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    La historia del fantasma novato con locución de Alejandra Méndez


     


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    "La historia del fantasma novato", de H.G. Wells, forma parte del libro  “Cuentos europeos de fantasmas”, editado por Clan, el año 2005, con locución de Alejandra Méndez, y música Venus, the bringer of peace. Gustav Holst, the planets



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    LA HISTORIA DEL FANTASMA NOVATO

    Por H. G. Wells

    La escena en la que Clayton contó su última historia regresa con bastante viveza a mi cabeza. Él estaba allí sentado, la mayor parte del tiempo, en el rincón del banco de madera junto a la espaciosa chimenea y Sanderson estaba sentado junto a él fumando su pipa de cerámica de Broseley que llevaba su nombre. Allí estaba Evans y aquella maravilla de actor, Wish, que es, además, un hombre modesto. Todos habíamos bajado al Club

    Mermaid aquel sábado por la mañana, excepto Clayton que había pasado allí la noche, lo que, de hecho, le dio pie a comenzar su his­ toria.  Habíamos  jugado  al golf  hasta  que  oscureció;  habíamos

    cenado y nos encontrábamos con ese estado de ánimo de serena amabilidad con el que los hombres escuchan con placer una his­ toria. Cuando Clayton comenzó a contar una, naturalmente todos pensamos que se la estaba inventando. De hecho, es posible que se la estuviera inventando, el lector será capaz de juzgarlo por sí mismo tan bien como yo. Clayton comenzó, es cierto, con un aire de anécdota real, que nosotros creímos era solamente el artificio incorregible del hombre.

    "¡Escuchad!", comentó, después de observar durante largo rato la lluvia ascendiente de chispas provenientes del tronco que Sanderson había golpeado, "¿sabíais que anoche estuve solo aquí?"

    "Sin contar a los empleados domésticos", dijo Wish.

    "Que duermen en la otra ala", dijo Clayton. "Sí. Bien". Fumó largamente de su puro como  si todavía dudara de sí mismo. Luego, dijo en voz bastante baja "¡Atrapé un fantasma!"

    "¿Que atrapaste  un  fantasma?"  dijo  Sanderson.  "¿Dónde está?"

    Y Evans, que admira a Clayton inmensamente y ha estado cuatro semanas en América, gritó, "¿Atrapaste un fantasma, Clayton? ¡Me alegro de ello! Cuéntanoslo todo ahora mismo". Clayton dijo que lo haría en un minuto y le pidió que cerrara la puerta.

    Me miró como disculpándose . "Por supuesto que nadie está escuchando a escondidas pero no querrán que incomodemos a nuestro excelente servicio con rumores de que hay fantasmas en este lugar. Hay demasiadas sombras y paredes revestidas  con

    paneles de roble como para jugar con eso. Y éste, sabéis, no era un fantasma normal y corriente. No creo que vuelva... nunca".

    "¿Quieres decir que no te lo quedaste?" dijo Sanderson.

    "No me atreví", dijo Clayton.

    Y Sanderson dijo que estaba sorprendido.

    Todos reímos y Clayton pareció ofendido. "Ya sé", dijo, esbozando una sonrisa, "pero el hecho es que realmente se trata­ ba de un fantasma y estoy tan seguro de ello como de que estoy hablando con vosotros ahora. No estoy bromeando. Lo digo en serio".

    Sanderson dio una calada profunda a su pipa, con un ojo roji­ zo sobre Clayton, y luego emitió un fino chorro de humo más elocuente que muchas palabras.

    Clayton ignoró el comentario. "Es la cosa más extraña que me ha pasado nunca en la vida. Sabéis, yo antes nunca había creído en fantasmas ni en nada parecid o, nunca; y luego, resulta que cazo uno en un rincón; y todo el asunto está en mis manos".

    Clayton meditó más profundamente aún, y sacó un segundo puro al que empezó a cortarle la punta con una curiosa cuchillita que a él le gustaba.

    "¿Le hablaste?" preguntó Wish.

    "Probablemente, durante una hora".

    "¿Era conversador?" dije yo, uniéndome al bando de los escépticos.

    "El pobre diablo estaba metido en un lío", dijo Clayton e inclinó la punta de su puro, con la más mínima nota de reproche.

    "¿Estaba llorando?" preguntó alguien.

