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jueves, 15 de marzo de 2018

El Banquete con locución de Antonio Montoro

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SOBRE JULIO RAMÓN RIBEYRO


Julio Ramón Ribeyro Zúñiga (Santa Beatriz, Lima, 31 de agosto de 1929 - Lima, 4 de diciembre de 1994) fue un escritor peruano, considerado uno de los mejores cuentistas de la literatura latinoamericana. Es una figura destacada de la Generación del 50 de su país, a la que también pertenecen narradores como Mario Vargas Llosa, Enrique Congrains Martin y Carlos Eduardo Zavaleta. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, holandés y polaco. Aunque el mayor volumen de su obra lo constituye su cuentística, también destacó en otros géneros: novela, ensayo, teatro, diario y aforismo. En el año de 1994 (antes de su defunción) ganó el reconocido Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.





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“El Banquete”, de Julio Ramón Ribeyro, forma parte del libro “La palabra del mudo”, editado por Seix Barral en Barcelona, el año 2010, con locución de Antonio Montoro, y música basada en “Concierto para violín y orquesta nº1” de Niccolò Paganini.

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El banquete
Julio Ramón Ribeyro

Con dos meses de anticipación, don Fernando Pasamano había preparado los pormenores de este magno suceso. En primer término, su residencia hubo de sufrir una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar abajo algunos muros, agrandar las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las paredes.

Esta reforma trajo consigo otras y (como esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo) don Fernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del programa estaba previsto un concierto en el jardín, fue necesario construir un jardín. En quince días, una cuadrilla de jardineros japoneses edificaron, en lo que antes era una especie de huerta salvaje, un maravilloso jardín rococó donde había cipreses tallados, caminitos sin salida, una laguna de peces rojos, una gruta para las divinidades y un puente rústico de madera, que cruzaba sobre un torrente imaginario.

Lo más grande, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer, como la mayoría de la gente proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilonas provinciales en las cuales se mezcla la chicha con el whisky y se termina devorando los cuyes con la mano. Por esta razón sus ideas acerca de lo que debía servirse en un banquete al presidente, eran confusas. La parentela, convocada a un consejo especial, no hizo sino aumentar el desconcierto. Al fin, don Fernando decidió hacer una encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así pudo enterarse de que existían manjares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las viñas del mediodía.

Cuando todos estos detalles quedaron ultimados, don Fernando constató con cierta angustia que en ese banquete, al cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta mozos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine, había invertido toda su fortuna. Pero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción.

-Con una embajada en Europa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que canta un gallo (decía a su mujer). Yo no pido más. Soy un hombre modesto.

-Falta saber si el presidente vendrá (replicaba su mujer).

En efecto, había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación.

Le bastaba saber que era pariente del presidente (con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrar adulterino) para estar plenamente seguro que aceptaría. Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto.

-Encantado (le contestó el presidente). Me parece una magnifica idea.Pero por el momento me encuentro muy ocupado. Le confirmaré por escrito mi aceptación.

Don Fernando se puso a esperar la confirmación. Para combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas complementarias que le dieron a su mansión un aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su última idea fue ordenar la ejecución de un retrato del presidente (que un pintor copió de una fotografía) y que él hizo colocar en la parte más visible de su salón.

Al cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. Don Fernando, quien empezaba a inquietarse por la tardanza, tuvo la más grande alegría de su vida.

Aquel fue un día de fiesta, salió con su mujer al balcón par contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño bucólico esa memorable jornada. El paisaje, sin embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensibles, pues donde quiera que pusiera los ojos, don Fernando se veía a sí mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo donde (como en ciertos afiches turísticos) se confundían lo monumentos de las cuatro ciudades más importantes de Europa. Más lejos, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con su vagones cargados de oro. Y por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía las piernas de un cocote, el sombrero de una marquesa, los ojos de un tahitiana y absolutamente nada de su mujer.

El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales exageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.

Luego fueron llegando los automóviles. De su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombre de negocios, hombre inteligentes. Un portero les abría la verja, un ujier los anunciaba, un valet recibía sus prendas, y don Fernando, en medio del vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas.

Cuando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos se hacía una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. Escoltado por sus edecanes, penetró en la casa y don Fernando, olvidándose de las reglas de la etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los brazos con tanta simpatía que le dañó una de sus charreteras.
Repartidos por los salones, los pasillos, la terraza y el jardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y epigramas, los cuarenta cajones de whisky. Luego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas (la más grande, decorada con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombre ejemplares) y se comenzó a comer y a charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba de imponer inútilmente un aire vienés.

A mitad del banquete, cuando los vinos blancos del Rin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenzaban a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. La llegada del faisán los interrumpió y sólo al final, servido el champán, regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el café, para ahogarse definitivamente en las copas del coñac.

Don Fernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que él hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente sus confidencias. A pesar de haberse sentado, contra las reglas del protocolo, a la izquierda del agasajado, no encontraba el instante propicio para hacer un aparte. Para colmo, terminado el servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados y digestónicos y él, en su papel de anfitrión, se vio obligado a correr de grupos en grupo para reanimarlos con copas de mentas, palmaditas, puros y paradojas.

Al fin, cerca de medianoche, cuando ya el ministro de gobierno, ebrio, se había visto forzado a una aparatosa retirada, don Fernando logró conducir al presidente a la salida de música y allí, sentados en uno de esos canapés, que en la corte de Versalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslizó al oído su modesta.
-Pero no faltaba más (replicó el presidente). Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana, en consejo de ministros, propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Pasado mañana citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga.

