo suficiente para que no me apetezca ir andando. Sobre todo al término de la comida. El sopor que me produce el inicio de la digestión supone un inconveniente para andar. El ritual es siempre el 3 mismo. Suelo comer temprano. Saco el coche de la cochera y llego sin novedad al restaurante. Veo bien. La comida se inicia con una ensalada de tomate, cebolla y aceitunas y una botella de vino la que aligero con tres o cuatro vasos. No cae entera, pero le falta poco. Me gusta la sopa de fideos caliente. Me resucita. Luego un trozo de pescado o pechuga de pollo a la plancha constituye el segundo plato. Y de postre un flan casero que los hacen buenísimos. Reconozco que soy un galgo, que me gusta lo dulce. Me duele esa rutina. Pero no he tenido otro remedio que asimilarla”. La Torrecilla, 23 de julio de 2017

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"Carta de un octogenario", de Luis Martínez Reche, publicado en la revista "Cultura y Mujer", edición digital, de Lorca, con locución de Luis Martínez Reche, y música basada en “Mer calme” de Christian Dalmont.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Amor II con locución de María Manchón Quesada


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AMOR II


Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio ardor.
Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.









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"Amor 2", de Raúl Brasca, forma parte del libro “Por favor sea breve, Antología de microrrelatos”, editado por Páginas de Espuma, el año 2009, con locución de María Manchón Quesada, y música basada en “Rouge tekila” de Kaenel.


Amor I con locución de Miguel Antonio Berrueta Munévar

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AMOR I

A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está, su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras, muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.









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“Amor 1”, de Raul Brasca, forma parte del libro “Por favor sea breve, Antología de microrrelatos”, editado por Páginas de Espuma, el año 2009, con locución de Miguel Antonio Berrueta Munévar, y música basada en “Late night” de Artistico.