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martes, 18 de diciembre de 2018

El ruiseñor con locución de Andrés Martínez Rodríguez

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El ruiseñor 

Como sabes, el Emperador de China es chino y chinos son todos sus súbditos. De esto hace
muchos años, pero justo por ello merece escucharse la historia antes de que se olvide.

El palacio del Emperador era el más espléndido del mundo, todo él de la porcelana más fina, tan preciosa pero tan frágil y tan difícil de tocarse, que toda precaución era poca. En el jardín se veían las flores más espléndidas y las más extraordinarias tenían atadas campanillas de plata que tintineaban para que no se pasase ante ellas sin observarlas. Sí, todo era sumamente ingenioso en el jardín del emperador y se extendía tanto que el mismo jardinero desconocía su final.

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Caso de alcanzarlo, se llegaba al bosque más encantador con altos árboles y lagos profundos. El
bosque descendía hasta el mar, que era azul y hondo. Grandes navíos podían navegar bajo las ramas y en éstas vivía un ruiseñor que cantaba que era una bendición e incluso el pobre pescador, que tantos quebraderos de cabeza tenía, se paraba a escuchar cuando salía por la noche a recoger las redes y oía al ruiseñor.

-¡Dios mío, qué hermosura de canto! -decía, pero tenía que atender a sus faenas y olvidaba al pájaro. Pero la siguiente noche, cuando cantaba de nuevo y el pescador había salido, repetía:

-¡Dios mío, qué hermosura!

De todos los países del mundo venían viajeros a la capital del Emperador, la que admiraban tanto como el palacio y el jardín, pero cuando oían al ruiseñor, todos decían:

-¡Pero esto es lo mejor!

y los viajeros lo contaban a su regreso y los sabios escribieron muchos libros sobre la ciudad, el palacio y el jardín, pero no olvidaban al ruiseñor, que era considerado lo más importante; y los poetas escribieron los poemas más inspirados sobre el ruiseñor en el bosque junto al hondo mar.

Los libros dieron la vuelta al mundo y algunos llegaron también al Emperador. Sentado en su trono de oro leía y leía y a cada instante movía la cabeza afirmativamente, porque le complacía leer las espléndidas descripciones de la ciudad, el palacio y el jardín. «Pero el ruiseñor, sin embargo, es lo mejor», se leía allí.

-¿Qué es esto? -gritó el Emperador-. ¿El ruiseñor? [No sé una palabra de él! Hay un pájaro semejante en mi Imperio, y lo que es más, en mi jardín, del que jamás he oído. ¡Y tengo que enterarme leyéndolo en un libro!

Y entonces llamó a su camarero mayor, que era tan distinguido que cuando alguien inferior a él se atrevía a hablarle o a preguntarle algo, no contestaba más que:

-¡P! -que no significaba nada.

-¡Tenemos un pájaro extraordinario llamado ruiseñor! -dijo el Emperador-. Dicen que es lo mejor que existe en todo mi reino. ¿Por qué no se me ha dicho nunca nada de él?

-Jamás he oído ese nombre -dijo el camarero mayor-o Nunca ha sido presentado a la Corte.

-Ordeno que venga aquí esta noche y cante para mí -dijo el Emperador-. ¡El mundo entero conoce lo que tengo, menos yo!

-Jamás he oído ese nombre -dijo el camarero mayor-o [Lo buscaré y lo encontraré!
¿Pero dónde? El camarero mayor subió y bajó todas las escaleras, atravesó salas y pasillos.
Nadie de los que en ellos se tropezó había oído del ruiseñor y el camarero mayor acudió de nuevo al Emperador y dijo que probablemente era una fábula de los que escriben libros.

-Vuestra Majestad Imperial no debe creer todo lo que se escribe. Son invenciones y algo que llaman magia negra.

-Pero el libro donde lo he leído -dijo el Emperador- me lo ha enviado el poderoso Emperador del Japón y por lo tanto no puede contener falsedades. ¡Quiero oír al ruiseñor!
¡Tiene que estar aquí esta noche! Es mi imperial deseo. ¡Y si no aparece, toda la Corte recibirá patadas en la barriga después de cenar!

-¡Tsing-Pe! -dijo el camarero mayor y se fue corriendo arriba y abajo por todas las escaleras, por todas las salas y pasillos, y media Corte corrió con él, porque la idea de los golpes en la barriga no les apetecía nada. Todos preguntaban por el extraordinario ruiseñor, conocido en el mundo entero, pero que nadie conocía en la Corte.

Al final dieron con una pobre moza de cocina, que dijo:

-¡Dios mío, el ruiseñor! Pues claro que lo conozco. ¡Sí, cómo canta! Todas las noches tengo licencia para llevar a casa unas pocas sobras de la mesa a mi pobre madre enferma, que vive cerca de la playa; y al regresar estoy tan cansada que me tiendo a descansar en el bosque. Entonces oigo al ruiseñor. Se me llenan los ojos de lágrimas, como si me besase mi madre.

-Pequeña -dijo el camarero mayor-, te conseguiré un empleo fijo en la cocina y permiso para ver comer al Emperador si nos llevas al ruiseñor, porque está citado para esta noche.

Y marcharon al bosque .donde el ruiseñor solía cantar; media Corte estaba presente. No hicieron más que llegar, cuando comenzó a mugir una vaca.

-¡Oh! -dijo un gentilhombre-, ¡ya lo tenemos! [Pero qué potencia más extraordinaria para un animal tan pequeño! Estoy seguro de haberlo oído antes.

-¡No, es la vaca que muge! -dijo la pequeña pincha-o Todavía nos falta para llegar al sitio.

Las ranas croaron entonces en el pantano.
-¡Delicioso! -dijo el capellán imperial chino-o Ya lo oigo. Suena como campanillas de iglesia.

-¡Quiá, si son las ranas! -dijo la moza-o Pero creo que pronto lo oiremos.

Entonces comenzó el ruiseñor a cantar.
-jÉse es! -dijo la muchachita-o jOigan, oigan! Está posado allí -y señaló a un pajarito gris en lo alto de las ramas.

-¿Es posible? -dijo el camarero mayor-o Nunca lo hubiera imaginado así. jQué aspecto más sencillo! Sin duda ha perdido el color al ver tantos personajes distinguidos como han venido a verlo.

-jRuiseñorcito! -dijo a gritos la pequeña-, ¡nuestro gracioso Emperador desea que cantes
para él!

-jCon mil amores! -dijo el ruiseñor y lo dijo cantando que era un gozo.

-jParecen campanas de cristal! -dijo el camarero mayor-o ¡Cómo funciona su pequeña garganta! Es incomprensible que nunca lo hayamos oído. Será un gran éxito en la Corte.

-¿Tengo que cantar de nuevo para el Emperador? -dijo el ruiseñor, que creía que el Emperador estaba presente.

-jMi fabuloso, pequeño ruiseñor! -dijo el camarero mayor-, tengo el grato honor de convocaros a una fiesta de la Corte esta noche, en la que tendréis ocasión de fascinar a Su Majestad Imperial con vuestro delicioso canto.

-Suena mejor al aire libre -dijo el ruiseñor.


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"El ruiseñor", de Hans Christian Andersen, forma parte del libro “Colección cuentos Alianza 100”, editado por Alianza, el año 1994, con locución de Andrés Martínez Rodríguez, y música basada en “Remaining still” de Organic Meditation Music.

