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LEE EL RELATO
EL mundo era ancho y maravilloso.
O frío y desesperado.
Uno era muy pequeño al lado de los altos muros, de las grandes ancas, de los hombros o de las manos de ciertas personas. Tampoco estaba claro lo de las mujeres y los hombres, aunque pareciera tan natural. Por ejemplo, la aspereza en la barba de los hombres y la piel finísima de las mujeres y el misterio de sus ropas, de sus brazos y sus cabellos. Cuando se soltaban los cabellos, empezaban a peinarselos y se los recogían caudalosamente daba gusto estarse mirándolas. Tenían mucho misterio y muy impenetrable.
No cabía más que estarse quieto, ahora llega este olor, ahora se les forma este pliegue en el carrillo, ahora les sale un brillo en los ojos.
El mundo estaba lleno de muchas,
muy diferentes y muy inexplicables cosas. Otra era que nos gustara estar al
lado ciertas personas y hubiera otras que nos despidieran. O ponerse triste o alegre. ¿Por qué en ciertos días el aire no pesaba y todo iba ligero
y los pies saltaban solos y había otros sin gana de saltar ni de nada ni de
nada? Luego hahía cosas mal hechas, como el frío y la necesidad para los pobres y otros dulces, como algunas coplas que se alzaban en el aire, y se
abatían embriagadoramente sobre nosotros.
Y una mano incesante que nos empujaba y un latir dentro que no paraba, agitado o tranquilo, según fuera viniendo la vida.
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"El mundo", de José Antonio Muñoz Rojas, forma parte del libro “Las musarañas, colección de Cruz del Sur”, editado por Pre-textos, el año 2002, con locución de Luis Martínez Reche, y música basada en “The prophet's dream” de Viktor Séthy.
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