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  • Banco de Relatos Sonoros de la Red de Bibliotecas de Lorca
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    El león cobarde con locución de el Club de Lectores 'La hora del bizcocho'


     





    Club de Lectores "La hora del bizcocho" del IES Ramón Arcas Meca
    Lo integran: Antonio, Andrea, Valeria, Alejandra, José Alberto, Alonso.

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    El león cobarde de El mago de Oz  de Frank L. Baum con locución de el Club de Lectores "La hora del bizcocho" del IES Ramón Arcas Meca y música concierto para oboe N. 1 de Handel 



    CAPÍTULO 6

    El León cobarde

    Dorothy y sus compañeros continuaban marchando por el tupido bosque. El camino seguía pavimentado con ladrillos amarillos, pero en aquellos lugares estaban casi enteramente cubiertos por ramas secas y hojas muertas caídas de los árboles, de manera que no resultaba fácil caminar. Había pocos pájaros en los alrededores, porque a las aves les gusta el cielo abierto, donde el sol brilla sin obstáculos. Pero de tanto en tanto se oía algún rugido proveniente de la garganta de animales salvajes ocultos entre la arboleda. Estos ruidos hicieron acelerar los latidos del corazón de la niña, pues ignoraba de qué se trataba, pero Toto lo sabía, y marchaba muy cerca de Dorothy, sin atreverse a contestar con sus ladridos.

    -¿Cuánto tardaremos en salir del bosque? —preguntó ella al Leñador.

    —No lo sé —fue la respuesta—. Nunca ha ido a la Ciudad Esmeralda, aunque mi padre fue una vez, cuando yo era pequeño, y dijo que había tenido que viajar mucho tiempo, a través de regiones peligrosas, aunque cerca de Oz cambia el paisaje y se hace muy hermoso. Pero yo no temo a nada mientras lleve conmigo mi lata de aceite, y nada puede hacer daño al Espantapájaros, mientras que tú llevas en la frente la marca del beso de la Bruja Buena, que te protegerá de todo mal.

    —¿Pero y Toto? —inquirió la niña en tono ansioso—. ¿Qué puede protegerlo?

    —Lo protegeremos nosotros si corre peligro —respondió el Leñador.

    Cuando así hablaba se oyó un terrible rugido, y un momento después saltó al camino un león enorme. De un solo zarpazo lanzó rodando al Espantapájaros hacia un costado del sendero, y luego asestó un golpe con sus agudas garras al Leñador. Pero, para su gran sorpresa, no hizo la menor mella en la hojalata, aunque el Leñador se desplomó en el suelo y allí se quedó inmóvil. El pequeño Toto, ahora que debía enfrentarse a un enemigo, corrió ladrando hacia el león, y la enorme bestia había abierto ya sus fauces para matar al can cuando la niña, temerosa por la vida de Toto, y sin prestar atención al peligro, avanzó corriendo y golpeó con fuerza la nariz de la fiera al tiempo que exclamaba:

    —¡No te atrevas a morder a Toto! ¡Deberías avergonzarte! ¡Tan grande y queriendo abusar de un perro tan chiquito!

    —No lo mordí —protestó el León, mientras se acariciaba la nariz dolorida.

    —No, pero lo intentaste —repuso ella—. No eres otra cosa que un cobarde.

    —Ya lo sé —contestó el León, muy avergonzado—. Siempre lo he sabido. ¿Pero cómo puedo evitarlo?

    —No me lo preguntes a mí. ¡Pensar que atacaste a un pobre hombre relleno de paja como el Espantapájaros!

    —¿Está relleno de paja? —inquirió el León con gran sorpresa, mientras la observaba levantar al Espantapájaros ponerlo de pie y darle forma de nuevo.

    —Claro que sí —dijo Dorothy, todavía enfadada.

    —¡Por eso cayó tan fácilmente! —exclamó el León—. Me asombró verlo girar así ¿Este otro también está relleno de paja?

    —No; está hecho de hojalata —contestó Dorothy, ayudando al Leñador a ponerse de pie.

    —Por eso me desafiló las garras. Cuando rasqué esa lata, me estremecí todo. ¿Qué animal es ese que tanto quieres?

    —Es Toto, mi perro.

    —¿Es de hojalata o está relleno de paja?

    —Ninguna de las dos cosas. Es un... un... perro de carne y hueso. —¡Vaya! Es un animalito raro y, ahora que lo miro bien, bastante pequeño. Sólo a un cobarde como yo se le ocurriría morder a un animalito tan pequeño —manifestó el León con acento apenado. —¿Y por qué eres cobarde? —preguntó Dorothy, mirándole con extrañeza, pues era tan grande como una jaca.

