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Las golondrinas
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Colocan entre locos paréntesis la casa en donde vivo. Suben
de la cueva al granero, demasiado vivaces para que la fuente del jardín pueda
copiar su vuelo.
Trazan, con sus alas ligeras, rúbricas inimitables.
Después, en parejas, formando corchetes, se juntan, se
confunden, y sobre el azul del cielo simulan una mancha de tinta.
Pero sólo una mirada amiga puede seguidas, y si vosotros
sabéis el griego o el latín, yo sé leer el hebreo que escriben en el aire las
golondrinas de la chimenea.
El Pinzón. -Me parece estúpida la golondrina: cree que una
chimenea es un árbol.
El Murcielago, - aunque digan otra cosa, de nosotros dos es
ella quien vuela más mal: en pleno día no hace sino equivocar el camino. Si
como yo, volara por la noche, se mataría a cada instante.
II
Una docena de golondrinas de vientre blanco crúzanse bajo mí
vista con un ardor inquieto y silencioso, en un espacio limitado como una
jaula.
En mis propias narices hacen un tejido rápido de obreras
urgidas de tiempo.
¿Qué buscan, frenéticas, en el aire acribillado por su
vuelo? ¿Quieren refugio? ¿O tienen alguna despedida para mí? Inmóvil, siento el
frescor de ligeros soplos, y temeroso, espero un encuentro en el cual dos de
estas locuelas se destrocen. Pero tomando una dirección que me desconsuela de
golpe, sin un choque.
Jules Renard
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