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    La huida de Virginia con locución de Julián Ramón Morales Pintado


     




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    “La huida de Virginia” de Pilar Adón forma parte del libro El mes más cruel”, editado por Impedimenta, 2010, con locución de Julián Ramón Morales Pintado y música de Smetana; Vltava. Moldau.



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    LA HUIDA DE VIRGINIA


    No tardarían mucho tiempo en averiguarlo.Al per­ cibir que una desusada impresión de apacigua­ miento y normalidad se había establecido entre ellos, comenzarían a echarla de menos. Como se echa en falta el runrún de una obsesión que, de repente, desapare­ ce. Se darían cuenta, quizá demasiado pronto, de que la anfitriona no regresaba al lugar central de la esplendo­ rosa fiesta, y comenzarían a decir su nombre con la voz cantarina que definía el estado de ánimo general, que, si bien no resultaba muy real, al menos sí era el que se suponía que todos debían desplegar a lo largo de aquel homenaje, aquella impecable fiesta de bienvenida.

    -Te están esperando. Me han preguntado por ti va­ rias veces.

    Se darían cuenta y comenzarían a tomar posiciones.

    Avanzarían hacia los lugares más privados de la casa sin dejar de murmurar el nombre de la propietaria, que había decidido comportarse como no debía ahora que, por fin, Héctor había regresado. «Virginia . Virginia ...

    ¿Dónde te escondes?» Se acercarían, acechantes, has­ ta el borde de las camas para arrodillarse sin pudor y espiar su pequeña oscuridad de madriguera infantil. Más tarde, una vez hallada, se encargarían de la eficaz reconstrucción del momento inmediatamente anterior a la decisión de huir, pero ahora resultaba esencial en­ contrar a la anfitriona díscola. Y para ello asomarían los ojos por la breve rendija de la puerta abierta del cuarto de baño con el afán de inspeccionar cada uno de los rincones en los que se hubiera podido sentar, levanta­ rían las sábanas blancas, abrirían los armarios y mete­ rían su nariz en el interior de cada una de las cajas de cartón llenas de recortes de periódicos.

    -Espera un momento. Sólo un segundo. Sabes que puedo hacerlo y lo haré. Sólo necesito un pequeño ins­ tante.

    Sonreirían como si aquella fiesta fuera el lugar más divertido del mundo. El lugar en el que se debía estar. Y buscarían con verdadero empeño, deseando encon­ trarla, porque aquello, descubrir a Virginia, significaría abrir inmensamente los ojos y acercarse a ella con toda la compasión de la que es capaz un ser humano común, con los braws extendidos y los labios preparados para un generoso beso que se antepondría a cualquier pala­ bra, abrazar largamente e incluso acunar. «¿Estás bien, cielo? ¿Te ha vuelto a suceder? ¿Otra vez?»

    -¿Me quedo contigo? ¿Quieres que me siente aquí hasta que se te pase?


    Buscarían. Pero esta vez no iban a salirse con la suya.

    Porque Héctor había regresado a su casa y si alguien sabía dónde se escondía Virginia, esa persona era él.

    -¿No te importa?

    Héctor negó con la cabeza y se sentó en una de las dos sillas que rodeaban el escritorio de Virginia, cerca de la ventana grande que daba al jardín.

    -Si me importara no te lo habría propuesto .

    Pronto serían las diez y media de la noche, y ninguno de ellos había tomado nada sólido desde el inicio de la fiesta. La comida seguía esperando en la cocina, y allí continuaría hasta que Virginia decidiera bajar.

    -No sé si me vas a creer, pero te aseguro que esto no me pasa con mucha frecuencia últimamente. Desde que tú te fuiste, creo recordar que sólo han sido tres veces. Déjame pensar ... Sí.Tres veces. Creo.

    -No te preocupes. No tienes que darme ninguna explicación. Si quieres hacer algo, lo haces. Y si no quie­res, no lo haces.

