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lunes, 26 de junio de 2023

Carta al hijo con locución de Susana de Torres Mora

 



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"Carta al hijo", de Xabier P. Docampo, forma parte del libro “Cuatro cartas” editado por Anaya en el año 2000, con locución de Susana de Torres Mora y  acompañada de "Canzonetta for clarinet" del compositor Gabriel Pierné



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Carta al hijo

Querido hijo:

Cuantas veces las cartas comienzan con disculpas por no haberlas escrito antes! Esta, tambien. Hace muchos alms que to la debo. Es la carta que llevo escribiendo toda la vida. Incluso antes de saber que nacerias, cuando para mi solo eras un suerio de juven­tud. iYa era hora!

Se que mi vida durará tanto como yo perdure en tu recuerdo. Allí estaré con muy diversas caras y actitudes, y momentos, y... Seré, en fin, un recuerdo lleno de imágenes. Pero seguramente la que mas se repetirá será aquella en la que me ves con un libro en las manos. Estamos leyendo juntos.

Ya se, querido hijo, a veces me po­nía muy pesado. Como aquel día que te leía una serie de cuentos que estaba escribiendo. Tenías cuatro o cinco arios y, harto de la tortura a la que te estaba sometiendo, huis te en busca de tu madre: « iMamá, mama —grita­bas—, que papa quiere leerme otro cuento y yo no quiero!» Aquella mis­ma noche me pediste que te contara un cuento.

Te acuerdas cuando leíamos con una técnica que llamábamos "una bi­cicleta para dos»? Te habla contado que cuando yo era niño, si queríamos ir a algún sitio dos chavales y solo te­níamos una bicicleta, habla una técni­ca que nos habían enseriado los mayo­res. Salíamos los dos al mismo tiempo, uno andando y otro en la bici. Al Ile-gar a un punto previamente acordado, el de la bici la dejaba al borde del ca­mino y seguía a pie. Llegaba el que ye­nía andando, cogía la bicicleta y peda­leaba hasta sobrepasar a su amigo. Seguía hasta otro punto conocido por ambos, donde pasaría de ciclista a caminante, para que su compañero co­giese la bici cuando llegara. Y así has­ta llegar al lugar de destino.

Por entonces tu tenías diez u once arios y hablábamos de libros de viajes. Me dijiste que te gustaría leer La Odi­sea, Pero te parecía un libro demasia­do gordo. Te propuse que lo leyéra­mos entre los dos con la técnica de la bicicleta. Empezaste tu y cuando de­jaste la lectura pusiste entre las pagi­nas del libro un papelito en el que habías dibujado una bicicleta. Habías hecho el esfuerzo de leer el primer canto completo. Después empecé yo y te adelante, puse el papel con la bici­cleta dibujada en el lugar donde pare. Al dia siguiente, antes de que empeza­ras, te conté todo lo que le había pasa­do a Telémaco, entre el lugar en el que le habías dejado tu, sentado en la popa del barco con Atenea a su lado, y donde lo había dejado yo, en el mo­mento en el que el hijo de Odiseo lie­ga a Pilos y el rey Néstor le cuenta la muerte de Agamenón y el regreso de los griegos a Troya. Leíste y pusiste una nueva marca. Todavía me acuerdo de corm) narrabas cuando Helena re­conoce a Telémaco por el parecido con su padre y cómo lloraban todos: era lo que mejor recordabas. Leías cada día un trocito pequeño, supongo que te costaba entenderlo. Pero que­rías que yo leyera mas para que te lo fuera contando. No recuerdo cuánto tiempo tardamos en llegar juntos a Ítaca haciendo el camino «los dos en una sola bicicleta», pero desde luego fue mucho y muy feliz.

Ya hace tiempo que no me necesitas para hacer estos viajes por los libros. Ayer estabas tumbado en la cama le­yendo Un mundo feliz de Aldous Hux­ley. Llegarás a aquel punto en el que John dice: «Pero yo no quiero la como­didad. Quiero a Dios, quiero la poesía, quiero el verdadero riesgo, quiero la li­bertad, quiero la bondad. Quiero el pe­cado.» Y esta vez lo harás tú solo. Te quiero.

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