    Clayton suspiró de manera realista mientras hacía memoria. "¡Por Dios!" dijo; "sí". Y luego, "¡Pobre hombre! Sí".

    "¿Dónde lo asaltaste?" preguntó Evans, con su mejor acento amencano.

    "Nunca me había dado cuenta", dijo Clayton, ignorándolo,

    "de lo patético que puede llegar a ser un fantasma", y de nuevo nos mantuvo a la espera durante un rato, mientras buscaba las cerillas en su bolsillo y encendía su puro.

    "Yo tenía ventaja", meditó al fin.

    Ninguno de nosotros tenía prisa. "La personalidad", dijo, "continúa siendo exactamente la misma aunque se haya vuelto incorpórea. Eso es algo que a menudo olvidamos. La gente con fuerza y cierta determinación tendrá probablemente fantasmas con cierta determinación. Sabéis, la mayoría de los fantasmas que asustan tienen que ser obsesos hasta la paranoia y cabezones como mulas para volver una y otra vez. Esta pobre criatura no lo era". De pronto, miró hacia arriba de forma bastante extraña y su mirada recorrió la habitación. "Lo digo con toda bondad", dijo, "pero esa es la cruda verdad del caso. Incluso, a primera vista a mí me pareció débil".

    Clayton puntuaba con la ayuda de su puro.

    "Sabéis, me encontré con él en el pasillo largo. Me estaba dando la espalda y yo lo vi primero. Inmediatamente supe que era un fantasma. Era transparente y blanco; a través de su pecho podía ver perfectamente el brillo de la pequeña ventana al final del pasillo. Y no sólo su físico sino también su actitud me pare­ ció débil. Tenía un aspecto, sabéis, como si no tuviera ni la más mínima idea de lo que tenía que hacer. Una mano la tenía sobre el panel de madera de la pared y la otra se agitaba delante de su boca. Tal que -¡ASÍ!"

    "¿Qué tipo de físico?" dijo Sanderson.

    "Enjuto. Ya sabes, del tipo de hombre joven que tiene dos grandes  acanaladuras  en la parte de atrás del cuello, aquí y aquí

    -¡así! Y una cabeza pequeña con poco pelo. Y unas orejas bas­ tante feas. Unos hombros feos, más estrechos que las caderas; cuello vuelto, chaqueta corta de confección, pantalones anchos y un poco raídos por los talones. Ese era el aspecto que tenía para mí. Subí la escalera muy silenciosamente. Yo no llevaba lámpara, ya sabéis, las lámparas están sobre la mesa del descansillo y e tá esa lámpara, y me encontraba en zapatillas; lo vi cuando subía. Cuando lo vi, me quedé paralizado, para engañarlo. No sentí nada de miedo. Creo que en la mayoría de estos casos uno nunca está nila mitad de asustado o nervioso de lo que uno se imagina que llegaría a estar. Me sorprendía e interesaba. Pensé: '¡Dios mío!'

    ¡Un fantasma, por fln! Y eso que yo no he creído en fantasmas en ningún momento durante los últimos veinticinco años".

    "Mm", dijo Wish.

    "Supongo que yo no me encontraba en el descansillo un momento antes de que descubriera que estaba allí. Se volvió hacia mí bruscamente y pude ver el rostro de un hombre joven e inmaduro, con una nariz endeble, un pequeño bigote despelucha­ do, una barbilla débil. Así estuvimos durante un instante; él mirándome por encima del hombro y los dos estudiándonos mutuamente. Luego pareció acordarse de su importante misión.


    Se dio la vuelta, se irguió, proyectó el rostro, levantó los brazos, separó las manos en la manera en que lo hacen los fantasmas y se acercó hacia mí. Mientras hacía eso su pequeña mandíbula cayó y emitió un débil e interminable 'uh'. No, no fue nada terrorífico. Yo había cenado. Me había bebido una botella de champán y, como estaba completamente solo, quizá me había tomado dos o tres, puede que incluso cuatro o cinco, vasos de whisky, así que estaba sólido como una roca y no más asustado que si hubiera sido asaltado por una rana. '¡Uuh!' dije yo. 'Tonterías. Tú no perteneces a este lugar. ¿Qué estás haciendo aquí?"'

    "Pude ver cómo se estremecía. 'Uuuuuh', dijo".