Una hora después el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. Lo siguieron sus ministros, el congreso, etc., en el orden preestablecido por los usos y costumbres. A las dos de la mañana quedaban todavía merodeando por el bar algunos cortesanos que no ostentaban ningún título y que esperaban aún el descorchamiento de alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron solos don Fernando y su mujer. Cambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba entre los despojos de su inmenso festín. Por último se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad.

A las doce del día, don Fernando fue despertado por los gritos de su mujer. Al abrir los ojos le vio penetrar en el dormitorio con un periódico abierto entre las manos. Arrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una exclamación, se desvaneció sobre la cama. En la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.

Confusión con locución de Antonio Montoro

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JUAN JOSÉ MILLÁS
Confusión

Antes de que hubiera terminado de desenvolver el regalo de cumpleaños, sonó dentro del paquete un timbre: era un móvil. Lo cogí y oí que mi mujer me felicitaba con una carcajada desde el teléfono del dormitorio. Esa noche, ella quiso que habláramos de la vida: los años que llevábamos juntos y todo eso. Pero se empeñó en que lo hiciéramos por teléfono, de manera que se marchó al dormitorio y me llamó desde allí al cuarto de estar, donde permanecía yo con el trasto colocado en la cintura. Cuando acabamos la conversación, fui al dormitorio y la vi sentada en la cama, pensativa. Me dijo que acababa de hablar con su marido por teléfono y que estaba dudando si volver con él. Lo nuestro le producía culpa. Yo soy su único marido, así que interpreté aquello como una provocación sexual e hicimos el amor con la desesperación de dos adúlteros.Al día siguiente, estaba en la oficina, tomándome el bocadillo de media mañana, cuando sonó el móvil. Era ella, claro. Dijo que prefería confesarme que tenía un amante. Yo le seguí la corriente porque me pareció que aquel juego nos venía bien a los dos, de manera que le contesté que no se preocupara: habíamos resuelto otras crisis y resolveríamos ésta también. Por la noche, volvimos a hablar por teléfono, como el día anterior, y me contó que dentro de un rato iba a encontrarse con su amante. Aquello me excitó mucho, así que colgué enseguida, fui al dormitorio e hicimos el amor hasta el amanecer.


Toda la semana fue igual. El sábado, por fin, cuando nos encontramos en el dormitorio después de la conversación telefónica habitual, me dijo que me quería pero que tenía que dejarme porque su marido la necesitaba más que yo. Dicho esto, cogió la puerta, se fue y desde entonces el móvil no ha vuelto a sonar. Estoy confundido.

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"Confusión", de Juan José Millás, forma parte de la Antología de microrrelatos “Por favor sea breve 2” publicado por la Editorial Páginas de Espuma, en Madrid, año 2009, con locución de Antonio Montoro, y música basada en “Coffee Break” de Andrea Torti.

martes, 13 de marzo de 2018

Mi pueblo y El pueblo quieto con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar

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El libro "Mi pueblo" de García Lorca es un conjunto de recuerdos y reflexiones que el poeta escribió acerca de su lugar de origen, el lugar de su infancia, el lugar de sus primeras impresiones. Un mundo congelado en su memoria al que mira restrospectivamente, encontrando esencias. 

Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, un pueblecito de la comarca de la Vega de Granada, Andalucía. ¿Cuáles son tus sensaciones al recordar el lugar y los personajes de tu infancia?

No son propiamente cuentos sino relatos que demuestran la mente sensible y la agudeza de la reflexión. No son filosofías, sino descripciones de una realidad compartida por todos, pero vista desde otro lado. Los textos en Mi pueblo de García Lorca enseñan al lector que se trata de un escritor que ve el mundo desde un lugar muy aparte de la masa. “Desde el otro lado” diría Julio Cortazar.


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“Mi pueblo” y “El pueblo quieto”, de Federico García Lorca, están incluidos en el libro “Mi pueblo” editado por Kliczkowski en al año 2005, con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar, y música basada en “Andantino en Sol mayor” y ”Sonata nº5” de Ferdinando Carulli.

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Mi pueblo 


Cuando yo era niño vivía en un pueblecito 
muy callado y oloroso de la vega de 
Granada. Todo lo que en él ocurría y todos 
sus sentires pasan hoy por mí, velados por la 
nostalgia de la niñez y por el tiempo. Yo quiero 
decir lo que sentía de su vida y de sus leyendas. Yo 
quiero expresar lo que pasó por mí a través de 
otro temperamento. Yo ansío referir las lejanas 
modulaciones de mi otro corazón. Esto que yo hago 
es puro sentimiento y vago recuerdo de mi alma de 
cristaL.. Todas las figuras que desfilen por estas 
hojas desabridas, unas habrán muerto, otras están ya 
transformadas y el pueblo es otro completamente 
distinto ... El monstruo de la política le quitó su 
virginidad y su luz. En ese pueblo yo nací y se 
despertó mi corazón. En ese pueblo tuve mi primer 
ensueño de lejanías. En ese pueblo yo seré tierra y 
flores ... Sus calles, sus gentes, sus costumbres, su 
poesía y su maldad serán como el andamio donde 
anidarán mis ideas de niño, fundidas en el crisol de 
la pubertad. Oíd ...



