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El libro "Mi pueblo" de García Lorca es un conjunto de recuerdos y reflexiones que el poeta escribió acerca de su lugar de origen, el lugar de su infancia, el lugar de sus primeras impresiones. Un mundo congelado en su memoria al que mira restrospectivamente, encontrando esencias.
Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, un pueblecito de la comarca de la Vega de Granada, Andalucía. ¿Cuáles son tus sensaciones al recordar el lugar y los personajes de tu infancia?
No son propiamente cuentos sino relatos que demuestran la mente sensible y la agudeza de la reflexión. No son filosofías, sino descripciones de una realidad compartida por todos, pero vista desde otro lado. Los textos en Mi pueblo de García Lorca enseñan al lector que se trata de un escritor que ve el mundo desde un lugar muy aparte de la masa. “Desde el otro lado” diría Julio Cortazar.
Fuente: lectura-abierta.com
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“Mi pueblo” y “El pueblo quieto”, de Federico García Lorca, están incluidos en el libro “Mi pueblo” editado por Kliczkowski en al año 2005, con locución de José María Pérez-Muelas Alcázar, y música basada en “Andantino en Sol mayor” y ”Sonata nº5” de Ferdinando Carulli.
LEELO
Mi pueblo
Cuando yo era niño vivía en un pueblecito
muy callado y oloroso de la vega de
Granada. Todo lo que en él ocurría y todos
sus sentires pasan hoy por mí, velados por la
nostalgia de la niñez y por el tiempo. Yo quiero
decir lo que sentía de su vida y de sus leyendas. Yo
quiero expresar lo que pasó por mí a través de
otro temperamento. Yo ansío referir las lejanas
modulaciones de mi otro corazón. Esto que yo hago
es puro sentimiento y vago recuerdo de mi alma de
cristaL.. Todas las figuras que desfilen por estas
hojas desabridas, unas habrán muerto, otras están ya
transformadas y el pueblo es otro completamente
distinto ... El monstruo de la política le quitó su
virginidad y su luz. En ese pueblo yo nací y se
despertó mi corazón. En ese pueblo tuve mi primer
ensueño de lejanías. En ese pueblo yo seré tierra y
flores ... Sus calles, sus gentes, sus costumbres, su
poesía y su maldad serán como el andamio donde
anidarán mis ideas de niño, fundidas en el crisol de
la pubertad. Oíd ...
El pueblo quieto
El caserío es pequeño y blanco y está todo
besado de humedad. El agua de los ríos al
evaporarse le cubre de gasas frías en las
mañanas; tan de plata y níquel, que cuando sale el
sol desde lejos parece una gran piedra preciosa.
Luego, a mediodía, las nieblas se disipan y se le ve
dormido sobre una manta de verdor. La torre de la
iglesia es tan baja que no sobresale del caserío y
cuando suenan las campanas parece que lo hacen
desde el corazón de la tierra. Está rodeado de
chopos que se ríen, cantan y son palacios de pájaros
y de sauces y zarzales que en el verano dan frutos
dulces y peligrosos de coger. Al aproximarse hay
gran olor de hinojos y apio silvestre que vive en las
acequias besando al agua. En verano el olor es de
paja que en las noches, con la luna, las estrellas, y
los rosales en flor, forman una esencia divina que
hace pensar en el espíritu que la formó. En esas
noches las mozas suspiran pensando en los ojos que
serán luz de su vida. En esas noches los hombres
sienten más los bordoneos sangrientos de una
guitarra. En esas noches las viejas sentadas en sus
puertas cuchichean historias pasadas y aconsejan a
alguna muchacha en su amor. En el invierno los
chopos están sin voces y el olor es de agua
estancada y de paja quemada en los hogares ... El
pueblo está formado por una gran plaza bordada
con bancos y álamos y varias callej as oscuras y
miedosas en las que el invierno pone los fantasmas
y las marimantas. La plaza es alargada y en un lado
está la iglesia con sus frisos de nidos y avisperos.
