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martes, 6 de marzo de 2018

Llueve con ganas con locución de Elena Hernández

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SOBRE ÁNGEL ZAPATA

Ángel Zapata nació en Madrid, en 1961. Profesor de escritura creativa en la Escuela de Escritores, es autor de La práctica del relato (1997), Las buenas intenciones y otros cuentos (2001), El vacío y el centro. Tres lecturas en torno al cuento breve (2002), y La vida ausente (Páginas de Espuma, 2006).


Entre otros galardones, ha obtenido el Premio ‘Ignacio Aldecoa’ de cuento, Premio ‘Jaén’ de relato, ‘Ciudad de Cádiz’, ‘Ciudad de Huelva’, y el Premio de la ‘Fundación Fernández Lema’. Tuvo a su cargo la edición de Escritura y verdad (Cuentos completos de Medardo Fraile), en Páginas de Espuma, y ha publicado igualmente la traducción de Poesía y revolución, de Louis Janover, y André Breton y los datos fundamentales del Surrealismo, de Michel Carrouges,


Su trabajo como cuentista ha sido antologado en Pequeñas Resistencias. Antología del nuevo cuento español (Páginas de Espuma, 2002), Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (2010) y Mar de Pirañas, nuevas voces del microrrelato español (2012).

ESCUCHA EL RELATO

"Llueve con ganas", de Ángel Zapata, incluido en el libro “Mar de Pirañas”, editado por Menos Cuarto ediciones en Palencia, el año 2012, con locución de Elena Hernández, y música basada en “Shining” de Esther García.

LEELO


ÁNGEL ZAPATA 
Llueve con ganas 

Empezaría a llover hacia las doce, o puede que des- 
pués incluso; bueno, no sé: qué más da; el caso es que la 
lluvia sonaba en la ventana y era ya un poco tarde (o muy 
tarde más bien, según se mire); y al final lo que importa 
es que lloviese, porque en la vida (o por lo menos yo lo 
siento así) las cosas pueden ser demasiado distintas según 
llueva o no llueva, y lo cierto es que anoche llovía. Se 
había hecho muy tarde y llovía con ganas. Así lo dijo 
Marta. «Llueve con ganas ¿verdad?» Y al decido me abrazó 
más fuerte, o más por dentro, no sé, debajo de las sába- 
nas que olían intensamente a su piel tibia, a final de 
domingo, a esas palabras dulces y pese a todo precavidas 
que es lícito decirse entre amantes recientes (<<¿Me quie- 
res? Te quiero. Pues dímelo otra vez. Te quiero. Te quie- 
ro mucho»), y borradas después sin encono, con disimu- 
lo casi, mientras se recuperan pantys o calcetines entre el 
desorden de la habitación (la ventana empañada por el 
vaho de octubre), como quien pasa una bayeta gris por el 
cristal de la ternura. 

«Llueve con ganas ¿verdad?», me dijo Marta anoche; y 
según lo decía me abrazó de otro modo, o más, o muy por 
dentro, o algo, y yo habría querido decide: «Sí. Llueve con 
ganas»; aunque tal vez solo le dije «Bueno», o «Está  
viendo un poco, sí»; no sé muy bien lo que le dije; eran 
seguramente más de las doce, y oíamos la lluvia infatiga- 
ble correr (hacia dónde) por los patios de octubre y 
correr más allá por las calles atroces del final del domin- 
go; ya mí me habría gustado decirle a Marta: «Sí. Llueve 
con ganas», aunque tal vez solo le dije: «Bueno», o «Está llo- 
viendo un poco, sí»; pero sé que lo dije tan dentro de su 
abrazo, tan a resguardo ya, dentro de esa ternura inusita- 
da que la lluvia, de pronto, había vuelto antigua, que no 
era deseable, ni posible siquiera, borrar esas palabras pre- 
cavidas que es lícito decirse entre amantes recientes; y 
fuera, en la ventana, estaba oscuro, o quizá se notara un 
poco más de frío dentro de la habitación (ya no quedaba 
vaho en los cristales), de modo que me oí decirle a Marta: 
«¿Tienes que irte?»; y al final lo que importa es que la llu- 
via sonaba todavía por las calles desiertas, tocaba con sus 
dedos el alero del patio, más fuerte cada vez, y era ya un 
poco tarde (o hasta muy tarde incluso); y hay veces que 
en la vida las cosas pueden ser demasiado distintas según 
llueva o no llueva (o por lo menos yo lo siento así), o así 
fue como lo sentí anoche, al final del domingo, perdido 
en la tibieza de las sábanas que la lluvia de octubre había 
vuelto de pronto reconocible y nuestra, cuando Marta me 
dijo: «Puedo dormir contigo si tú quieres»; y yo le dije: 

«Entonces quédate». 
«No quiero que te marches.» 
«Llueve con ganas.» 


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