Arquillos con locución de Andrés Martínez Rodríguez


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Arquillos

ERA fantástico. Decía:
-Anoche vi en el olivar un nido de gamusinos. 
y era verdad. Abríamos unos ojos grandes.

-Arquillos, ¿nos llevarás a verlos? Arquillos, ¿cómo son
los gamusinos? ¿ Tienen alas? ¿ Oyen? ¿ Quieren a los niños?

Arquillos sonreía. Y aquella sonrisa aquietaba nuestras
eludas.
-Arquillos, ¿ cuándo nos llevas a ver los gamusinos? 
Luego era otra cosa.

-He visto en el olivar una señora que me preguntó si 
erais buenos. Alta, muy hermosa, vestida como dama.

y al día siguiente.
-Arquillos, ¿has visto a la señora? ¿Te preguntó por 
nosotros? ¿Cómo era? ¿Nos llevarás a veda?

y Arquillos sonreía. Y de la sonrisa salía la señora viva 
y no daba miedo.


Algunas gentes decían que Arquillos estaba loco. No era 
más que guarda a sus ojos, pero a los nuestros su guardería 
encerraba todas las maravillas posibles. Inventaba sin daño, 
con gusto nuestro. Tenía en su sonrisa y en sus palabras las 
llaves de aquel mundo que, inexplicablemente, se nos iba 
alejando, yéndosenos de las manos. 

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"Arquillos", de José Antonio Muñoz Rojas, forma parte del libro “Las musarañas, colección de Cruz del Sur”, editado por Pre-textos, el año 2002, con locución de Andrés Martínez Rodríguez, y música basada en “Raindrops” de Sergey Kovchik.

El mundo con locución de Luis Martínez Reche

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EL mundo era ancho y maravilloso. O frío y desesperado. 

Uno era muy pequeño al lado de los altos muros, de las grandes ancas, de los hombros o de las manos de ciertas personas. Tampoco estaba claro lo de las mujeres y los hombres, aunque pareciera tan natural. Por ejemplo, la aspereza en la barba de los hombres y la piel finísima de las mujeres y el misterio de sus ropas, de sus brazos y sus cabellos. Cuando se soltaban los cabellos, empezaban a peinarselos y se los recogían caudalosamente daba gusto estarse mirándolas. Tenían mucho misterio y muy impenetrable. 

No cabía más que estarse quieto, ahora llega este olor, ahora se les forma este pliegue en el carrillo, ahora les sale un brillo en los ojos.


El mundo estaba lleno de muchas, muy diferentes y muy inexplicables cosas. Otra era que nos gustara estar al lado ciertas personas y hubiera otras que nos despidieran. O ponerse triste o alegre. ¿Por qué en ciertos días el aire no pesaba y todo iba ligero y los pies saltaban solos y había otros sin gana de saltar ni de nada ni de nada? Luego hahía cosas mal hechas, como el frío y la necesidad para los pobres y otros dulces, como algunas coplas que se alzaban en el aire, y se abatían embriagadoramente sobre nosotros.
Y una mano incesante que nos empujaba y un latir dentro que no paraba, agitado o tranquilo, según fuera viniendo la vida. 

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"El mundo", de José Antonio Muñoz Rojas, forma parte del libro “Las musarañas, colección de Cruz del Sur”, editado por Pre-textos, el año 2002, con locución de Luis Martínez Reche, y música basada en “The prophet's dream” de Viktor Séthy.

El paraguas de algodón azul con locución de Paqui Padilla

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El paraguas de algodón azul

No le queda sino el tiempo necesario para dejar el sendero y correr por el prado hacia los copudos árboles. Pero éstos están todavía demasiado lejos. No pueden andar ya Paulina ni Pedro. Desfalleciendo de amor se dejan caer en medio del prado, sobre la roja hierba y las abrasadas flores, debajo del paraguas de Paulina, que ésta abre cuan grande es.

Si nadie viene por el sendero, el paraguas de algodón azul permanece inmóvil.

Pero alguien se acerca.

En el acto Paulina pone en movimiento el paraguas, cuyo mango hace girar con las extremidades de los dedos, mientras que Pedro permanece desocupado.

Gira el paraguas sobre las puntas de las varillas de ballena, y dócil, con el mango siempre en línea, amenazador, según el continente del curioso viajero, se da prisa o se mueve con lentitud.

Cubre a los amantes, los protege, los envuelve con su horadada sombra, pues las blancas agujas del sol abren agujeros aquí y allá.

Luego se detiene.

El viajero, incitado momentáneamente y encorvado de nuevo bajo el sofocante calor para continuar su camino, no ha visto sino cuatro pies entrelazados que sobresaltan un poco.

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"El paraguas de algodón azul", de Jules Renard, forma parte del libro “La linterna sorda”, editado por Baile del Sol, el año 2011, con locución de Paqui Padilla, y música basada en “Enchanted Journey” de Kevin Macleod.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Infancia con locución de Andrés Martínez Rodríguez


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Rozaduras en las rodillas. Turrón para los Reyes Magos. La nana Donata secándose el pelo junto a la estufa de carbón. Nieve. Una trenca con botones de colmillo. Valentina, una sabihonda, es un pelma el Capitán. Zapatillas de paño. Pan con chocolate. Y a ese gran Locomotoro no lo podemos aguantar. Naftalina en el ropero. Peces naranja en el estanque del Retiro. Señorita, me hago pis. Unas botas katiuskas para jugar en los charcos. Olor a leche hirviendo, a café, a sábanas recién lavadas, a la masa de las rosquillas. Niebla. La conquista del inodoro. Ya lo entenderás cuando seas mayor. Garbanzos fritos. El asfalto derretido por el sol del medio día. Vamos a cantar la canción del tres. Misas eternas en la iglesia de Santiago. Cromos de futbolistas. ¿Cuántos son tres? Una alfombra de pelusas blancas. La marca del moreno en los brazos. Nubes encendidas en el cielo que se apaga.


Rubén Abella, Los ojos de los peces
"Infancia", de Rubén Abella, forma parte del libro “Los ojos de los peces”, editado por Menos Cuarto, el año 2010, con locución de Andrés Martínez Rodríguez, y música basada en “Raindrops” de Sergey Kovchik.

Hay un camino con locución de Lorena Mulero López


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Escucha:
Hay un camino. Comienza más allá de los enebros, pero si lo buscas durante el día no lo encontrarás. Espera la llegada de la tarde, y refúgiate en el pabellón con una jarra de té, una alfombra y unos cuantos libros. Así esperarás la llegada de la noche. Cuando el té se quede frío, desenrolla la alfombra y siéntate en el centro: sus dibujos te protegerán contra los malos espíritus. Los libros distraerán tu mente. Elige libros de poesía o de historias caballerescas, pero evita la filosofía o los tratados morales, que estropean la digestión y agrían el carácter. Déjate llevar por los senderos de las historias, degusta con delectación los nombres de los países inventados.
Contempla las flores imaginarias, enamórate de las damiselas de papel. Al mismo tiempo, espía la aparición de la primera estrella. Cuando oigas el grito del pájaro de la noche, ponte en pie y camina hasta el extremo del jardín.
Entonces lo verás. Presta atención, porque el camino se abre una vez nada más. Tómalo, no mires atrás. La vida sólo es para los valientes.