El pueblo quieto 

El caserío es pequeño y blanco y está todo 
besado de humedad. El agua de los ríos al 
evaporarse le cubre de gasas frías en las 
mañanas; tan de plata y níquel, que cuando sale el 
sol desde lejos parece una gran piedra preciosa. 
Luego, a mediodía, las nieblas se disipan y se le ve 
dormido sobre una manta de verdor. La torre de la 
iglesia es tan baja que no sobresale del caserío y 
cuando suenan las campanas parece que lo hacen 
desde el corazón de la tierra. Está rodeado de 
chopos que se ríen, cantan y son palacios de pájaros 
y de sauces y zarzales que en el verano dan frutos 
dulces y peligrosos de coger. Al aproximarse hay 
gran olor de hinojos y apio silvestre que vive en las 
acequias besando al agua. En verano el olor es de 
paja que en las noches, con la luna, las estrellas, y 
los rosales en flor, forman una esencia divina que 
hace pensar en el espíritu que la formó. En esas 
noches las mozas suspiran pensando en los ojos que 
serán luz de su vida. En esas noches los hombres 
sienten más los bordoneos sangrientos de una 
guitarra. En esas noches las viejas sentadas en sus 
puertas cuchichean historias pasadas y aconsejan a 
alguna muchacha en su amor. En el invierno los 
chopos están sin voces y el olor es de agua 
estancada y de paja quemada en los hogares ... El 
pueblo está formado por una gran plaza bordada 
con bancos y álamos y varias callej as oscuras y 
miedosas en las que el invierno pone los fantasmas 
y las marimantas. La plaza es alargada y en un lado 
está la iglesia con sus frisos de nidos y avisperos. 
En la puerta hay una cruz de madera como un 
farol cubierto de telarañas cercada de laureles y 
enredaderas. Coronando la fachada está la Virgen 
de las Paridas con su niño en brazos, carcomida por 
la humedad y cargada de exvotos y medallas. Las 
gentes la tienen mucha fe y cuando alguna mujer 
está santificada por el peso augusto de una vida 
futura, va y reza delante de la estatua para que 
aquella vida salga a la luz sin llevársela a la 
eternidad. Enfrente de la iglesia está la casa donde 
yo nací. Es grande, pesada, majestuosa en su 
vejez ... Tiene un escudo en el portalón y unas 
rejas que suenan a campanas. Cuando niño, mis 
amiguitos y yo tocábamos en ellas con una barra de 
hierro y su sonar nos volvía locos de alegría y 
simulábamos tocar a fuego, a muerto y a bautizos ... 
Por dentro la casa es fea y baja. En sus balcones las 
niñas de la enseñanza decían versos y cantares 
cuando pasaba la Virgen del Amor Hermoso, y yo 
era rey con una bengala en la mano ... Las demás 
casas de la plaza son bajas y hondas. En ellas dormí 
en brazos cálidos de mozuelas durante la hora de la 
siesta y muchas veces comí Ias santas migas de 
maíz sentado alrededor de la sartén y acariciado por 
las gentes que las vivían [sic]. La plaza siempre 
está muda; únicamente el eterno cantar de la fuente 
turba su silencio religioso ... La fuente es baja y 
tiene cuatro sonidos de agua fresca y pura. Por las 
tardes las mozuelas, muy compuestas y con 
manojos de flores en el pecho, van por agua con el 
cántaro a la cintura. Casi todas son robustas y 
encarnadas y llevan pañuelos de colores brillantes 
en el cuello. Sus manos las tienen encallecidas y sus 
pies son deformes por las grandes caminatas a 
través de los campos en busca de espigas. A puestas
del sol, la fuente se cubre de risas y de cantos que 
apagan el hablar solemne del agua y las mozuelas 
son la alegría y el encanto de la muerta plaza. Pero 
cuando llega la noche la fuente canta más alto y el 
aire tiene un extraño temblor de misterio. Las 
puertas se van cerrando una a una y si alguien cruza 
sus pasos suenan como si andara violento sobre el 
agua de un aljibe ... Todas las casas son iguales y 
con igual ajuar. Todas las pasiones son iguales. 
Todos los días son del mismo color... El sonido 
matinal del pueblo es de' sonar campanillas y 
relinchar potros; el de la tarde es de risas de mujeres 
y cantar de niñas; y el de la noche es de tremolar de 
grillos y girar de puertas. La fuente es sonido 
eterno. En la plaza hay un prado donde las mujeres 
tienden la inmaculada ropa al sol y donde los 
chiquillos se revuelcan como potrillos salvajes al 
salir de la escuela. En la primavera se cubre de 
margaritas, que son pasto delicioso de gallinas y 
lechones, y cuando el sol llena de luz y calor al 
pueblo, se ve invadido de una legión de niñas que 
hacen rondones y de niños que juegan al salto de la 
muerte. Las demás calles del lugar son estrechas, 
pendientes y sombrías ... En una de esas calles hay 
una rej a que fue guardiana de un gran amor y que 
después presenció una gran tragedia ... Mi madre, al 
pasar por allí, me contaba la historia. Era una 
muchacha que estaba locamente enamorada de dos 
a la vez y que a los dos correspondía con su afecto. 
Hasta que un día uno de los amantes se enteró de lo 
que pasaba y en abril de un año ya lejano la noche 
del viernes santo y cuando pasaba por allí la 
procesión de la Dolorosa, ella se asomó para veda 
pasar y él, abrazado a la rej a donde tanto había 
gozado, se atravesó el corazón con un puñal... 
Siempre que transitaba por esa calle, aquella 
ventana tenía un misterio y un encanto trágico 
que me hacía pensar en el fuerte enamoramiento 
de aquel desdichado y nobilísimo campesino. 
Las leyendas que guardan el poblacho son todas 
vulgares, pero de una vulgaridad infantil y honrada. 
Hombres que se mataron, muchachas que murieron 
consumidas de amor, galanes que robaron en 
noches de arrebato para huir con sus novias ... todo 
esto es lo que cuentan las viejas que saben de 
la historia del pueblo. Yo lo escuchaba antes con 
verdadero placer y sufría con los que en esas 
leyendas sufrían y que en ellas hacían sufrir, porque 
odiaba a los que tenían el corazón de piedra ... Hoy 
todo aquello pasó. Hoy mi alma siente ya otras 
cosas más complicadas. Hoy de niño campesino me 
he convertido en señorito de ciudad ... pero nunca 
olvido al pueblo y por eso escribo mis antiguos 
sentires, que eran perfumados por los habares en 
flor y por las noches oscuras del invierno.

lunes, 12 de marzo de 2018

Un padre de película (tres) con locución de Juana Ponce

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Antonio Skármeta

Autor y dramaturgo chileno, Antonio Skármeta cursó estudios de Filosofía en Chile, formación que completó en la Universidad de Columbia tras recibir una de las prestigiosas becas Fullbright. Durante estos años universitarios, Skármeta se interesó especialmente por el mundo del cine y el teatro.