    "'Uuh -¡que te den! ¿Eres miembro del club?' dije yo; y, para demostrarle que me importaba un comino que estuviera allí, pasé por su lado y me fui a encender mi vela. '¿Eres miembro del club?' repetí, mirándolo de soslayo".

    ''Él se movió un poco con la intención de apartarse de mí y quedó alicaído. 'No', dijo en respuesta a la persistente interro­ gación de mis ojos; 'No soy miembro del club, soy un fantasma"' . "'Bueno, eso no te da derecho a pasearte por el Club Mermaid a tus anchas. ¿Hay alguien a quien quieras ver o algo por el estilo?' y, procurando hacerlo con la mayor seguridad posible, por miedo a que confundiera la dejadez debida al whisky con la distracción del miedo, conseguí encender mi lám­ para. Me volví hacia él con la lámpara en la mano. '¿Qué estás haciendo aquí?' le dije".

    "El fantasma había dejado caer sus brazos y había dejado de emitir aquel fantasmal sonido, allí estaba él, avergonzado y torpe,

    el fantasma de un hombre joven débil, tonto y sin rumbo. 'Estoy rondando este lugar', dijo".

    "'No tienes nada que rondar aquí', le dije con voz tranquila".

    "'Soy un fantasma' dijo, como para defenderse".

    "'Puede que lo seas pero no tienes nada que rondar aquí. Éste es un club privado muy respetable; a menudo viene aquí gente con niñeras y niños y si vas por ahí de la manera tan despreocu­ pada en que lo haces, podrías cruzarte con algún pobre chiquitín y darle el susto de su vida. Supongo que no habías pensado enEso no es así


    "'No, señor"', dijo, 'no lo había pensado"'.

    "'Deberías haberlo hecho. No tienes nada que ver con este lugar ¿no es así? No fuiste asesinado aquí ni nada por el estilo ¿no?"'

    "'No, señor; pero pensé que como es un sitio viejo y está recu­bierto con paneles de roble..."'

    "'Esa 110 es ninguna excusa". Lo miré firmemente. 'Venir aquí ha sido un error', dije, con un tono de amistosa superiori­dad. Fingí mirar si tenía mis cerillas y luego lo miré con fran­queza. 'Si yo fuera tú no esperaría a que amaneciera, desapare­cería inmediatamente"'.

    "El fantasma pareció avergonzarse. 'El caso es, señor...' comenzó".

    "'Yo desaparecería', dije, intentando hacerle entender". "'El caso es, señor, que, por alguna razón, no puedo"'. "'¿No puedes?"'

    "'No, señor. He olvidado algo. Llevo rondando por aquí desde ayer a medianoche, escondiéndome en los armarios de las habitaciones vacías y cosas por el estilo. Estoy aturullado. Nunca había rondado antes y parece ser que me supera"'.

    "'¿Qué te supera?"'

    "'Sí, señor. He intentado hacerlo varias veces pero no me sale. Hay algún pequeño detalle que se me ha olvidado y que no puedo recuperar"'. Aquello, sabéis, me dejó bastante pasmado. Me miró de una

    forma tan lastimosa que, os lo juro, apenas me fue posible man­tener la pose elevada y amenazadora que había adoptado. 'Qué extraño', dije, y mientras hablaba me pareció oír a alguien moviéndose en el piso de abajo. 'Ven a mi habitación y cuéntame más', dije. 'Está claro que no he entendido nada', e intenté coger­ lo por el brazo. Pero, por supuesto, fue igual que intentar coger

    ¡una bocanada de humo! Había olvidado cuál era mi número de habitación, creo; de cualquier manera, recuerdo que  entré  en varias habitaciones, por suerte era el único en aquella ala, hasta que vi mis enseres. 'Ya hemos llegado', dije y me senté en el sillón; 'siéntate y cuéntamelo todo. Me da la impresión de que estás en una situación bastante difícil, querido amigo"'.