Andrés Ibáñez

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"Hay un camino", de Andrés Ibáñez, forma parte del libro “El perfume de Cardamomo”, editado por Impedimenta en Madrid el año 2.008, con locución de Lorena Mulero López, y música basada en “Looking at the stars” de Esther García.

Fragilidad de los vampiros con locución de Esther Sánchez Martín

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Algunas veces cazamos vampiros. No son repulsivos ni malvados, como cuentan las leyendas y predican las moralejas. Tampoco asumen formas humanas, ni muerden el cuello de las mujeres hermosas para darles un placer que humilla a todos los varones mortales. No parecen fuertes y no besan con labios, ni atacan con colmillos. Al contrario: son delicados como telas de araña y pequeños como luciérnagas.

Para atraparlos hay que esperar desnudos en la oscuridad y adelantar al vacío una red pálida y furiosa. El blanco de la piel o de los ojos o de los dientes, las reverberaciones lunares de la red, los marean. El olor del cuerpo sin ropas los conduce, la fantasía del cazador los abraza con ardiente silencio. Es fácil entonces asirlos entre las yemas de los dedos para devorarlos o encerrarlos en frascos transparentes. Algunos los esconden entre los vellos del pubis, otros los disuelven en jugo de adormideras para que el significado de sus sueños exceda la miseria de los días que mueren. Otros se vuelven vampiros también ellos: criaturas de belleza incomprensible, víctimas de los nuevos cazadores que aguardan, los cuerpos irradiantes como lámparas.

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"Fragilidad de los vampiros", de María Rosa Lojo, forma parte del libro “Por favor sea breve, Antología de microrrelatos”, editado por Páginas de Espuma, el año 2009, con locución de Esther Sánchez Martín, y música basada en “Memory of her” de Tairovic Goran.

El perro que comía silencio con locución de Rita Pérez

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El perro que comía silencio.

Hubo un tiempo en que me llamé Croqueta. Así me llamaba mi amo. Mentecato lo llamaba yo a él, pero eso nunca lo supo. Ahora me gritan chucho. A mí me gusta titularme Zorba, el perro. Y sí, soy un perro free lance de pueblo. Tardé en darme cuenta de que esta vez solo sería eso. No ponía huevos, tampoco tenía cuernos, ni hablar de hacer patinaje sobre hielo. Al poco de nacer me abandonaron en un vertedero. Allí me recogió don Mentecato y me apadrinó prometiendo cuidarme toda mi perra y su aún más perra vida, pero como era de esperar no cumplió su palabra y no se lo reprocho. Viene a mi mente la frase «Errar es humano, perdonar es perruno». A lo largo de mi vida he comprendido que casi ningún hombre tiene palabra, pero todos tienen silencios y eso es lo esencial. Es muy difícil mentir con el silencio. Para mí es un recurso natural, como el agua. Hay días en que solo me alimento de eso, y claro, así estoy también flaco como perro; o como bromearía mi compadre pastor alemán: no es que sea fl aco, es que tengo los huesos bien afuera. Además parezco de gamuza con la tiña que agarré al revolcarme con una perrita choca de los suburbios y que me da un look bohemio. Mis silencios preferidos son el silencio del hueso y el silencio de los enamorados que huele a bistec y anhelo. En cambio el silencio de los cónyuges suele ser turbio y estrecho y no es solo uno compartido, sino al menos dos, por lo general antagónicos. A mí personalmente me ponen la carne de gallina y eso bien se sabe que para un can no es nada bueno. Soy zurdo convencido. Meneo la cola con ofi cio de izquierda a derecha, me despierto de izquierda a derecha y si el tiempo me permite elegir planto preferentemente el mordiscón en el muslo izquierdo del masticable contrincante. ¿Que por qué me fascinan los gatos? Porque son algo así como el resumen de la noche, sobre todo los negros. Pienso que si logro fi nalmente despedazar a alguno liberaré todos los amaneceres que contiene. Soy re patiperro, creo en el espacio abierto y en la posibilidad de las esquinas.

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"El perro que comía silencio", de Isabel Mellado, forma parte del libro “Mar de pirañas”, editado por Menos Cuarto, el año 2012, con locución de Rita Pérez, y música basada en “Sunset” de Ken Verheecke.

Dos con locución de Judith Castro Moya-Angeler

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Historias mínimas (II)

Mujer tejiendo junto a la ventana. Inesperadamente, entra en la habitación un NIÑO, sosteniendo algo en el hueco de la mano.

NIÑO. Madre, mira qué te traigo.
MADRE. ¿Qué me traes?
NIÑO. Una luz.
MADRE. ¿Dónde estaba?
NIÑO. En la charca, debajo de la luna.
MADRE. ¿te vió alguien como la cogías?
NIÑO. No, nadie.
MADRE. Anda, préndemela pues en el pelo.

Pausa. El NIÑO se alza sobre la punta de los pies y prende la luz en el cabello de la MADRE. Por un instante, la MADRE deja de tejer y sonríe.

Javier Tomeo

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"Dos", de Javier Tomeo, forma parte del libro “Por favor sea breve, Antología de microrrelatos”, editado por Páginas de Espuma, el año 2009, con locución de Judith Castro Moya-Angeler, y música basada en “A wonderful story” de Esther García.


viernes, 14 de diciembre de 2018

Chuzos de punta con locución de Judith Castro Moya-Angeler

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El hombre del tiempo predijo una borrasca de letras “ene”. Salí a la calle y unas finas “enes” Times New Roman cuerpo siete mojaron mi pelo. Abrí los brazos y un chaparrón de Tahoma veinte en mayúsculas me caló entero. Emocionado, chapoteé en un charco de “enes” Courier New en negrita hasta que se pusieron en cursiva. Tras el aguacero, el viento alejó los oscuros nubarrones de Arial Black. Ahora brilla el sol y compruebo aterrado cómo comienzan a evaporarse las “enes” de los jardines, de los carteles, de los grafitis, incluso de los cue tos.





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"Chuzos de punta", de Manuel Espada, forma parte del libro “Mar de pirañas”, editado por Menos Cuarto, el año 2012, con locución de Judith Castro Moya-Angeler, y música basada en “MSsamps 27” de 3minutetunes.

Carta de un octogenario con locución de Luis Martínez Reche

Luis Martínez Reche

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Carta de un octogenario (I) 

