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SOBRE ÁNGEL ZAPATA
Ángel Zapata nació en Madrid, en 1961. Profesor de escritura creativa en la Escuela de Escritores, es autor de La práctica del relato (1997), Las buenas intenciones y otros cuentos (2001), El vacío y el centro. Tres lecturas en torno al cuento breve (2002), y La vida ausente (Páginas de Espuma, 2006).
Entre otros galardones, ha
obtenido el Premio ‘Ignacio Aldecoa’ de cuento, Premio ‘Jaén’ de relato,
‘Ciudad de Cádiz’, ‘Ciudad de Huelva’, y el Premio de la ‘Fundación Fernández
Lema’. Tuvo a su cargo la edición de Escritura
y verdad (Cuentos completos de Medardo Fraile), en Páginas de Espuma,
y ha publicado igualmente la traducción de Poesía y revolución, de Louis
Janover, y André Breton y los datos fundamentales del Surrealismo, de
Michel Carrouges,
Su trabajo como cuentista ha sido
antologado en Pequeñas Resistencias. Antología del nuevo cuento español (Páginas
de Espuma, 2002), Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (2010)
y Mar
de Pirañas, nuevas voces del microrrelato español (2012).
[Extracto: escueladeescritores.com]
ESCUCHA EL RELATO
"Llueve con ganas", de Ángel Zapata, incluido en el libro “Mar de Pirañas”, editado por Menos Cuarto ediciones en Palencia, el año 2012, con locución de Elena Hernández, y música basada en “Shining” de Esther García.
LEELO
ÁNGEL ZAPATA
Llueve con ganas
Empezaría a llover hacia las doce, o puede que des-
pués incluso; bueno, no sé: qué más da; el caso es que la
lluvia sonaba en la ventana y era ya un poco tarde (o muy
tarde más bien, según se mire); y al final lo que importa
es que lloviese, porque en la vida (o por lo menos yo lo
siento así) las cosas pueden ser demasiado distintas según
llueva o no llueva, y lo cierto es que anoche llovía. Se
había hecho muy tarde y llovía con ganas. Así lo dijo
Marta. «Llueve con ganas ¿verdad?» Y al decido me abrazó
más fuerte, o más por dentro, no sé, debajo de las sába-
nas que olían intensamente a su piel tibia, a final de
domingo, a esas palabras dulces y pese a todo precavidas
que es lícito decirse entre amantes recientes (<<¿Me quie-
res? Te quiero. Pues dímelo otra vez. Te quiero. Te quie-
ro mucho»), y borradas después sin encono, con disimu-
lo casi, mientras se recuperan pantys o calcetines entre el
desorden de la habitación (la ventana empañada por el
vaho de octubre), como quien pasa una bayeta gris por el
cristal de la ternura.
«Llueve con ganas ¿verdad?», me dijo Marta anoche; y
según lo decía me abrazó de otro modo, o más, o muy por
dentro, o algo, y yo habría querido decide: «Sí. Llueve con
ganas»; aunque tal vez solo le dije «Bueno», o «Está
viendo un poco, sí»; no sé muy bien lo que le dije; eran
seguramente más de las doce, y oíamos la lluvia infatiga-
ble correr (hacia dónde) por los patios de octubre y
correr más allá por las calles atroces del final del domin-
go; ya mí me habría gustado decirle a Marta: «Sí. Llueve
con ganas», aunque tal vez solo le dije: «Bueno», o «Está llo-
viendo un poco, sí»; pero sé que lo dije tan dentro de su
abrazo, tan a resguardo ya, dentro de esa ternura inusita-
da que la lluvia, de pronto, había vuelto antigua, que no
era deseable, ni posible siquiera, borrar esas palabras pre-
cavidas que es lícito decirse entre amantes recientes; y
fuera, en la ventana, estaba oscuro, o quizá se notara un
poco más de frío dentro de la habitación (ya no quedaba
vaho en los cristales), de modo que me oí decirle a Marta:
«¿Tienes que irte?»; y al final lo que importa es que la llu-
via sonaba todavía por las calles desiertas, tocaba con sus
dedos el alero del patio, más fuerte cada vez, y era ya un
poco tarde (o hasta muy tarde incluso); y hay veces que
en la vida las cosas pueden ser demasiado distintas según
llueva o no llueva (o por lo menos yo lo siento así), o así
fue como lo sentí anoche, al final del domingo, perdido
en la tibieza de las sábanas que la lluvia de octubre había
vuelto de pronto reconocible y nuestra, cuando Marta me
dijo: «Puedo dormir contigo si tú quieres»; y yo le dije:
«Entonces quédate».
«No quiero que te marches.»
«Llueve con ganas.»
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