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"Camino" de Génesis García, relato ganador de la 3ª categoría del certamen homenaje a José Alberto Lario Bastida "El Flori", con locución de la autora, y música Leonell Cassio. Worth a try (ft. Serena Rutledge)
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Camino
Siete y media de la mañana. La radio del auto suena como a lo lejos, mi mente perdida en los pendientes del día, ignorando el ruido de fondo. Pero, de pronto, la voz de Laura Branigan llena mi pequeño Volvo y vuelvo a tener catorce años. La vida aún pinta prometedora, mi piel es lisa y tersa y mis pechos no han sufrido el suplicio de amamantar a cuatro hijos. De nuevo tengo catorce, los ojos brillantes y el corazón enloquecido por él, por Elías, por el que no me mira, pero me escribe cartitas y las esconde en mi escritorio. Catorce enloquecidos años y bailo sobre la mesa, con el pelo al viento y los gritos de Ximena, mi mejor amiga, alentándome con su voz de flauta desafinada.
Como extraño tener catorce y la simplicidad de una vida que parece no ser mía. Parece mentira que un día mis únicas preocupaciones fueron estudiar para los exámenes inentendibles de matemáticas y dibujar corazones en un cuaderno mientras cantaba Like a virgin de Madonna, soñando ser como ella y teñirme el cabello de rubio. Hoy tengo el cabello teñido de rubio, pero, no es por vanidad, es para esconder las cenizas que el tiempo ha pintado en mi cabello otrora rojo furioso.
Subo el volumen de la radio y canto a voz en grito en mi pésimo inglés, sin importarme que el chico del auto de junto me vea con cara de extrañeza. Él no lo entiende. Él no sabe lo que es tener cincuenta y tres, dos nietos y una hija a la que no veo porque dice odiarme. Él no sabe lo que es extrañar al marido
largamente perdido, a mis niños ahora adultos, mi juventud, mi madre, mis amigos, mi radio siempre encendida. Mi adorada radio, mi mejor compañera. Qué razón tenía Freddy Mercury cuando dijo que la radio podía hacernos sentir que volábamos, que era el mejor amigo de los adolescentes, que esperamos que nunca muera. No, por favor no mueras. El semáforo está de nuevo en verde y el sonido de las bocinas opaca ligeramente la voz de terciopelo de Laura. Oh, Laura, cuanta falta le hace al mundo una voz como la tuya.
Acelero antes que alguien baje a romper mis ventanas con un bate y los últimos acordes de Self Control suenan mientras me estaciono. Seco mis lágrimas y compruebo que mi tan sonado maquillaje a prueba de agua realmente lo sea antes de apearme y ponerme la máscara una vez más. De nuevo soy Carolina, la feliz; Carolina, la que no extraña tener catorce y sonreír de verdad; Carolina la que no tiene arrepentimientos ni depresión. Entro a la recepción y Sarita me saluda con su sonrisa estirada una y mil veces en el quirófano mientras alguna chiquilla insípida canta en los parlantes de la recepción.
“Buenos días, querida”, respondo, lanzando un beso al aire y prometiendo un almuerzo en el restaurante de moda. Sara jamás iría a ningún lugar que no esté de moda. “Buenos días”, repito a los pacientes que esperan en la minúscula sala de espera de la clínica.
“Buenos días”, me digo viéndome al espejo y calzándome la bata, preparándome para escuchar problemas ajenos, mientras mi mente se pasea de nuevo por los pasillos de mi liceo, caminando del brazo de Ximena mientras cantamos a todo pulmón, creyéndonos las dueñas del mundo, las amas de nuestro destino. El primer paciente me sonríe mientras entra a la consulta y se sienta frente a mí, preparándose para usarme como basurero emocional y dejarme todas sus preocupaciones, todos sus dolores, todos sus sueños rotos.
Como si no tuviera suficiente con los míos.
No importa, Freddy
lo dijo muy claro: Show must
go on.
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