Rebasados los ochenta, el anciano reflexiona en voz alta. La habitación en semi penumbra una tarde de verano es testigo mudo de los pensamientos que acuden a su mente. Los ojos acuosos y la voz débil es acompañada de un gesto significativo de la mano apuntala lo que cuenta: “Mi mujer murió cuando más falta nos hacíamos. Cuando llegados a esa edad donde los hijos ya vuelan solos y no es necesaria nuestra tutela, podíamos haber disfrutado de otra etapa de la vida, más sosegada, calmados los arrebatos pasionales y las locuras de juergas interminables acompañados del alcohol y partidas de cartas. El pesar por las cosas que no le dije en vida, la abnegación en el trabajo diario, su constancia por tener siempre a punto la organización de la casa. La ropa limpia, la comida en su punto… Me pesa el remordimiento porque ahora pasados los años me doy cuenta que mi vida no fue todo lo honesta como yo creía. No hay marcha atrás. No se puede rebobinar y devolver el pasado. Llevo muchos años solo, con mis recuerdos, que se hacen más nítidos conforme cumplo años. La compañía de un vaso de vino los hace aún más frescos. En esta situación la confesión de un viejo tiene escaso auditorio. Por eso agradezco doblemente tu compañía. Temo las tinieblas de la noche. Pienso que no veré el amanecer de otro día. La soledad del dormitorio arrebujado en invierno bajo gruesas mantas de lana. La urgencia a las llamadas de la incontinencia urinaria de una próstata cada vez más grande y dilatada. Escucho la radio y más que escucharla la tengo en la mesita de noche haciendo ruido en vano intento de compañía. Los días se suceden sin apenas atractivo que me estimule el aliciente y la ilusión por algo nuevo. Bueno, sí, espero impaciente que llegue el fin de semana para que venga mi hijo a verme. Lo hace invariablemente los últimos años desde que quedé solo. El ritual es siempre el mismo, pero aunque, igual, no deja de ser muy grato. Mi hijo me acompaña y escucha, no es la compañía que me gustaría tener, pero sé que su atención es desinteresada y honesta, que su cariño hacía mi es fuerte, al que correspondo. No somos ninguno de los dos, hombres de palabras huecas. El ideario político, aunque distante no es lo suficiente para crear tensiones. Por encima de la discusión está el cariño mutuo. Esa es otra paz que ha llegado con los años. En otro tiempo cuando los dos éramos más jóvenes e inmaduros cada uno en nuestra responsabilidad, los choques eran frecuentes. Quizás no acerté a ser buen padre y me pesó esa carga asumida a temprana edad. Pudo haber palabras, gestos y decisiones que enturbiaron nuestras relaciones. Ahora las contemplo en la distancia como parte de un tiempo absurdamente perdido. ¿Era necesario que me quedara solo para que afloraran los mejores sentimientos? Quizás. Cuando viene me prepara la comida que compartimos. Incluso me la deja etiquetada y empaquetada en el congelar, para que no tenga que acudir al restaurante. Es el afán que le impulsa para que disfrute más de la casa y no R 2 tenga que someterme a los menús diarios, que por repetidos terminas cansándote. Los aperitivos los hacemos sentados uno frente a otro tomando unos vasos de vino. Mi hijo prepara la comida alternando la elaboración de lo que prepara con la charla sobre política o temas de actualidad mientras tomamos el vino. Es un momento ciertamente feliz. El declive físico es evidente, pero lento. Pienso en la edad que tengo y me estremezco por lo bien que me encuentro. Rebasé hace algunos años los ochenta. Una cortina blancuzca cruza la pupila de los ojos. El oculista dice que es un principio de cataratas, pero que todavía no se pueden operar hasta que no estén más avanzadas. Ciertamente la vista es necesaria para conducir el coche, ver la televisión y atender las necesidades inmediatas, que tampoco son muchas. Me afeito con máquina eléctrica que me compró mi hijo, casi al tacto. Por lo que me quedan rodales de pelos que identifico mientras me paso las manos por la cara. En el gabinete sicológico que certifica mi aptitud para conducir, paso las pruebas sin problemas. Cuando firman mi papel que acredita que estoy “apto” será por algo ¡digo yo! A veces le doy un roce al coche. Casi siempre es en los giros, pero es que la gente deja el coche aparcado de cualquier manera. Conduzco para ir a comer al restaurante cercano. No está lejos pero sí lo suficiente para que no me apetezca ir andando. Sobre todo al término de la comida. El sopor que me produce el inicio de la digestión supone un inconveniente para andar. El ritual es siempre el 3 mismo. Suelo comer temprano. Saco el coche de la cochera y llego sin novedad al restaurante. Veo bien. La comida se inicia con una ensalada de tomate, cebolla y aceitunas y una botella de vino la que aligero con tres o cuatro vasos. No cae entera, pero le falta poco. Me gusta la sopa de fideos caliente. Me resucita. Luego un trozo de pescado o pechuga de pollo a la plancha constituye el segundo plato. Y de postre un flan casero que los hacen buenísimos. Reconozco que soy un galgo, que me gusta lo dulce. Me duele esa rutina. Pero no he tenido otro remedio que asimilarla”. La Torrecilla, 23 de julio de 2017

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"Carta de un octogenario", de Luis Martínez Reche, publicado en la revista "Cultura y Mujer", edición digital, de Lorca, con locución de Luis Martínez Reche, y música basada en “Mer calme” de Christian Dalmont.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Amor II con locución de María Manchón Quesada


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AMOR II


Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio ardor.
Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.









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"Amor 2", de Raúl Brasca, forma parte del libro “Por favor sea breve, Antología de microrrelatos”, editado por Páginas de Espuma, el año 2009, con locución de María Manchón Quesada, y música basada en “Rouge tekila” de Kaenel.


Amor I con locución de Miguel Antonio Berrueta Munévar

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AMOR I

A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está, su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras, muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.









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“Amor 1”, de Raul Brasca, forma parte del libro “Por favor sea breve, Antología de microrrelatos”, editado por Páginas de Espuma, el año 2009, con locución de Miguel Antonio Berrueta Munévar, y música basada en “Late night” de Artistico.

viernes, 6 de abril de 2018

Juan el oso con locución de Paco Jorquera



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“Juan el oso”, con locución de Paco Jorquera, y música basada en “Los Planetas” de Gustav Holst y ”Joie, plaisance et douce norriture” de Guillaume de Machaut.

Este texto es un cuento clásico de tradición oral anónimo y adaptado por Paco Jorquera.

LEE EL TEXTO


Esta es una historia de antes de que el hombre fuera hombre; y quizב sobre cómo lo hizo.
Juan nació en una cueva y solo veía el sol cuando su padre, un terrible oso, apartaba la piedra que tapaba la entrada para traerles comida a él y a su madre. Su madre era una cariñosa granjera que había sido encerrada allí por los instintos del enorme animal.

Juan, que había heredado su pelo de oso, sus grandes pies de oso, y su rabo de oso; creció, también, grande y fuerte cómo un oso. Un día, cuando ya tenía doce años, Juan le dijo a su madre:

-"Madre, quiero ver el sol, quiero ver qué hay más allá de esa piedra. Ivámonos de aquí!" y con sus fuertes brazos apartó la gran roca como si nada. Su madre, que tenía miedo del terrible oso, dudó y dijo a Juan que era peligroso salir. Que aunque fuera una cueva pequeña, allí estaban seguros. En ese momento, el oso, que volvía de cazar; encontró a Juan en la entrada. Y sorprendido de al ver que había podido mover.la gran piedra rugió enfadado. Pero Juan, levantó la gran piedra y mató al oso lanzandosela.

Juan ysu madre se fueron al pueblo de sus abuelos, que celebraron contentos el regreso de su hija; y, aunque sorprendidos, también acogieron a su peludo nieto.

Para Juan.todo era-nuevo. Los árboles, los riachuelos, y también la escuela a la que lo mandaron. Pero no todo era bueno. Pues en la escuela se metieron con él:

-"Mira que pelos más largos. [Es cómo un oso!" -Se burlaban los niños.
-"Mira que rabo tiene. ¡ Eso no puede ser normal, parece un oso!" Se horrorizaban las niñas.
-"Pero qué pies más grandes y descalzos. iAsí no puedes venir aquí, so anima!!" -Decía los maestros.
y pasaba tan a menudo que empezaron a llarnarlo "Juan el Oso". A Juan no le gustaba que se burlasen de él y se pasaba el día peleándose. E incluso llegó a enfrentarse a los maestros. Un día le dijeron: "Si esto sigue así tendrás que irte." ¿y qué creéis que dijo Juan? "¡Pues me voy!"