    "Bien, me dijo ¡que no quería sentarse! Prefería revolotear por la habitación si a mí no me importaba . De modo que eso hizo y al cabo de un rato estábamos inmersos en una larga y seria con­ versación .Y, sabéis, en aquel momento, algo de aquellos vasos de whisky y soda se evaporó y comencé a ser un poco consciente del asunto tan extraño e insólito en el que me había metido. Allí esta­ba él semitransparente, un auténtico fantasma convencional y silencioso, a excepción de su tenue voz, revoloteando de aquí

    para allá en aquel viejo dormitorio, agradable, limpio y coqueto. Yo podía ver el brillo de los candelabros de cobre a través de él y las luces sobre el guardafuegos de latón y las esquinas de los grabados enmarcados sobre la pared, y allí estaba él contándome todo lo relativo a su desdichada vida en la tierra, que había termi­ nado recientemente. No tenía un rostro particularmente honesto, sabéis, pero como era transparente, por supuesto, no podía evitar contar la verdad".

    "'¿Cómo?"' dijo Wish, incorporándose repentinamente en su asiento.

    "'¿Qué?"' dijo Clayton.

    "Como era transparente, no podía evitar contar la verdad. No lo entiendo", dijo Wish.

    "Yo no lo entiendo, dijo Clayton, con una seguridad inimitable. "Pero es as puedo asegurártelo a pesar de todo. No creo que en su

    día hubiera sido muy sincero. Me contó cómo había muerto, había bajado a un sótano de Londres con una vela para buscar un escape de gas, y se describió como un profesor de inglés de secundaria en una escuela privada  de Londres cuando ocurrió aquel escape".

    "¡Pobre infeliz!", dije yo.

    "Eso es lo que yo pensé y, cuanto más hablaba, más pensa­ ba yo eso. Allí estaba él, sin rumbo en la vida y sin rumbo fuera de ella. Me habló de su padre y de su madre y de su maestro de escuela y de todos aquellos  que habían  significado algo para  él en la vida, de manera humilde. Había sido demasiado sensible, demasiado nervioso; ninguno de ellos  lo había valorado o entendido  de verdad, dijo. Nunca  había  tenido un amigo de verdad en el mundo, creo; nunca había tenido éxito. Había rehui­ do los juegos y suspendido los exámenes. 'A algunas personas les ocurre', dijo; 'en cuanto entraba en la sala de exámenes o en cualquier otro lugar todo parecía desaparecer'. Estaba compro­ metido y se iba a casar, por supuesto, supongo que con otra persona hipersensible, cuando el descuido con el escape de gas terminó con su vida. '¿Y dónde estás ahora?' pregunté. '¿No estás en...?"'

    "No fue claro en absoluto acerca de ese punto. La impresión

    que me dio era la de una especie de estado intermedio indefinido, una reserva especial para almas demasiado inexistentes para cualquier cosa tan positiva como el pecado o la virtud. No sé. Era demasiado egoísta y poco observador como para darme una idea clara del tipo de lugar, del tipo de país, que hay al Otro Lado de las Cosas. Dondequiera que estuviera, al parecer andaba con un grupo de espíritus similares: fantasmas de hombres jóvenes débiles del East End londinense que se llamaban por su nombre de pila y entre ellos ciertamente se hablaba mucho acerca de 'salir a rondar' y cosas por el estilo. ¡Sí, salir a rondar! Al parecer, creían que 'rondar' era una gran aventura y la mayoría de ellos hablaba de ello todo el tiempo. Y así de preparado, sabéis, es como había llegado".

    "¡Vaya por Dios!" dijo Wish mirando al fuego.

    ''Al menos, éstas son las impresiones que él me dio", dijo Clayton modestamente. "Por supuesto, es posible que mi estado no fuera demasiado crítico, pero aquellos fueron los antecedentes que dio acerca de sí mismo. Continuaba revoloteando de acá para

    allá mientras seguía hablando con su fina voz, hablaba acerca de su desdichada vida pero ni una afirmación clara y concreta desde el principio hasta el final. Estaba más delgado y era más tonto e inútil que si hubiera estado vivo. Sólo que, sabéis, no habría estado aquí en mi habitación, de haber estado vivo. Lo habría echado a patadas".

    "Por supuesto", dijo Evans, "hcrypobres mortales que son así".

    "Y hay exactamente las mismas posibilidades de que tengan fantasmas que el resto de nosotros", admití.

