LEE EL RELATO
Llamadme Iván. Fui un héroe de la Unión Soviética. Lo último
que recuerdo es el fogonazo de la fusilería. Yo cabalgaba contra el viento,
sable en mano; en el horizonte, la estepa unánime y los odiados enemigos:
cascos de acero alemán bien pertrechados en la nieve. Que la caballería cosaca
cargara contra una división de carros de combate fue un gesto dictado por las
leyes del honor. Sabíamos que moriríamos, y así fue; hombres y caballos, todos
perecimos bajo el fuego de las armas automáticas. Tras la andanada, la luz
levantó surtidores de sangre y nieve. Luego, nada. Sucedieron noches blancas,
un tránsito insomne por la tundra silenciosa, un limbo de voces que buscaban a
tientas. Y ahora siento un sonido de succión (y no es el zumbido de una bala
trazadora) y un llanto primordial que surge de mi pecho, porque, al fin, vuelvo
a ver la luz, que procede de las lámparas de la sala de maternidad de un
confortable hospital de Phoenix, Arizona, peso cuatro kilos y mi piel es de
color berenjena. Me llaman Pamela.
Juan Gracia Armendáriz
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