En casa le dijo a su madre que quería irse a ver mundo, que incluso el pueblo era pequeño.
Entonces su madre fue a visitar al herrero y pidió que le hiciera una porra de siete toneladas. Y así lo hizo el herrero. Puso la forja a todo lo que daba e hizo una porra enorme. Tan grande que cuando terminó no pudo ni moverla. Pero entonces llegaron Juan y su madre, y esta le dijo: "Toma esta porra, Juan, y ves a buscar tu sitio." Juan se la echó al hombro y con ella se fue tranquilamente.

Por el camino, encontró a un par de hombres que estaban trabajando el campo. Mientras uno arrancaba pitos a guantazos, el otro allanaba la tierra a culazos.

-Me llamo Juan el Oso, ¿vosotros cףmo os lIamבis?-Dijo Juan orgulloso.
-Yo soy Arrancapinos. -Contestף el que arrancaba pinos a guantazos.
-y yo soy Allanarnontes."> Dijo el que allanaba el suelo a culazos.
-¿Cuánto os pagan por eso que hacéis?
-Cuatro perras. -Respondieron al unísono.

-Pues yo os doy el doble si os venís conmigo. -Cuando Juan dijo eso los hombres se miraron, tomaron sus cosas, dejaron el campo a medio hacer y se fueron con él.

Al caer la noche buscaron refugio y encontraron una casucha abandonada y destartalada con un pozo. Entre los tres decidieron que Arrancapinos se quedaría a hacer la cena, y mientras,  Juan y Allanamontes irían a buscar la comida para el día siguiente. Cuando Arrancapinos ya  había terminado de hacerla, del pozo salió un duende barbudo y le dijo:

-¡Tú, animal de bellota! ¿No sabes que ésta es mi casa? Dame ahora mismo esa olla.
- ¡¿Pero qué dices canijo?! Esta olla es nuestra y no te la voy a dar.
-j¿Que, qué?! -jBim!¡Pam! El duende, que era más fuerte de lo que parecía, le dio una tunda a Arrancapinos que lo dejó tiritando. Luego se comió la cena; se cagó en los cacharros y se metió al pozo de nuevo.

Cuando Juan y Allanamontes vieron el panorama le preguntaron qué había pasado, y Arrancapinos le contó la historia. Éstos lo miraron extrañados y tuvieron que conformarse con el pan duró que había quedado:

Al día siguiente se quedó Allanamontes a hacer la cena mientras los otros dos salían a buscar.
Ahí estaba la cena recién hecha que salió de nuevo el duende y dijo:

-¡Tu pollino! ¿No sabes que ésta es mi casa? Me voy a comer esa olla y te vas a enterar. -El duende.cumplió su palabra. Le dio aAllanamontes una somanta de palos que lo dejó temblando, se comió la comida y se cagó en los cacharros .

Cuando volvieron sus compañeros, les contó la historia. Juan, resoplando dijo: "Venga, pues mañana me quedo yo," Al día siguiente se fueron Arrancapinos y Allanamontes a buscar lo del día siguiente y Juan se quedó haciendo un cocido que olía a gloria. Y claro, el duende salió de nuevo del pozo. Pero ésta vez, antes de que pudiera abrir la boca, Juan echó mano a su enorme cachiporra de siete toneladas y le dio en todo el morro, tan fuerte que el duende voló de una punta a la otra de la casa. Éste miró a Juan sorprendido y le dijo: "Vale, vale. No me pegues más. Mira, quédate con mi oreja. Cuando tengas un problema, muerdela." El duende se cortó la oreja y se la dio a Juan, y acto seguido se metió en el pozo y desapareció.

Cuando los otros dos llegaron y vieron el cocido que había, se relamieron. Juan les puso de
cobardes para arriba, pero esa noche los tres se dieron un festín.

Cuando amaneció, y estaban frescos, decidieron que bajarían al pozo a buscar tesoros. Cogieron una cuerda muy larga y la echaron para abajo. El pozo era tan profundo y tan oscuro que no se veía el fondo. Juan le dio una campanilla a Allanamontes y le dijo que bajase primero, y que cuando no pudiera más o si había algo peligroso tocase la campana y le subirían enseguida. Ahí que bajó Allanamontes, y cuando iba a mitad de camino, escuchó un siseo que le puso los pelos de punta. Tocó la campana tan fuerte como pudo y los otros lo subieron enseguida. Entonces fue el turno de Arrancapinos. Bajaba él, cuando escuchó el siseo, pero aguantó. Pero entonces, un poco antes de lIegaral fondo, escuchó unos golpes muy fuertes en el suelo que lo hicieron retumbar, tocó la campanilla como un loco y enseguida lo subieron. 

Por último, Juan se ató la cuerda y se lanzó al pozo. Bajó y bajó. Escuchó el siseo y los golpes, y también unas carcajadas muy graves. Pero él bajó con la porra colgando y llegó hasta el fondo. Una vez abajo, la agarró con fuerza, se la echó al hombro y se fue a explorar.

Encontró, entonces, una habitación con tres puertas. Se acercó a una de ellas y la echó abajo de una patada. Allí encontró a una joven muy bonita que lloraba. Al ver a Juan, con sus grandes pies, su upido pelo y su rabo de oso, se sorprendió; y le dijo: "Vete de aquí muchacho, pues me guarda un toro bravo y te matará si te ve." Juan, que no tenía miedo fue a enfrentarse al toro; y de un cachiporrazo lo dejó tieso. Entonces ató a la joven a la cuerda e hizo sonar la campana para que la sacaran de allí.

Fue entonces a la siguiente puerta y la tumbó de un bofetón. Allí encontró a otra jovencita, igualde hermosa que la anterior. Ésta también se sorprendió al verlo sujetando la enorme ',' cachiporra de siete toneladas. Pero al ver que no había mal en él, le dijo: "Oh! Fuerte mozo, a mí me guarda una serpiente de diez cabezas. Vete, vete o te matará." Pero Juan no tenía miedo de la serpiente y fue a enfrentarse con ella. Le dio un cachiporrazo en cada cabeza hasta que dejó de moverse. Y entonces, ató a la chica a la cuerda y tocó la campanita para que la sacaran de allí.

Por fin llegó a la tercera puerta, y la echó abajo de un cabezazo. Dentro había una chica tan  bonita cómo las otras dos, que al ver los grandes pies, el pelo y el rabo de oso de Juan; su gran  cachiporra, y sus grandes músculos; se echó a sus brazos llorando y le contó su historia:

Le dijo que ella y sus tres hermanas eran princesas de un reino lejano a las que un gigante había. encantado por haber tocado un manzano en el jardín de palacio. Un manzano que su padre les había prohibido tocar. Y que al hacerlo, la tierra se abrió y se las tragó. Pero también le advirtió:

-A mí me guarda el mismo gigante y te matará si te ve.
-No tengo miedo. -Dijo Juan.
-Si vasa luchar con él, debes saber que te llevará a otra habitación donde hay muchas espadas.

Te dará la que más brilla, pero tú coge la más vieja y deslustrada.
Una gran risotada grave sacudió la caverna. "¡Hueeeelo a caaarne freeesca!". La princesa escondió a Juan en un armario, pero cuando el gigante la amenazó con comérsela a ella si no le decía dónde estaba, Juan salió con su gran cachiporra en la mano.