    "Lo que le daba algo de fuerza era el hecho de que, dentro de

    ciertos límites, parecía haberse descubierto a sí mismo. Lo mal que rondaba lo había deprimido terriblemente. Le habían dicho que sería 'divertido', había venido esperando que fuera 'diver­ tido', y ¡hete aquí que no había sido otra cosa más que otro fra­ caso más para su colección! Se declaró a sí mismo un fracaso total y absoluto. Dijo, y yo me lo creo bastante, que en toda su vida no había intentado hacer nada que no resultara un fracaso absoluto y que, por los siglos de los siglos, no lo conseguiría hacer. Si alguien lo hubiera comprendido, quizá... En ese momento se calló y se quedó mirándome. Observó que, por muy extraño que pudiera parecerme, nadie, ni una sola persona, nunca, le había ofrecido la comprensión que yo le estaba ofreciendo  en aquel momento. Inmediatamen te pude ver lo que quería y decidí ata­ jarlo de una vez por todas. Sabéis, puede que sea un bruto pero ser el Único Amigo de Verdad, el receptor de las confidencias de uno de estos peleles egoístas, fantasma o persona, está más allá de mi aguante físico. Me levanté bruscamente. 'No te amargues

    demasiado con estas cosas', dije. 'Lo que tienes que hacer es salir de esto, salir de esto, rápidamente. Cálmate e inténtalo'. 'No puedo', dijo él. 'Inténtalo', dije yo, y lo intentó".

    "¡Inténtalo!" dijo Sanderson. "¿Cófflo?"

    "Pases", dijo Clayton.

    "¿Pases?"

    "Series complicadas de gestos y pases con las manos. Así es

    como había  entrado y así es como tenía  que salir de nuevo.

    ¡Señor! ¡En qué lío me había metido!"

    "Pero ¿cómo podían una serie de pases...?" comencé.

    "Mi querido amigo", dijo Clayton, volviéndose hacia mí y poniendo un gran énfasis en ciertas palabras, "deseas que te aclare todo. Pero yo no sé cÓT!Io. Todo lo que sé es que así se hace, que él al menos lo hizo. Pero, sabéis, después de un rato aterrador consiguió hacer sus pases correctamente y de pron­ to desapareció".

    "Y tú", dijo Sanderson, lentamente, "¿observaste los pases?" "Sí", dijo Clayton pensativo.  "Fue enormemente  curioso",  dijo. "Allí estábamos, yo y aquel fantasma delgado e indefinido, en aquella habitación silenciosa, en esta posada silenciosa y vacía, en esta pequeña ciudad silenciosa un viernes por la noche. No se oía ningún ruido aparte de nuestras voces y el débil jadeo que el fantasma emitía al balancearse . Las únicas lámparas encendidas eran la de la habitación y otra que había sobre el tocador, eso era todo, de vez en cuando una de las dos lámparas fulguraba y se veía una asombrosa llama alta y esbelta durante un rato. Y pasaron cosas raras. 'No puedo', dijo; '¡Nunca podré!' Y de repente se sentó en una pequeña silla a los pies de la cama y comenzó a sollozar amargamente. ¡Señor! ¡qué aspecto tan des­ garrador y lloroso tenía!"


    '"Cálmate', le dije, e intenté darle una palmadita en la espal­da, y... ¡mi maldita mano lo atravesó! Pero para entonces, sabéis, ya no me sentía tan... entero como cuando estaba en el descansillo. La extrañeza de la situación se instaló por comple­ to en mí. Recuerdo que volví a sacar la mano, que estaba den­ tro de él, con un pequeño estremecimiento y me dirigí hacia el tocador. 'Cálmate e inténtalo', le dije. Y para darle valor y ayu­ darlo comencé a intentarlo yo también".

    "¡Qué!" dijo Sanderson, "¿los pases?"

    "Sí, los pases".

    "Pero..." dije yo, conmovido por una idea que se me escapó al cabo de un momento.

    "Qué interesante", dijo Sanderson, con el dedo en la cazoleta de su pipa. "¿Quieres decir que este fantasma tuyo te reveló...?" "¿Si lo hizo lo mejor que pudo para revelarme como traspasar la maldita barrera? Sí".

    "No lo hizo", dijo Wish; "no podía. O tú te habrías ido allí también".

    "Eso es exactamente", dije, viendo que mi idea escapadiza estaba siendo verbalizada por otro.

    "Eso es exactamente",  dijo Clayton, mirando  pensativo el fuego.

    Durante un pequeño momento todo se quedó en silencio.

    "¿Y al fmallo consiguió?" dijo Sanderson.