    Era tan excepcional, Héctor. Con su teoría de que si se quiere hacer algo, si de verdad hay algo que merece la pena y que realmente se desea hacer, no hay que pararse a pensar. Simplemente hay que hacerlo. Sin reparar en nada más, sin hacer caso a los mosquitos ni a los pensa­mientos cruzados acerca de un día de sol o de una ma­ravillosa conversación a la sombra de un árbol frondoso ocupado el espacio por el olor de las higueras. Héctor decía que no hay que escuchar los sonidos circundantes ni el latido sobrio del corazón ni las expectativas de una casa más grande ni el canto lejano de una risa querida como a nada se ha querido antes. Si se desea hacer algo, hay que empezar a hacerlo y no pensar más. Porque el pensamiento sólo dilata el no hacer nada y deja pasar las horas en una estéril sucesión de instantes pensados que no significan gran cosa. Sólo conside.raciones o re­ cuerdos que la mayoría de las veces son torturas y ade­ más torturas lastimosas de un dolor ilocalizable, que no es físico y que no se puede acallar con medicamentos. Un dolor continuado. Un dolor soberano que persiste y persiste.

    -No sé lo que quiero, Héctor. Ése es el gran problema. Que no lo sé.

    Él dejó caer pesadamente las manos sobre sus rodi­llas, y suspiró:

    -Toda esa gente a la que has invitado... No sé para qué han venido. No paran de hablar y de reír. Es inso­portable.

    -Casi todos piensan que silencio y estupidez van de la mano.

    Estarían buscándola. En el interior del cesto de mim­ bre para la ropa sucia y tras los árboles del jardín. Rien­do y diciendo su nombre mientras, en su dormitorio, Héctor comenzaba a silbar una melodía lenta.

    -Vas a salir de ahí, ¿verdad? -preguntó.


    Retirando las tablas de madera para cerciorarse de que no había nada detrás. Con las manos abiertas sobre las ventanas, dejando pequeñas nubes de vaho en los cristales, mientras repetían: «Vas a salir de ahí, ¿verdad?

    ¿Vas a salir de ahí?».

    Virginia no contestó. En realidad, sí sabía qué que­ ría. Claro que lo sabía. Lo que deseaba era poder re­ gresar a su casa, a la que había sido su auténtica casa, y no volver a alejarse jamás de allí. A veces, algunas noches, cerraba los ojos y, mientras se iba quedando dormida, oía aquellos sonidos, los pasos por el parquet del salón, el teléfono, el grifo que comenzaba a soltar agua fría, luego templada, luego más caliente. Exac­tamente los mismos sonidos. La voz de su padre ha­ blando al otro lado del tabique mientras ella intentaba permanecer dormida porque si se despertaba, sabía que si abría los ojos, descubriría que, en realidad, aquellas paredes blancas eran ahora de papel pintado, y las sá­ banas limpias se habían convertido en largos trozos de tela arrugada. No haber salido nunca de su casa, y andar descalza hacia la cocina para tomar un vaso de leche mientras la radio daba las noticias de las once. Aquello era lo que deseaba y, por lo tanto, los rumores de la memoria se repetían mientras sus ojos giraban y giraban huyendo de una luz que cada vez era más amplia. Inmensa. Porque volvía a sucederle. A pesa de que Héctor estaba allí, con ella, sentado en una de las sillas de su propia habitación, cerca de la ventana que daba al jardín, ahora volvía a sucederle. Y, aunque no deseaba volar de nuevo, sabía que era inútil no desearlo. Los hilos ya estaban tendidos y dispuestos.

    Así que se refugió aún más y Héctor, finalmente, se levantó de la silla para dirigirse a la puerta.

    -Les diré a todos que no hay nada más que hacer aquí y que pueden irse a su casa.

    Su respiración volvería a ser acompasada y limpia. Quizá un pequeño temblor en los dedos que rozaban sus labios, en busca de esa perfecta tersura de una piel tan fina, delatara de alguna forma su auténtico estado de ánimo. Pero no el hecho de que estuviera impecable­ mente vestida o que fuera capaz de escuchar larguísimas conversaciones con la mayor atención.

    ¿Y si no bajaba? ¿Y si se sentaba a los pies de Héctor y le pedía que siguiera silbando aquella melodía hasta el amanecer?

    Pero Héctor ya había salido de la habitación. Su es­ pléndida fiesta de bienvenida había terminado.

     


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    Para ello, se van a grabar una serie de lecturas de obras literarias breves con diversas personas (actores, poetas, profesores y periodistas) que generosamente han querido colaborar prestándonos su voz.

    Estas grabaciones se irán publicando a través de los portales de la Red Municipal de Bibliotecas y de la Concejalía de Política Social del Mayor.

    Paralelamente se realizarán talleres de escritura y narración que permitan grabar a los autores sus relatos, ampliando así los cauces de participación de nuestros mayores convirtiéndolos en creadores y narradores de sus propias historias.


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