El gigante le dio un guantazo tan fuerte que él y su cachiporra de siete toneladas salieron volando  en direcciones diferentes. Entonces cogió a Juan con sus enormes manazas y se lo llevó a otra  habitación y allí lo soltó. Cómo la princesa le había dicho había muchas espadas, brillantes la  mayoría. Y el gigante le dijo:

-Te vooooy a dar una oportunidaaaad, coocooge ésta espaaaaada y lucha conmiiiiiiigo.-  Ofreciéndole una espada muy brillante.

Pero Juan, haciendo caso a la princesa tomó la más vieja y deslustrada. Dándose cuenta que era de hierro y no de hojalata como las otras. Lucharon y lucharon hasta que Juan se las apañó para darle una estocada mortal y matar al gigante. Entonces ató a la princesa a la cuerda, pero antes de que la subieran, ésta le dio a Juan un anillo que llevaba. Sin embargo, cuando le tocó subir a él, vio caer la cuerda al completo y se dio cuenta de que Arrancapinos y Allanamontes se había ido llevándose ellos a las princesas; y de que él no podría salir.

Entonces se acordó de la oreja del duende. La sacó, la mordió, y apareció de la nada el duendecillo que le preguntó qué quería. Juan respondió: "Dame claridad." Entonces el duende se dividió en un montón de duendecillos que acariciándolo con las manitas fueron quitandole la piel de oso y poniéndole un traje elegante. Luego se juntaron de nuevo y se transformaron en un caballo de grandes alas blancas. Juan se montó en él y volando salió del pozo.

Al llegar al reino lejano, Juan se enteró de que el rey había dado una gran recompensa a dos  valerosos jóvenes que habían rescatado a sus tres hijas del pozo. Pero que para casarlas primero debían llevarle la uña de un genio que estaba en un bosque profundo, las alas de un cuervo rojo, y ganar las justas del reino.

Entonces Juan, montado en su caballo volador fue al bosque y encontró la uña rápidamente, en la copa del árbol más alto. Al volver se encontró con Arrancapinos que no lo reconoció, éste le dijo que si le daba la uña, haría lo que fuese por él. Entonces Juan, astuto, sujetando la uña le dijo: "A partir de ahora y durante un año no podrás mentir. ¿Aceptas?" Arrancapinos, sin pensárselo dos veces aceptó, y Juan le dio la uña.

De ahí, se fue volando hasta el castillo dónde encontró al cuervo rojo enjaulado debajo de la mesa real; bajo una losa suelta. Al salir se encontró a Allanamontes que tampoco lo reconoció. 

y éste le dijo que haría por él cualquier cosa si le daba el cuervo. Juan, sosteniendo la jaula del cuervo le pidió que le contara la historia de cómo habían encontrado a las princesas. Y Allanamontes se jactó de cómo habían engañado a Juan y engañado al rey. Juan cumplió su palabra y le entregó el cuervo.

Después se apuntó a las justas, y allí su fuerza y su caballo volador no tuvieron rival. Y fue reconocido cómo el hombre más fuerte del reino.

Entonces los tres se presentaron ante el rey con sus trofeos. Pero cuando el rey iba a anunciar su juicio, Juan dio un paso al frente y dijo:

-Mi rey, el único que salvó a las princesas soy yo y estos hombres me engañaron. Y aquí está la prueba. -Juan enseñó el anillo que le había dado la princesa. Y las tres jovencitas lo reconocieron al instante.

-Tienes mi gratitud valiente joven, pero eso no es suficiente para casarte con ellas. -Dijo el rey.
-Lo sé, mi rey. Pero también soy yo quien ha conseguido éstos tres trofeos.
-¿Es eso cierto? -Preguntó el Rey mirando a-Arrancapinos y a Allanamontes.

Arrancapinos estaba a punto de contar una mentira, pero entonces la uña del genio, que era mágica, haciendo realidad el pacto que hicieron, encantó al hombre que tuvo que decir la verdad.-Si es, cierto mi rey. -Dijo Arrancapinos sorprendido de que esas palabras salieran de su boca.

-No, no es cierto, éste cuervo lo encontré yo. -Replicó Allanarnontes. Pero entonces:
-¡Graaak! Mentira, mentira. -Dijo el cuervo que había escuchado la conversación entre él y Juan. Pues cómo todo el mundo sabe, los cuervos rojos saben hablar, y éste contó al rey lo que había escuchado. El rey miró a Juan y asintió impresionado, casándolo con las tres princesas. Y a Arrancapinos y Allanamontes los mandó a trabajar a las cocinas como castigo.

Y cómo era de esperar, Juan y las princesas fueron felices y comieron las perdices que los bribones les tuvieron que preparar.  

jueves, 15 de marzo de 2018

El Banquete con locución de Antonio Montoro

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SOBRE JULIO RAMÓN RIBEYRO


Julio Ramón Ribeyro Zúñiga (Santa Beatriz, Lima, 31 de agosto de 1929 - Lima, 4 de diciembre de 1994) fue un escritor peruano, considerado uno de los mejores cuentistas de la literatura latinoamericana. Es una figura destacada de la Generación del 50 de su país, a la que también pertenecen narradores como Mario Vargas Llosa, Enrique Congrains Martin y Carlos Eduardo Zavaleta. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, holandés y polaco. Aunque el mayor volumen de su obra lo constituye su cuentística, también destacó en otros géneros: novela, ensayo, teatro, diario y aforismo. En el año de 1994 (antes de su defunción) ganó el reconocido Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.





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“El Banquete”, de Julio Ramón Ribeyro, forma parte del libro “La palabra del mudo”, editado por Seix Barral en Barcelona, el año 2010, con locución de Antonio Montoro, y música basada en “Concierto para violín y orquesta nº1” de Niccolò Paganini.

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El banquete
Julio Ramón Ribeyro

Con dos meses de anticipación, don Fernando Pasamano había preparado los pormenores de este magno suceso. En primer término, su residencia hubo de sufrir una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar abajo algunos muros, agrandar las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las paredes.

Esta reforma trajo consigo otras y (como esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo) don Fernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del programa estaba previsto un concierto en el jardín, fue necesario construir un jardín. En quince días, una cuadrilla de jardineros japoneses edificaron, en lo que antes era una especie de huerta salvaje, un maravilloso jardín rococó donde había cipreses tallados, caminitos sin salida, una laguna de peces rojos, una gruta para las divinidades y un puente rústico de madera, que cruzaba sobre un torrente imaginario.

Lo más grande, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer, como la mayoría de la gente proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilonas provinciales en las cuales se mezcla la chicha con el whisky y se termina devorando los cuyes con la mano. Por esta razón sus ideas acerca de lo que debía servirse en un banquete al presidente, eran confusas. La parentela, convocada a un consejo especial, no hizo sino aumentar el desconcierto. Al fin, don Fernando decidió hacer una encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así pudo enterarse de que existían manjares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las viñas del mediodía.

Cuando todos estos detalles quedaron ultimados, don Fernando constató con cierta angustia que en ese banquete, al cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta mozos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine, había invertido toda su fortuna. Pero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción.

-Con una embajada en Europa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que canta un gallo (decía a su mujer). Yo no pido más. Soy un hombre modesto.