    "Al final lo hizo. Tuve que presionarle para que lo siguiera intentando pero al final lo consiguió, de forma bastante súbita. Se desesperó, tuvimos una escena y luego se levantó bruscamente y me pidió que hiciéramos toda la representación de nuevo desde el principio, lentamente, para que él pudiera ver. 'Supongo', dijo, 'que si pudiera ver podría averiguar rápidamente qué es lo que estaba haciendo mal'. Y así fue. 'Yo sé', dijo. '¿Qué sabes?' dijeyo. 'Yo sé', repitió. Luego, dijo de mala manera 'Nopuedo hacerlo si me estás mirando, de verdad que 110; eso es lo que ha estado pasan­ do en parte, todo el rato. Soy un tipo tan nervioso que me siento ofendido'. Bueno, tuvimos una pequeña discusión. Naturalmente, yo quería verlo; pero él era terco como una mula, y, de pronto, yo estaba agotado, él me había agotado. 'De acuerdo', dije yo, 'no te miraré', y me volví hacia el espejo que hay en el armario, junto a la cama.

    Comenzó muy rápidamente. Intenté seguirlo mirando a través del espejo para ver exactamente qué es lo que hacía. Sus brazos y sus manos giraban, así, y así, y así, y luego con un gesto rápido llegó al último movimiento de todos, te pones recto y extiendes los brazos y así, sabes, es como estaba. Y luego ¡no estaba! ¡No estaba! ¡No estaba! Me giré hacia él. ¡No había nada! Yo estaba solo, con las velas llameantes y la mente confusa. ¿Qué había ocurrido? ¿Había ocurrido algo? ¿Había estado soñando?... Y, luego, con una absurda nota tajante sobre todo el asunto, el reloj del descansillo decidió que era un buen momento para dar la u11a. ¡Así! ¡Ding! Y yo estaba muy serio y sobrio, todo el champán y el whisky se habían evaporado. Me sentía raro, sabéis ¡condenadamente raro! ¡Raro! ¡Dios mío!"

    Miró la ceniza de su puro durante un momento. "Eso es todo lo que ocurrió", dijo.

    "¿Y después te fuiste a la cama?" preguntó Evans.

    "¿Qué otra cosa podía hacer?"

    Miré a Wish a los ojos. Queríamos reírnos de él pero había algo, algo quizá en el tono de voz y las formas de Clayton que obstaculizó nuestro deseo.

    "¿Y cómo eran los pases?" dijo Sanderson.

    "Supongo que podría hacerlos ahora".

    "¡Oh!" dijo Sanderson, sacó un cortaplumas y comenzó a ras­car los restos de tabaco de la cazoleta de su pipa.

    "¿Por qué no los haces ahora?" dijo Sanderson, cerrando su cortaplumas con un ruido seco.

    "Eso es lo que voy a hacer", dijo Clayton. "No funcionarán", dijo Evans.

    "Si funcionan ..." sugerí.

    "Sabes, preferiría que no lo hicieras", dijo Wish, estirando las piernas.

    "¿Por qué?" preguntó Evans.

    "Preferiría que no lo hiciera", dijo Wish.

    "Pero si no los sabe hacer bien", dijo Sanderson, echando demasiado tabaco en su pipa.

    "Da igual, preferiría que no lo hiciera:', dijo Wish.

    Estuvimos  discutiendo  con Wish. El decía que si Clayton hacía  esos movimientos  era como reírse de un asunto serio.

    "Pero, ¿no creerás...?" dije yo. Wish miró a Clayton que estaba mirando el fuego, considerando algo en su mente. "Sí que creo, bastante, en cualquier caso, sí que creo", dijo Wish.

    "Clayton", dije yo, "mientes demasiado bien para nosotros. La mayor parte ha estado bien. Pero lo de la desaparición ... ha resultado ser convincente. Dinos, se trata de un cuento inven­ tado".

    Se levantó sin prestarme atención, se colocó en medio de la alfombra que había delante de la chimenea y se dirigió hacia mí. Durante un instante, se miró los pies pensativamente y, luego, el resto del tiempo sus ojos estuvieron fijos en la pared opuesta con una expresión de concentración. Levantó lentamente  las  dos manos  a la altura de sus ojos y entonces  empezó...