De vuelta a Chile, Skármeta comenzó a trabajar como docente en su alma mater hasta que el golpe militar de Pinochet le hizo buscar la seguridad del exilio, primero en Argentina y finalmente en Alemania. Fue precisamente en Berlín donde, mientras trabajaba como profesor de Guión en la Academia Alemana de Cine y Televisión, preparó la que es, posiblemente, su obra más importante, Ardiente paciencia, que luego sería más conocida con el título de El cartero y Pablo Neruda tras su exitosa adaptación al cine.


En 1989 Skármeta regresó a Chile compaginando su labor literaria con la creación de guiones y dirección cinematográfica. Desde al año 2000 al 2003, fue embajador de Chile en Alemania.


Entre otros premios, en el año 2003, obtuvo el Premio Planeta de novela. De entre su obra habría que destacar títulos como No pasó nada, Ardiente paciencia, La boda del poeta, La chica del trombón o El baile de la victoria, por mencionar solo algunos.


Fuente: lecturalia.com

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"Un padre de película" de Antonio Skármeta, editado por Planeta en Barcelona el año 2011, con locución de Juana Ponce, y música basada en “Sueño” de Francisco Tárrega.

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TRES 

Cuando papá se fue, mi madre se extin- 
guió de repente. Como si un ventarrón 
helado la hubiera apagado. 
Yo también quería a mi viejo con locu- 
ra. Y además queríaque el viejo me qui- 
siera. Pero él estaba muchas veces ausen- 
te. Escribía cartas por la noche en mi 
Remington portátil y las acumulaba sobre 
el escritorio para entregármelas cuando 
viniera el camión a buscar las sábanas. 
Eran cartas, decía, para los amigos. «Mes 
vieux copains. » 

A veces, cuando hemos bebido aguar- 
diente, al molinero se le escapa alguna 
información y yo lo oigo muy atento. 
Pero son pistas que no conducen a nada. 
Calla diciendo. O dice callando. Es como 
si tuviera un pacto secreto con mi padre. 
Unjurement de sango 
Cuando Pierre decidió partir, yo es- 
taba graduándome en Santiago. 
U na semana antes de que yo llegara 
con mi título de profesor primario a 
Contulmo le dijo a la mami que lo espe- 
raba un barco en Valparaíso y que el frío 
del sur chileno le rajaba los huesos. 
Yo me bajé del tren y él se subió al 
mismo vagón. 
En el sur de Chile, los trenes echan 
humo. 
Mi padre no debió haberse marchado 

la misma noche de mi llegada. Ni siquiera 
alcancé a abrir la maleta para mostrarle 
mi diploma. Mi madre y yo lloramos. 

Pura lascivia con locución de Elena Hernández

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Nuria Mendoza
PURA LASCIVIA

Voy a ser directa: tu esponja y la mía tienen un lío. Lo he descubierto esta mañana, en el baño.

Tu esponja -tan estilizada, pero de curvas marcadas- estaba poniendo a cien a la mía, que de repente me parecía un poco masculina, más tosca en su superficie, como si necesitara un afeitado.

Cuando me duchaba, las vi frotarse sin disimulo. Aprovechaban el agua caliente para abrir sus poros como bocas y exfoliarse en posturas admirables. Mi esponja cabalgaba a la otra, que se expandía, se acoplaba, se retorcía empapada y pedía a gritos un poco de gel. Hasta parecían oírse gemidos, no exagero.

Eso por no hablar de los botes de champú: el mío, cuadrado y ancho de espaldas, se estaba insinuando descaradamente al tuyo, pequeñito y coqueto.

Y mejor no sigo, porque a la hora de secarme me pareció que entre mi albornoz y tu toalla se fraguaba algo.


En mi baño están en pie de guerra, y tú tan lejos. Ay, me dan una envidia. 

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"Pura lascivia", de Nuria Mendoza, incluido en el libro “Mar de Pirañas”, editado por Menos Cuarto ediciones en Palencia, el año 2012, con locución de Elena Hernández, y música basada en “Serenade” de Schubert.

viernes, 9 de marzo de 2018

Demetrio con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar

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SOBRE JULIO RAMÓN RIBEYRO

Julio Ramón Ribeyro Zúñiga (Santa Beatriz, Lima, 31 de agosto de 1929 - Lima, 4 de diciembre de 1994) fue un escritor peruano, considerado uno de los mejores cuentistas de la literatura latinoamericana. Es una figura destacada de la Generación del 50 de su país, a la que también pertenecen narradores como Mario Vargas Llosa, Enrique Congrains Martin y Carlos Eduardo Zavaleta. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, holandés y polaco. Aunque el mayor volumen de su obra lo constituye su cuentística, también destacó en otros géneros: novela, ensayo, teatro, diario y aforismo. En el año de 1994 (antes de su defunción) ganó el reconocido Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.




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“Demetrio”, de Julio Ramón Ribeyro, forma parte del libro “la palabra del mudo”, editado por Seix Barral en Barcelona, el año 2010, con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar, y música basada en “Sinfonía nº 45” de Joseph Haydn.