-Falta saber si el presidente vendrá (replicaba su mujer).

En efecto, había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación.

Le bastaba saber que era pariente del presidente (con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrar adulterino) para estar plenamente seguro que aceptaría. Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto.

-Encantado (le contestó el presidente). Me parece una magnifica idea.Pero por el momento me encuentro muy ocupado. Le confirmaré por escrito mi aceptación.

Don Fernando se puso a esperar la confirmación. Para combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas complementarias que le dieron a su mansión un aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su última idea fue ordenar la ejecución de un retrato del presidente (que un pintor copió de una fotografía) y que él hizo colocar en la parte más visible de su salón.

Al cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. Don Fernando, quien empezaba a inquietarse por la tardanza, tuvo la más grande alegría de su vida.

Aquel fue un día de fiesta, salió con su mujer al balcón par contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño bucólico esa memorable jornada. El paisaje, sin embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensibles, pues donde quiera que pusiera los ojos, don Fernando se veía a sí mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo donde (como en ciertos afiches turísticos) se confundían lo monumentos de las cuatro ciudades más importantes de Europa. Más lejos, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con su vagones cargados de oro. Y por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía las piernas de un cocote, el sombrero de una marquesa, los ojos de un tahitiana y absolutamente nada de su mujer.

El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales exageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.

Luego fueron llegando los automóviles. De su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombre de negocios, hombre inteligentes. Un portero les abría la verja, un ujier los anunciaba, un valet recibía sus prendas, y don Fernando, en medio del vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas.

Cuando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos se hacía una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. Escoltado por sus edecanes, penetró en la casa y don Fernando, olvidándose de las reglas de la etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los brazos con tanta simpatía que le dañó una de sus charreteras.
Repartidos por los salones, los pasillos, la terraza y el jardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y epigramas, los cuarenta cajones de whisky. Luego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas (la más grande, decorada con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombre ejemplares) y se comenzó a comer y a charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba de imponer inútilmente un aire vienés.

A mitad del banquete, cuando los vinos blancos del Rin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenzaban a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. La llegada del faisán los interrumpió y sólo al final, servido el champán, regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el café, para ahogarse definitivamente en las copas del coñac.

Don Fernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que él hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente sus confidencias. A pesar de haberse sentado, contra las reglas del protocolo, a la izquierda del agasajado, no encontraba el instante propicio para hacer un aparte. Para colmo, terminado el servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados y digestónicos y él, en su papel de anfitrión, se vio obligado a correr de grupos en grupo para reanimarlos con copas de mentas, palmaditas, puros y paradojas.

Al fin, cerca de medianoche, cuando ya el ministro de gobierno, ebrio, se había visto forzado a una aparatosa retirada, don Fernando logró conducir al presidente a la salida de música y allí, sentados en uno de esos canapés, que en la corte de Versalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslizó al oído su modesta.
-Pero no faltaba más (replicó el presidente). Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana, en consejo de ministros, propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Pasado mañana citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga.

Una hora después el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. Lo siguieron sus ministros, el congreso, etc., en el orden preestablecido por los usos y costumbres. A las dos de la mañana quedaban todavía merodeando por el bar algunos cortesanos que no ostentaban ningún título y que esperaban aún el descorchamiento de alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron solos don Fernando y su mujer. Cambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba entre los despojos de su inmenso festín. Por último se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad.

A las doce del día, don Fernando fue despertado por los gritos de su mujer. Al abrir los ojos le vio penetrar en el dormitorio con un periódico abierto entre las manos. Arrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una exclamación, se desvaneció sobre la cama. En la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.

Confusión con locución de Antonio Montoro

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JUAN JOSÉ MILLÁS
Confusión

Antes de que hubiera terminado de desenvolver el regalo de cumpleaños, sonó dentro del paquete un timbre: era un móvil. Lo cogí y oí que mi mujer me felicitaba con una carcajada desde el teléfono del dormitorio. Esa noche, ella quiso que habláramos de la vida: los años que llevábamos juntos y todo eso. Pero se empeñó en que lo hiciéramos por teléfono, de manera que se marchó al dormitorio y me llamó desde allí al cuarto de estar, donde permanecía yo con el trasto colocado en la cintura. Cuando acabamos la conversación, fui al dormitorio y la vi sentada en la cama, pensativa. Me dijo que acababa de hablar con su marido por teléfono y que estaba dudando si volver con él. Lo nuestro le producía culpa. Yo soy su único marido, así que interpreté aquello como una provocación sexual e hicimos el amor con la desesperación de dos adúlteros.Al día siguiente, estaba en la oficina, tomándome el bocadillo de media mañana, cuando sonó el móvil. Era ella, claro. Dijo que prefería confesarme que tenía un amante. Yo le seguí la corriente porque me pareció que aquel juego nos venía bien a los dos, de manera que le contesté que no se preocupara: habíamos resuelto otras crisis y resolveríamos ésta también. Por la noche, volvimos a hablar por teléfono, como el día anterior, y me contó que dentro de un rato iba a encontrarse con su amante. Aquello me excitó mucho, así que colgué enseguida, fui al dormitorio e hicimos el amor hasta el amanecer.


Toda la semana fue igual. El sábado, por fin, cuando nos encontramos en el dormitorio después de la conversación telefónica habitual, me dijo que me quería pero que tenía que dejarme porque su marido la necesitaba más que yo. Dicho esto, cogió la puerta, se fue y desde entonces el móvil no ha vuelto a sonar. Estoy confundido.

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"Confusión", de Juan José Millás, forma parte de la Antología de microrrelatos “Por favor sea breve 2” publicado por la Editorial Páginas de Espuma, en Madrid, año 2009, con locución de Antonio Montoro, y música basada en “Coffee Break” de Andrea Torti.

martes, 13 de marzo de 2018

Mi pueblo y El pueblo quieto con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar

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El libro "Mi pueblo" de García Lorca es un conjunto de recuerdos y reflexiones que el poeta escribió acerca de su lugar de origen, el lugar de su infancia, el lugar de sus primeras impresiones. Un mundo congelado en su memoria al que mira restrospectivamente, encontrando esencias. 

Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, un pueblecito de la comarca de la Vega de Granada, Andalucía. ¿Cuáles son tus sensaciones al recordar el lugar y los personajes de tu infancia?

No son propiamente cuentos sino relatos que demuestran la mente sensible y la agudeza de la reflexión. No son filosofías, sino descripciones de una realidad compartida por todos, pero vista desde otro lado. Los textos en Mi pueblo de García Lorca enseñan al lector que se trata de un escritor que ve el mundo desde un lugar muy aparte de la masa. “Desde el otro lado” diría Julio Cortazar.


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“Mi pueblo” y “El pueblo quieto”, de Federico García Lorca, están incluidos en el libro “Mi pueblo” editado por Kliczkowski en al año 2005, con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar, y música basada en “Andantino en Sol mayor” y ”Sonata nº5” de Ferdinando Carulli.