    —Es un misterio —fue la respuesta—. Supongo que nací así. Como es natural, todos los otros animales del bosque esperan que sea valiente, pues en todas partes saben que el león es el Rey de las Bestias. Me di cuenta de que, si rugía con bastante fuerza, todo ser viviente se asustaba y se apartaba de mi camino. Siempre que me he encontrado con un hombre he tenido miedo, pánico, pero no tenía más remedio que lanzar un rugido para ponerlo en fuga. Si los elefantes y los tigres y los osos hubieran tratado alguna vez de pelear conmigo, yo habría salido corriendo, por lo cobarde que soy... pero en cuanto me oyen rugir, todos tratan de alejarse de mí y, por supuesto, yo los dejo ir.

    —Pero eso no está bien —objetó el Espantapájaros—. El Rey de las Bestias no debería ser un cobarde.

    —Ya lo sé. —El León se enjugó una lágrima con su zarpa—. Es mi pena más grande, y lo que me produce mi mayor desdicha. Pero donde quiera que haya algún peligro, se me aceleran los latidos del corazón.

    —Puede ser que lo tengas enfermo —aventuró el Leñador.

    —Podría ser —asintió el León. —Si es así, deberías alegrarte, pues ello prueba que tienes corazón —manifestó el hombre de hojalata

    —Por mi parte, yo no lo tengo, de modo que no se me puede enfermar.

    —Quizá si tuviera corazón, no sería tan cobarde.

    —¿Tienes cerebro? —le preguntó el Espantapájaros.

    —Supongo que sí —dijo el León—. Nunca me he mirado para comprobarlo.

    —Yo voy a ver al Gran Oz para pedirle que me dé un cerebro, pues tengo la cabeza rellena de paja —expresó el Espantapájaros.

    —Y yo voy a pedirle un corazón —terció el Leñador.

    —Y yo a pedirle que me mande con Toto de regreso a Kansas —añadió Dorothy

    —¿Les parece que Oz podría darme valor? —preguntó el León cobarde.

    —Con tanta facilidad como podría darme sesos a mí —dijo el Espantapájaros.

    —A mí un corazón —manifestó el Leñador.

    —O mandarme a mí de regreso a Kansas —terminó Dorothy

    —Entonces si no tienen inconveniente, iré con ustedes —expresó el León—, pues ya no puedo seguir soportando la vida sin valor.

    —Encantados de tenerte con nosotros —aceptó Dorothy—. Tú nos ayudarás a mantener alejadas a las otras fieras. Me parece que deben de ser más cobardes que tú si te permiten asustarlas con tanta facilidad

    —De veras que lo son —asintió el León— pero eso no me hace más valiente, y mientras sepa que soy un cobarde me sentiré muy desdichado.

    Y así, una vez más, el grupito partió de viaje, con el León marchando majestuosamente al lado de Dorothy. Al principio, a Toto no le agradó este nuevo compañero, porque no podía olvidar lo cerca que había estado de ser víctima de las enormes fauces del felino; pero al cabo de un tiempo se sintió más tranquilo y al fin se hizo muy buen amigo del León cobarde. Durante el resto de ese día no hubo otras aventuras que turbaran la paz del viaje. Eso sí, en una oportunidad, el Leñador pisó un escarabajo que se arrastraba por el camino y lo mató, lo cual le apenó mucho, pues se cuidaba siempre de no hacer daño a ningún ser viviente, y mientras continuaba marchando empezó a llorar con gran pesar. Las lágrimas se deslizaron lentamente por su cara hasta las articulaciones de su quijada, y allí oxidaron la hojalata. Poco después, cuando Dorothy le hizo una pregunta, el Leñador no pudo abrir la boca, porque tenía herrumbrada la articulación. Muy asustado por esto, le hizo señales a la niña para que lo socorriera, mas, ella no le entendió. El León tampoco podía comprender qué le pasaba. Pero el Espantapájaros tomó la aceitera de la cesta de Dorothy y echó aceite en la quijada del Leñador, y al cabo de pocos minutos el hombre de hojalata pudo volver a hablar como siempre.

    —Esto me enseñará a mirar por dónde camino —dijo entonces—. Si llegara a matar a otro bicho es seguro que volvería a llorar, y las lágrimas me oxidan la mandíbula de tal manera que me es imposible hablar.

    De allí en adelante marchó con gran cuidado, fijos los ojos en el camino, y al ver alguna hormiga u otro insecto que se arrastraba por tierra, se apartaba con rapidez a fin de no hacerle daño. El Leñador de Hojalata sabía muy bien que no tenía corazón, razón por la cual se esforzaba más que todos por no ser cruel con nada ni con nadie

    —Ustedes los que poseen corazón tienen algo que los guía y no necesitan equivocarse —manifestó—; pero yo no lo tengo y por eso debo cuidarme mucho. Cuando Oz me dé un corazón, entonces ya no me preocuparé tanto.

    Este texto titulado “El león cobarde” es el capítulo 6, de la obra “El mago de Oz” de Frank L. Baum.

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    Estas grabaciones se irán publicando a través de los portales de la Red Municipal de Bibliotecas y de la Concejalía de Política Social del Mayor.

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