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Julio R. Ribeyro (Demetrio)


Dentro de un cuarto de hora serán las doce de la noche. Esto no tendría ninguna importancia si es que hoy no fuera el 10 de noviembre de 1953. En su diario íntimo Demetrio von Hagen anota: "El 10 de noviembre de 1953 visité a mi amigo Marius Carlen". Debo advertir que Marius Carlen soy yo y que Demetrio von Hagen murió hace exactamente ocho años y nueve meses. Pocas semanas después de su muerte se publicó en un periódico local una nota mal intencionada que decía: "Como saben nuestros lectores, el novelista Demetrio von Hagen murió el 2 de enero de 1945. En su diario íntimo aún inédito se encontraron anotaciones correspondientes a los ocho años próximos. Se descubrió que lo escribía por adelantado". Únicamente la amistad que me unía a Demetrio me incitó a emprender investigaciones para las que no encuentro otro adjetivo que el clásico de minuciosas. Si bien no lo veía desde la última guerra, conservaba de él un recuerdo simpático y siempre me pareció un hombre probo, serio, sin mucha fantasía e incapaz de cualquier mixtificación. El hecho pues de que escribiera su diario por adelantado sólo sugería dos hipótesis: o era una broma de los periodistas, que habían cotejado mal las fechas de su diario inédito o se trataba más bien del principio de un interesante enigma. Cuando su cadáver fue trasladado a Utrecht -Demetrio murió misteriosamente en una taberna de Amberes- hice un viaje especial a dicha ciudad y extraje de la Biblioteca Municipal el manuscrito de su diario. Revisado superficialmente por los periodistas, quienes habían comprobado sólo la incongruencia de las fechas, el manuscrito se hallaba en un estado lamentable, lleno de quemaduras de cigarrillo y manchas de café. Con una paciencia de paleógrafo logré poco a poco ir descifrando sus páginas, esencialmente aquellas que se referían a los años subsiguientes a su muerte y que la presunción general tomaba por inventadas. En efecto, una lectura de primera mano podía robustecer esta opinión. Se hablaba allí de viajes prodigiosos, de amores ardientes y generalmente desesperados y de hechos también anodinos, como lo que comió en un restaurante o conversó con un taxista. Pero pronto un detalle me hizo prestar atención. En la página correspondiente al 28 de julio de 1948 decía: "Hoy asistí al sepelio de Ernesto Panclós". El nombre de Ernesto Panclós me era vagamente familiar. Recapacitando pude precisar que tal nombre correspondía al de un amigo común que tuvimos en la infancia. Inmediatamente traté de ubicar a sus familiares, lo que no pude lograr, pero revisando los periódicos de la época comprobé que efectivamente el 28 de julio de 1948 había sido inhumado el cadáver de Ernesto Panclós. Este aserto me intrigó un poco, pero no me curó de cierto escepticismo. Pensé que podría tratarse de una simple coincidencia o de un caso de adivinación no ajeno al temperamento de los artistas. Pero de todos modos quedé preocupado y sólo por el afán de tranquilizarme decidí llevar mis indagaciones hasta sus últimas consecuencias. En la página correspondiente al 14 de abril de 1949 decía: "Esta tarde tomaré el avión para Oslo y visitaré el Museo Nacional de la ciudad". Tuve que hacer una inquisición en todos los registros de las compañías aéreas, hasta que al fin descubrí que en la lista de viajeros de una de ellas figuraba el nombre de Demetrio von Hagen. Incitada mi curiosidad me traslade a Oslo y en el libro de visitantes ilustres del Museo Nacional aparecía registrada la firma de mi amigo. Fue entonces cuando comencé a sospechar que algo extraño había ocurrido. Varias veces acudí al cementerio de Utrecht a fin de mirar la lápida mortuoria y verificar el nombre y la fecha de deceso de Demetrio. Pero como esto no me satisfacía inicié un enojoso trámite burocrático a fin de obtener el permiso para una exhumación. Cuando lo obtuve hice examinar los despojos por los médicos legistas, quienes me certificaron que los restos correspondían efectivamente a Demetrio von Hagen.

Continuando la lectura del diario hube de hacer una nueva y definitiva comprobación. En la página escrita el 31 de agosto de 1951 decía: "Acabo de regresar de Alemania. No olvidaré nunca a Marion y a la pequeña comuna de Freimann. Mis relaciones con ella han sido breves pero alucinantes". Consideré que si lograba ubicar a Marion podría obtener una información directa e indubitable. No me fue fácil -Freimann no figuraba en los mapas y el nombre de Marion parecía ser atributo de la mayoría de las mujeres de esta comuna- y sólo al cabo de una agobiadora pesquisa pude dar con esta mujer. La descripción que me hizo de su antiguo amante coincidía con el aspecto de Demetrio y, aún más, tenía un hijo de sus relaciones con él. Cuando vi al vástago quedé pasmado. A pesar de ser una criatura, sus rasgos recordaban evidentemente a los de Demetrio. Completamente convencido, pero al mismo tiempo desconcertado por esta última comprobación, regresé a mi país y durante largo tiempo reflexioné, no sin temor de estar hollando un terreno prohibido, sobre estos singulares fenómenos. Incluso consulté la opinión de entendidos en la materia, pero todos acogieron mi solicitud con chanzas, se negaron a revisar mis pruebas y dijeron que alguno de los dos -el difunto o yo- debía estar loco. Los más corteses me hablaron en términos indiferentes de "prospección de la conciencia" o disimularon su ignorancia bajo la palabra azar.