    Bien, Sanderson es francmasón, es miembro de la logia masónica de los Cuatro Reyes que con tanta habilidad se dedica al estudio y la elucidación de todos los misterios de la masonería pasada y presente y, de entre los estudiantes de esta logia, Sanderson no es ni mucho menos el más humilde. Sanderson siguió los movimientos de Clayton con un interés extraño refle­ jado en sus ojos rojos. "No está mal", dijo, cuando hubo acaba­ do. "Sabes, Clayton, realmente improvisas de una manera increíble. Pero te has olvidado de un detalle".

    ''Ya lo sé", dijo Clayton. "Creo que podría decirte cuál". "¿Y bien?"

    "Éste", dijo Clayton, y giró y retorció y acometió de forma

    extraña con las manos.

    "Sí".

    "Sabéis, eso es lo que él no conseguía hacer bien", dijo Clayton. "Pero, ¿cómo se ...?"

    "No entiendo en absoluto la mayor parte de esta historia, par­ ticularmente la forma en que te lo has inventado", dijo Sanderson, "pero justamente esa parte, sí". Estuvo reflexionando. "Se trata de una serie de gestos conectados con una cierta rama de la masonería esotérica. Probablemente ya lo sepas. Porque si no... ¿cómo?" Siguió reflexionando un rato más. ''No creo que pueda hacerte ningún mal si te explico el giro correcto. Después de todo, si sabes, sabes, si no sabes, no sabes".

    "Yo no sé nada", dijo Clayton, "sólo lo que al pobre diablo se le escapó anoche".

    "Bien, de cualquier manera", dijo Sanderson, y dejó su pipa

    de arcilla con mucho cuidado sobre el anaquel encima de la chimenea. Después comenzó a gesticular rápidamente con las manos.

    "¿Así?" dijo Clayton, imitándolo.

    "Así", dijo Sanderson, y volvió a coger la pipa.

    "Ah, ahord', dijo Clayton, ''Ya lo puedo hacer, correctamente".   1  ,

    Se colocó delante del tenue fuego y nos sonrió a todos. Pero creo que había una pequeña duda en su sonrisa. "Si empiezo..."dijo.

    "Yo no empezaría", dijo Wish.

    "¡No pasa nada!" dijo Evans. "La materia es indestructible. No creerás que un cuento de este tipo se va a llevar a Clayton al mundo de las tinieblas. ¡Faltaría más! En lo que a mí respecta, Clayton, puedes intentarlo hasta que los brazos se te caigan a la altura de las muñecas".

    "No estoy de acuerdo", dijo Wish, y se levantó y puso el brazo sobre el hombro de Clayton. "De alguna manera, has hecho que me crea esa historia en parte y ¡no quiero verlo!"

    "¡Válgame Dios!" dije yo, "¡Wish tiene miedo!"



    "SL tengo miedo", dijo Wish, con una violencia real o admirablemente fingida. "Creo que si lleva a cabo esos movimientos se irá inmediatamente".

    "No hará nada parecido", grité. "Sólo hay una manera de irse de este mundo para los hombres y a Clayton le faltan treinta años para eso. Además,... ¡Y un fantasma así! ¿Crees...?"

    Wish se movió interrumpiéndome. Se alejó de las sillas donde estábamos sentados y se paró junto al cuadro y se quedó allí. "Clayton", dijo, "eres un tonto".

    Clayton, con un brillo irónico en sus ojos, le sonrió de vuelta. ''Wish", dijo, "tiene razón y todos los demás estáis equivocados. Sí me iré. Voy a hacer todos los pases y, en cuanto silbe el último susurro en el aire, ¡prestoP esta alfombra quedará vacía, toda la habitación se quedará perpleja y un caballero vestido de forma respetable de noventa y cinco kilos se dejará caer en el mundo de las tinieblas. Estoy convencido. Y vosotros también lo estaréis. Me niego a discutir más. Pasemos a intentarlo".