En la puerta hay una cruz de madera como un
farol cubierto de telarañas cercada de laureles y
enredaderas. Coronando la fachada está la Virgen
de las Paridas con su niño en brazos, carcomida por
la humedad y cargada de exvotos y medallas. Las
gentes la tienen mucha fe y cuando alguna mujer
está santificada por el peso augusto de una vida
futura, va y reza delante de la estatua para que
aquella vida salga a la luz sin llevársela a la
eternidad. Enfrente de la iglesia está la casa donde
yo nací. Es grande, pesada, majestuosa en su
vejez ... Tiene un escudo en el portalón y unas
rejas que suenan a campanas. Cuando niño, mis
amiguitos y yo tocábamos en ellas con una barra de
hierro y su sonar nos volvía locos de alegría y
simulábamos tocar a fuego, a muerto y a bautizos ...
Por dentro la casa es fea y baja. En sus balcones las
niñas de la enseñanza decían versos y cantares
cuando pasaba la Virgen del Amor Hermoso, y yo
era rey con una bengala en la mano ... Las demás
casas de la plaza son bajas y hondas. En ellas dormí
en brazos cálidos de mozuelas durante la hora de la
siesta y muchas veces comí Ias santas migas de
maíz sentado alrededor de la sartén y acariciado por
las gentes que las vivían [sic]. La plaza siempre
está muda; únicamente el eterno cantar de la fuente
turba su silencio religioso ... La fuente es baja y
tiene cuatro sonidos de agua fresca y pura. Por las
tardes las mozuelas, muy compuestas y con
manojos de flores en el pecho, van por agua con el
cántaro a la cintura. Casi todas son robustas y
encarnadas y llevan pañuelos de colores brillantes
en el cuello. Sus manos las tienen encallecidas y sus
pies son deformes por las grandes caminatas a
través de los campos en busca de espigas. A puestas
del sol, la fuente se cubre de risas y de cantos que
apagan el hablar solemne del agua y las mozuelas
son la alegría y el encanto de la muerta plaza. Pero
cuando llega la noche la fuente canta más alto y el
aire tiene un extraño temblor de misterio. Las
puertas se van cerrando una a una y si alguien cruza
sus pasos suenan como si andara violento sobre el
agua de un aljibe ... Todas las casas son iguales y
con igual ajuar. Todas las pasiones son iguales.
Todos los días son del mismo color... El sonido
matinal del pueblo es de' sonar campanillas y
relinchar potros; el de la tarde es de risas de mujeres
y cantar de niñas; y el de la noche es de tremolar de
grillos y girar de puertas. La fuente es sonido
eterno. En la plaza hay un prado donde las mujeres
tienden la inmaculada ropa al sol y donde los
chiquillos se revuelcan como potrillos salvajes al
salir de la escuela. En la primavera se cubre de
margaritas, que son pasto delicioso de gallinas y
lechones, y cuando el sol llena de luz y calor al
pueblo, se ve invadido de una legión de niñas que
hacen rondones y de niños que juegan al salto de la
muerte. Las demás calles del lugar son estrechas,
pendientes y sombrías ... En una de esas calles hay
una rej a que fue guardiana de un gran amor y que
después presenció una gran tragedia ... Mi madre, al
pasar por allí, me contaba la historia. Era una
muchacha que estaba locamente enamorada de dos
a la vez y que a los dos correspondía con su afecto.
Hasta que un día uno de los amantes se enteró de lo
que pasaba y en abril de un año ya lejano la noche
del viernes santo y cuando pasaba por allí la
procesión de la Dolorosa, ella se asomó para veda
pasar y él, abrazado a la rej a donde tanto había
gozado, se atravesó el corazón con un puñal...
Siempre que transitaba por esa calle, aquella
ventana tenía un misterio y un encanto trágico
que me hacía pensar en el fuerte enamoramiento
de aquel desdichado y nobilísimo campesino.
Las leyendas que guardan el poblacho son todas
vulgares, pero de una vulgaridad infantil y honrada.
Hombres que se mataron, muchachas que murieron
consumidas de amor, galanes que robaron en
noches de arrebato para huir con sus novias ... todo
esto es lo que cuentan las viejas que saben de
la historia del pueblo. Yo lo escuchaba antes con
verdadero placer y sufría con los que en esas
leyendas sufrían y que en ellas hacían sufrir, porque
odiaba a los que tenían el corazón de piedra ... Hoy
todo aquello pasó. Hoy mi alma siente ya otras
cosas más complicadas. Hoy de niño campesino me
he convertido en señorito de ciudad ... pero nunca
olvido al pueblo y por eso escribo mis antiguos
sentires, que eran perfumados por los habares en
flor y por las noches oscuras del invierno.
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