Lo cierto es que en este momento mi confusión prevalece y pocas son las conclusiones que puedo sacar. Es evidente que Demetrio murió el 2 de enero de 1945, pero también es cierto que en 1948 asistió al entierro de Ernesto Panclós, que en 1949 estuvo en el Museo Nacional de Oslo y que en 1951 conoció en Freimann a Marion y tuvo con ella un hijo. Todo ello está debidamente verificado. Esto no quiere decir, sin embargo, que dichas fechas coincidieran con las del calendario oficial. El calendario oficial me ha llegado a parecer, después de lo ocurrido, una medida convencional del tiempo, útil solamente como referencia a hechos contingentes -vencimiento de letras de cambio, efemérides nacionales- pero completamente ineficaz para medir el tiempo interior de cada persona, que es en definitiva el único tiempo que interesa. Nuestra duración interior no se puede comunicar, ni medir, ni transferir. Es factible vivir días en minutos e inversamente minutos en semanas. Los casos son frecuentes, como es sabido, en los fenómenos de hipnotismo o en los estados de sobreexcitación o de éxtasis producidos por el amor, el miedo, la música, la fiebre, la droga, o la santidad. Lo que no me explico es cómo puede trasladarse esta duración subjetiva al campo de la acción, cómo se concilia el tiempo de cada cual con el tiempo solar. Es muy corriente pensar muchas cosas en un segundo, pero ya es más complicado hacerlas en ese lapso. Y lo cierto es que Demetrio von Hagen hizo muchísimas cosas en su tiempo personal, cosas que se cumplieron sólo después en el tiempo real. Y hay muchísimas cosas que hizo y que están aún por realizarse. Por ejemplo, para el año 1954 describe un viaje al Himalaya en el cual pierde por congelación la oreja izquierda. O, sin ir tan lejos, para hoy 10 de noviembre de 1953 señala una visita a mi casa. Esto sin embargo no me ha ocurrido a mí, no ha sucedido en mi tiempo, ni en el tiempo solar. Pero aún no ha terminado el día y todo puede ocurrir. En su diario no se precisa la hora y aún no son las doce de la noche. Puede, por otra parte, haber aplazado esta visita, sin haberlo anotado en su diario. Falta solamente un minuto y confieso sentir cierta impaciencia. El cuarto de hora solar en que he escrito estas páginas me ha parecido infinitamente largo. Sin embargo, no puedo equivocarme, alguien sube las escaleras. Unos pasos se aproximan. Mi reloj marca las doce de la noche. Tocan la puerta. Demetrio ya está aquí...

París, noviembre de 1953

La tacita con locución de Juana Ponce

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JOSÉ MARÍA MERINO
La tacita

He vertido café en la tacita, he añadido la sacarina, remuevo con la cucharilla y, cuando la saco, observo en la superficie del líquiedo caliente un pequeño remolino en el que se dispersa en forma elíptica la espuma del edulcorante mientras se disuelve. Me recuerda de tal modo una galaxia que, en los cuatro o cinco segundos que tarda en desaparecer, imagino que lo ha sido de verdad, con sus estrellas y sus planetas. ¿Quién podría saberlo? Me llevo ahora a los labios la tacita y pienso que me voy a beber un agujero negro. Seguro que la duración de nuestros segundos tiene otra escala, pero acaso este universo en el que habitamos esté constituido por diversas gotas de una sustancia en el trance de disolverse en algún fluido antes de que unas gigantescas fauces se lo beban.



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"La tacita", de José María Merino, forma parte de la Antología de microrrelatos “Por favor sea breve 2” publicado por la Editorial Páginas de Espuma, en Madrid, año 2009, con locución de Juana Ponce, y música basada en “Perceptions” de Mattia Vlad Morleo.

Rebajas con locución de Elena Hernández

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ISABEL MELLADO 
Rebajas 

Fui a comprarme un abrazo en las rebajas, pero no
tenían mi talla. Solo había uno rosado y tupido que me
quedaba ancho. La vendedora trató de persuadirme para
que lo comprara, argumentando que era calentito y muy
práctico, porque me permitía llevar mucho sentimiento
puesto. Además, por la compra de uno me regalaban un
apretón de manos u otras partes del cuerpo. Sonaba ten-
tador, pero debía pensado. Entretanto fui a otro mostra-
dor a oler las sensaciones de la temporada otoño-invierno
que este año son de tendencia claramente bucólica derro-
tista, con un dejo de minimalismo bélico. Ojalá me alcan-
ce el dinero para alguna mala intención, un par de sospe-
chas y al menos una corazonada.



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"Rebajas”, de Isabel Mellado, incluido en el libro “Mar de Pirañas”, editado por Menos Cuarto ediciones en Palencia, el año 2012, con locución de Elena Hernández, y música basada en “coffee break” de Andrea Torti.

jueves, 8 de marzo de 2018

Agujero negro con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar

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SOBRE JOSÉ MARÍA MERINO

Autor, ensayista y poeta español, José María Merino es licenciado en Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, ha trabajado como funcionario en el Ministerio de Educación, colaborando con la UNESCO en proyectos para Hispanoamérica. Ha sido director del Centro de las Letras Españolas y desde 1996, se dedica en exclusividad a la literatura. En 2008 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), donde ocupa la m minúscula.

Ha recibido numerosos premios como el de la Crítica en la modalidad de narrativaen 1985 y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, así como el de Narrativa en 2013 por El río del Edén. Es autor de poemas, ensayos, relatos cortos, novelas y libros juveniles. De entre su obra habría que destacar títulos como El río del Edén, Los trenes del verano, El lugar sin culpa, La orilla oscura o Las visiones de Lucrecia.