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Mi pueblo 


Cuando yo era niño vivía en un pueblecito 
muy callado y oloroso de la vega de 
Granada. Todo lo que en él ocurría y todos 
sus sentires pasan hoy por mí, velados por la 
nostalgia de la niñez y por el tiempo. Yo quiero 
decir lo que sentía de su vida y de sus leyendas. Yo 
quiero expresar lo que pasó por mí a través de 
otro temperamento. Yo ansío referir las lejanas 
modulaciones de mi otro corazón. Esto que yo hago 
es puro sentimiento y vago recuerdo de mi alma de 
cristaL.. Todas las figuras que desfilen por estas 
hojas desabridas, unas habrán muerto, otras están ya 
transformadas y el pueblo es otro completamente 
distinto ... El monstruo de la política le quitó su 
virginidad y su luz. En ese pueblo yo nací y se 
despertó mi corazón. En ese pueblo tuve mi primer 
ensueño de lejanías. En ese pueblo yo seré tierra y 
flores ... Sus calles, sus gentes, sus costumbres, su 
poesía y su maldad serán como el andamio donde 
anidarán mis ideas de niño, fundidas en el crisol de 
la pubertad. Oíd ...



El pueblo quieto 

El caserío es pequeño y blanco y está todo 
besado de humedad. El agua de los ríos al 
evaporarse le cubre de gasas frías en las 
mañanas; tan de plata y níquel, que cuando sale el 
sol desde lejos parece una gran piedra preciosa. 
Luego, a mediodía, las nieblas se disipan y se le ve 
dormido sobre una manta de verdor. La torre de la 
iglesia es tan baja que no sobresale del caserío y 
cuando suenan las campanas parece que lo hacen 
desde el corazón de la tierra. Está rodeado de 
chopos que se ríen, cantan y son palacios de pájaros 
y de sauces y zarzales que en el verano dan frutos 
dulces y peligrosos de coger. Al aproximarse hay 
gran olor de hinojos y apio silvestre que vive en las 
acequias besando al agua. En verano el olor es de 
paja que en las noches, con la luna, las estrellas, y 
los rosales en flor, forman una esencia divina que 
hace pensar en el espíritu que la formó. En esas 
noches las mozas suspiran pensando en los ojos que 
serán luz de su vida. En esas noches los hombres 
sienten más los bordoneos sangrientos de una 
guitarra. En esas noches las viejas sentadas en sus 
puertas cuchichean historias pasadas y aconsejan a 
alguna muchacha en su amor. En el invierno los 
chopos están sin voces y el olor es de agua 
estancada y de paja quemada en los hogares ... El 
pueblo está formado por una gran plaza bordada 
con bancos y álamos y varias callej as oscuras y 
miedosas en las que el invierno pone los fantasmas 
y las marimantas. La plaza es alargada y en un lado 
está la iglesia con sus frisos de nidos y avisperos. 
En la puerta hay una cruz de madera como un 
farol cubierto de telarañas cercada de laureles y 
enredaderas. Coronando la fachada está la Virgen 
de las Paridas con su niño en brazos, carcomida por 
la humedad y cargada de exvotos y medallas. Las 
gentes la tienen mucha fe y cuando alguna mujer 
está santificada por el peso augusto de una vida 
futura, va y reza delante de la estatua para que 
aquella vida salga a la luz sin llevársela a la 
eternidad. Enfrente de la iglesia está la casa donde 
yo nací. Es grande, pesada, majestuosa en su 
vejez ... Tiene un escudo en el portalón y unas 
rejas que suenan a campanas. Cuando niño, mis 
amiguitos y yo tocábamos en ellas con una barra de 
hierro y su sonar nos volvía locos de alegría y 
simulábamos tocar a fuego, a muerto y a bautizos ... 
Por dentro la casa es fea y baja. En sus balcones las 
niñas de la enseñanza decían versos y cantares 
cuando pasaba la Virgen del Amor Hermoso, y yo 
era rey con una bengala en la mano ... Las demás 
casas de la plaza son bajas y hondas. En ellas dormí 
en brazos cálidos de mozuelas durante la hora de la 
siesta y muchas veces comí Ias santas migas de 
maíz sentado alrededor de la sartén y acariciado por 
las gentes que las vivían [sic]. La plaza siempre 
está muda; únicamente el eterno cantar de la fuente 
turba su silencio religioso ... La fuente es baja y 
tiene cuatro sonidos de agua fresca y pura. Por las 
tardes las mozuelas, muy compuestas y con 
manojos de flores en el pecho, van por agua con el 
cántaro a la cintura. Casi todas son robustas y 
encarnadas y llevan pañuelos de colores brillantes 
en el cuello. Sus manos las tienen encallecidas y sus 
pies son deformes por las grandes caminatas a 
través de los campos en busca de espigas. A puestas
del sol, la fuente se cubre de risas y de cantos que 
apagan el hablar solemne del agua y las mozuelas 
son la alegría y el encanto de la muerta plaza. Pero 
cuando llega la noche la fuente canta más alto y el 
aire tiene un extraño temblor de misterio. Las 
puertas se van cerrando una a una y si alguien cruza 
sus pasos suenan como si andara violento sobre el 
agua de un aljibe ... Todas las casas son iguales y 
con igual ajuar. Todas las pasiones son iguales. 
Todos los días son del mismo color... El sonido 
matinal del pueblo es de' sonar campanillas y 
relinchar potros; el de la tarde es de risas de mujeres 
y cantar de niñas; y el de la noche es de tremolar de 
grillos y girar de puertas. La fuente es sonido 
eterno. En la plaza hay un prado donde las mujeres 
tienden la inmaculada ropa al sol y donde los 
chiquillos se revuelcan como potrillos salvajes al 
salir de la escuela. En la primavera se cubre de 
margaritas, que son pasto delicioso de gallinas y 
lechones, y cuando el sol llena de luz y calor al 
pueblo, se ve invadido de una legión de niñas que 
hacen rondones y de niños que juegan al salto de la 
muerte. Las demás calles del lugar son estrechas, 
pendientes y sombrías ... En una de esas calles hay 
una rej a que fue guardiana de un gran amor y que 
después presenció una gran tragedia ... Mi madre, al 
pasar por allí, me contaba la historia. Era una 
muchacha que estaba locamente enamorada de dos 
a la vez y que a los dos correspondía con su afecto. 
Hasta que un día uno de los amantes se enteró de lo 
que pasaba y en abril de un año ya lejano la noche 
del viernes santo y cuando pasaba por allí la 
procesión de la Dolorosa, ella se asomó para veda 
pasar y él, abrazado a la rej a donde tanto había 
gozado, se atravesó el corazón con un puñal... 
Siempre que transitaba por esa calle, aquella 
ventana tenía un misterio y un encanto trágico 
que me hacía pensar en el fuerte enamoramiento 
de aquel desdichado y nobilísimo campesino. 
Las leyendas que guardan el poblacho son todas 
vulgares, pero de una vulgaridad infantil y honrada. 
Hombres que se mataron, muchachas que murieron 
consumidas de amor, galanes que robaron en 
noches de arrebato para huir con sus novias ... todo 
esto es lo que cuentan las viejas que saben de 
la historia del pueblo. Yo lo escuchaba antes con 
verdadero placer y sufría con los que en esas 
leyendas sufrían y que en ellas hacían sufrir, porque 
odiaba a los que tenían el corazón de piedra ... Hoy 
todo aquello pasó. Hoy mi alma siente ya otras 
cosas más complicadas. Hoy de niño campesino me 
he convertido en señorito de ciudad ... pero nunca 
olvido al pueblo y por eso escribo mis antiguos 
sentires, que eran perfumados por los habares en 
flor y por las noches oscuras del invierno.