    "No",dijo Wish, y dio un paso y se detuvo, y Clayton levantó las manos una vez más para repetir los movimientos del fantasma. Sabéis, en ese momento estábamos todos ya en un estado de tensión, debido principalmente al comportamiento de Wish

    Estábamos todos sentados mirando a Clayton, yo, al menos, tenía una especie de sensación de tensión y rigidez, como si mi cuerpo se hubiera vuelto de acero desde la parte posterior de la cabeza hasta la mitad de los muslos. Y allí, con una solemnidad de imperturbable serenidad, Clayton dobló y meneó y agitó los brazos y las manos delante de nosotros. Según iba llegando al fmal, nos íbamos apiñando, los dientes nos castañeaban. El últi­ mo movimiento, como ya he dicho, era extendiendo los brazos, con la cara mirando hacia arriba. Y cuando por fm comenzó a realizar este movimiento final yo dejé incluso de respirar. Era ridículo, por supuesto, pero ya sabéis cómo es esa sensación cuando te cuentan un cuento de fantasmas. Acabábamos de cenar, en una extraña y vieja casa tenebrosa. ¿De verdad desa­ parecería, después de todo?

    Clayton estuvo un buen rato con los brazos abiertos y la cara mirando hacia arriba, seguro de sí mismo y lleno de vida, ilumi­ nado por la lámpara que estaba colgada. Aquel momento pareció durar una eternidad y luego todos emitimos una exhalación que era medio un suspiro de alivio infmito, medio un "¡No!" reafir­ mante. Ya que, estaba claro que no se iba a ir.No era más que una tontería . Nos había contado una historia vacía y la había exagera­ do tanto que casi nos había convencido, ¡eso era todo!... Y, entonces, en ese momento el rostro de Clayton cambió.

    Cambió. Cambió como cambia una casa iluminada  cuando las luces se apagan repentinamente .De pronto, sus ojos eran unos ojos que estaban fijos, su sonrisa se había congelado en sus labios, y se quedó allí quieto. Se quedó allL balanceándose muy dulcemente.

    Aquel momento, también, duró una eternidad. Y, entonces, sabéis qué, empezaron a caer cosas, las sillas se desmontaron y todos nosotros comenzamos a movernos. Sus rodillas parecía que estaban cediendo y se cayó hacia delante y Evans se levantó y lo cogió en sus brazos...

    Todos  nos  quedamos  asombrados.  Durante  un  minuto

    supongo que nadie dijo nada coherente. Todos nos lo creímos, aunque no nos lo podíamos creer... Cuando salí de mi confusa estupefacción me encontré arrodillado a su lado, su chaleco y su camisa estaban rasgados y Sanderson tenía la mano sobre su corazón ...

    Bueno, aquel simple hecho que teníamos delante bien podía esperarse hasta que estuviéramos preparados;  no había prisa  en que comprendiéramos. Se quedó allí durante una hora y hasta el día de hoy llena mi memoria, negro y asombroso todavía. Clayton había pasado, de hecho, al mundo que está tan cerca y tan lejos de nuestro propio mundo y había ido hasta allí por el único camino que un hombre mortal puede tomar. Pero yo no puedo juzgar si pasó allí por el conjuro de aquel pobre fantasma o si le dio un ataque al corazón repentino en mitad de una historia sin sentido como nos hizo creer el jurado del juez de instrucción; simple­ mente, se trata de uno de esos enigmas inexplicables  que deberá

    permanecer  sin resolver hasta que llegue la solución final de todas las cosas.Todo lo que sé con certeza es que, en el mismo momen­to, en el mismo instante en que concluyó aquellos pases, Clayton cambió y se tambaleó y se cayó delante de nosotros -¡muerto!



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    Consiste en la creación de un banco de relatos sonoros para facilitar el acceso a la lectura a todas aquellas personas que por cualquier razón (problemas de movilidad, visión, hospitalización, etc.) no puedan hacer uso de los libros de las bibliotecas municipales, y por supuesto para todo aquel que los quiera escuchar.

    Para ello, se van a grabar una serie de lecturas de obras literarias breves con diversas personas (actores, poetas, profesores y periodistas) que generosamente han querido colaborar prestándonos su voz.

    Estas grabaciones se irán publicando a través de los portales de la Red Municipal de Bibliotecas y de la Concejalía de Política Social del Mayor.

    Paralelamente se realizarán talleres de escritura y narración que permitan grabar a los autores sus relatos, ampliando así los cauces de participación de nuestros mayores convirtiéndolos en creadores y narradores de sus propias historias.


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    Nuestra Red de Bibliotecas la componen 10 centros: Biblioteca "Pilar Barnés", Biblioteca Infantil y Juvenil, y los centros de lectura de; Príncipe de Asturias, La Paca, Almendricos, Purias, Zarcilla, La Hoya, Marchena-Aguaderas y Cazalla


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