Fuente: lecturaria.com

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"Agujero negro", de José María Merino, forma parte de la Antología de microrrelatos “Por favor sea breve 2” publicado por la Editorial Páginas de Espuma, en Madrid, año 2009, con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar, y música basada en “Neptuno” de Gustav Holst.

LEELO


El hombre pasea por la playa solitaria y encuentra, depositada en la orilla por las olas, una botella de cristal negro, con una señal muy extraña impresa en su tapón. Mientras lo desenrosca, el hombre piensa en sus lecturas de niño: el genio cautivo, los mensajes de náufragos. Abierta, la botella inicia una violentísima inhalación que aspira todo lo que la rodea, el hombre, la playa, las montañas, los pueblos, el mar, los veleros, las islas, el cielo, las nubes, el planeta, el sistema solar, la Vía Láctea, las galaxias. En pocos instantes, el universo entero ha quedado encerrado dentro de la botella. El movimiento ha sido tan brusco que se me ha caído la pluma de la mano y han quedado descolocados todos mis papeles. Recupero la pluma, ordeno los folios, empiezo a escribir otra vez la historia del hombre que pasea por la playa solitaria.

José María Merino


miércoles, 7 de marzo de 2018

Al correr de los años con locución de Juana Ponce


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SOBRE MIGUEL DE UNAMUNO


Filósofo y escritor español, Miguel de Unamuno nació en Bilbao el 29 de septiembre de 1864. Está considerado como el miembro más influyente de la Generación del 98 y uno de los principales intelectuales españoles de principios del siglo XX.

Licenciado en filosofía y letras, comenzó a trabajar como profesor en 1883 mientras colaboraba en diversas revistas. Sus teorías sobre la identidad vasca chocaron con las nacionalistas tesis de Sabino Arana. Tras una temporada en Europa, Unamunovolvió a España, donde fue nombrado rector en la Universidad de Salamanca.

De tendencias políticas socialistas y republicanas, sufrió repetidamente el boicot de grupos conservadores. Bajo la dictadura de Primo de Rivera fue desterrado a Fuerteventura para, posteriormente, exiliarse en París hasta la caída del régimen militar.

Tras la proclamación de la III República, en la que juega un papel importante, decide alejarse del mundo político, visiblemente decepcionado tras cumplir una primera legislatura como diputado independiente.

Durante la Guerra Civil española toma partido por el bando golpista, pero tras su primera defensa del alzamiento llegó una tremenda decepción y arrpentimiento al comprobar la purga política y los fusilamientos, algunos de gente cercana a Unamuno, que ejecutó el bando franquista.

Fuente: Lecturaria.com
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“Al correr de los años”, de Miguel de Unamuno, incluido en el libro “Cuentos del azar y el amor”, publicado por Libertas Ediciones en la Colección Cantos Rodados nº 1, lectura fácil, en Barcelona el año 2.015, con locución de Juana Ponce, y música basada en “adagio para violín y orquesta” de Mozart.

LEELO



Uno de los temas sobre los que más
se ha reflexionado y se ha escrito
es el paso del tiempo.
Todas las personas descubren a cierta edad
que se van haciendo viejos,

así como todos descubrimos cada año
que los días se alargan al llegar el verano
y se acortan cuando empieza el invierno. 
El tiempo pasa sin remedio
y a su paso todo lo cambia y deforma.
Este es un tema para pensar todos los días del año.

Pero parece que las personas
pensamos en el paso del tiempo
solo el último día del año, Nochevieja,
y el primero del siguiente año, Año Nuevo.

¡ y el tiempo pasa tan rápido!
¡Viene como se va, sin sentirlo!

¡Pero basta ya de tonterías!
¿Acaso somos los mismos que hace 2, 8 o 20 años?

¡Venga ya el cuento!

Juan y Juana se casaron
después de un largo noviazgo.
Así pudieron conocerse,
y más que conocerse                           Hacerse el uno al otro:
pudieron hacerse el uno al otro. acostumbrarse a estar juntos.
Para conocerse no necesitaban tanto tiempo,
porque los novios si no se conocen en 8 días,
tampoco lo hacen en 8 años.
y con el paso del tiempo,
el cariño que se tienen los novios
les cubre los ojos como si tuvieran un velo.
Este cariño les impide verse los defectos
y con sus ojos enamorados
transforman los defectos en virtudes.

Juan y Juana se casaron
después de un largo noviazgo
y su matrimonio fue la continuación
de ese largo noviazgo.
y les quedó la ternura,
que es lo que siempre queda
cuando se acaba la pasión,
y que es mucho más valiosa.
aromática que
arde fácilmente.
Los esposos siempre tardan
en acostumbrarse uno al otro.
y este es el colmo de la convivencia:
cuando dos personas viven juntas,
parece como si fueran una única persona
y vivieran una misma vida.
y así amar a tu mujer
se convierte en amarte a ti mismo.
¡Pero hasta el amor, el puro amor,
acaba casi desapareciendo!
El colmo: el punto
más alto.




A Juan y Juana les quedó la ternura,
convertida en un sentimiento de convivencia.
Convivencia: vida en común.

 
Juan y Juana llegaron pronto
a la ternura de la convivencia
para la que su largo noviazgo
les había preparado.
y entre los momentos de ternura
también surgían de vez en cuando
momentos de pasión. 

y así corrían los días.
y a medida que pasaban,
Juan se enfadaba y se impacientaba,
porque Juana no se quedaba embarazada.
Juan se preguntaba:
y no os sorprenda esta reflexión de Juan,
porque en su tierra se miraba mal
a los hombres que no podían tener hijos.
Juan y Juana se sentían frustrados
y se culpaban el uno al otro
porque no llegaba el hijo que esperaban.,por un fracaso 
Al correr de los años
Por fin, un día, Juana le dijo algo al oído a Juan
como si fuera un secreto.
y Juan le dio un abrazo a Juana,
el más fuerte y caluroso de todos los abrazos
que le había dado hasta entonces.
¡Por fin Juana se había quedado embarazada!
y llegó el primer hijo.
Fue una novedad, un milagro.
A Juan le parecía casi imposible
que del cuerpo de su mujer hubiese salido un ser vivo.
y más de una noche, al volver a casa,
Juan inclinó su oído sobre la cabecita del niño
que dormía en su cuna para oír si respiraba
Juan se pasaba largos ratos
con un libro abierto delante, sin leer,
mirando cómo Juana daba la leche de su pecho
a Juanito.
y corrieron dos años y vino otro hijo,
en este caso fue hija.
y se llamó Juanita.
y corrieron los años y vino otro hijo,
y luego llegó otro, y después otro.
y Juan y Juana se fueron cargando de hijos.
Juan solo sabía el día que nació el primero.
De los demás hij os
ni siquiera sabía en qué mes habían nacido.
Pero como Juana contaba los hijos
por los dolores del parto,
sí recordaba cuándo habían nacido.
Porque siempre guardamos mejor en la memoria
las fechas de los dolores y desgracias
que las fechas de los placeres y alegrías.
Los momentos importantes de la vida
son más dolorosos que placenteros.
y con el paso del tiempo
y la llegada de los hijos,
Ya no era una joven esbelta,                   
sino una matrona otoñal, cargada de kilos.
Su cuerpo antes delgado y fino se había deformado
 y su juventud se había ajado.

Juana todavía era hermosa,
pero ya no era bonita.
Seguía siendo hermosa en su interior, en su corazón.
Pero la hermosura de su cuerpo
quedaba en el recuerdo.
Juana fue notando que a Juan
le estaba cambiando el carácter
según pasaban los años.
Cada vez había más ternura
y menos momentos apasionados.
¡Al final solo quedó la ternura!
y la ternura pura, a veces,
se confunde con el agradecimiento
y está próxima a la piedad.

Cuentos del azar y del amor
A Juana le parecía que los besos que le daba Juan
no eran los besos que da un hombre a su mujer,
sino los de un padre a una madre.
Besos de gratitud por haberle dado unos hijos
tan buenos y hermosos.
Besos de piedad porque se daba cuenta
de que Juana estaba envejeciendo.
Pero el amor verdadero y hondo,
como era el de Juan y Juana,
no se satisface con agradecimiento y con piedad.
Porque el amor no quiere ser
ni agradecido ni compadecido,
el amor quiere ser amado porque sí,
y no por otra razón,
por muy noble que sea Al correr de los años

Juana sabía que había envejecido 
y que ya no era hermosa.
Pero era feliz porque tenía a sus hijos
y confiaba y respetaba a su marido.
Además, seguía sintiendo ternura.
Juana advirtió que su Juan estaba preocupado,
pero también excitado.
Por un lado, buscaba la soledad
y cuando Juana le hablaba de cosas cercanas,
era como si él pensara en cosas lejanas.
Por otro lado, parecía estar viviendo
una nueva juventud. 

Juana comenzó a observar a Juan y a meditar más con el corazón que con la cabeza. 
y acabó por descubrir que Juan estaba enamorado.
¡Juana no tenía ninguna duda de ello!
Entonces Juana redobló su cariño y ternura,
y abrazaba a Juan como para defenderlo
de una enemiga invisible,
como para protegerlo de una mala tentación,
de un mal pensamiento. 

Juan casi adivinaba el sentido
de aquellos abrazos apasionados
que Juana le daba.
Se dejaba querer y cada vez sentía
más ternura, agradecimiento y piedad.
A veces lograba reavivar la llama de la pasión,
que estaba ya casi extinguida,
aunque nunca se apaga del todo. 
Pero era evidente que había un secreto entre ellos.
y Juana empezó a espiar a Juan
para descubrir de quién estaba enamorado.
Juana se preguntaba:
-Si no me ama a mí, ¿a quién ama Juan?
Juana se sintió temblorosa,
atenta a las llamadas de su corazón,
llena de curiosidad, de celos, de compasión,
de miedo y de vergüenza.
y cogió la cartera.
Allí, allí estaba el retrato.
Sí, era el mismo retrato.
Juana lo recordaba bien.
Ella solo había visto el retrato por el revés,
cuando Juan lo besaba con pasión.
Pero era el mismo revés
que ella estaba viendo en ese momento. 
Al correr de los años
Antes de mirar el retrato,
Juana se acercó a la puerta,
se quedó un rato escuchando y luego la cerró.
Después agarró el retrato, le dio la vuelta
y clavó los ojos en él.
Juana se quedó atónita.                             Atónita: sorprendida.
Primero se puso pálida y después colorada.
Dos gruesas lágrimas cayeron sobre el retrato
y las secó con un beso.
Era un retrato de Juana cuando tenía 23 años.
Era un retrato que Juana le había dado a Juan,
unos meses antes de casarse.
Al ver el retrato, Juana recordó los días de pasión,
cuando era joven y hermosa como una flor.
y sintió lástima de sí misma
porque ya no era aquella joven del retrato.
Pero enseguida la lástima se convirtió en ternura
y la ternura en cariño.
Juana decidió guardarse el retrato.
y cuando Juan se dio cuenta
de que no lo tenía en la cartera,
sospechó algo pero guardó silencio.
Unos días después Juan y Juana se encontraban
junto al fuego del hogar.
Era una noche de invierno
y los hijos ya estaban acostados.
Juan leía un libro y Juana hacía labor.
De pronto, Juana le dijo a Juan:
-Oye, Juan, tengo algo que decirte.
-Dime lo que quieras, Juana.