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"Carta al hijo", de Xabier P. Docampo, forma parte del libro “Cuatro cartas” editado por Anaya en el año 2000, con locución de Susana de Torres Mora y acompañada de "Canzonetta for clarinet" del compositor Gabriel Pierné
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Carta al hijo
Querido hijo:
Cuantas veces las cartas comienzan con disculpas por no haberlas escrito antes! Esta, tambien. Hace muchos alms que to la debo. Es la carta que llevo escribiendo toda la vida. Incluso antes de saber que nacerias, cuando para mi solo eras un suerio de juventud. iYa era hora!
Se que mi vida durará tanto como yo perdure en tu recuerdo. Allí estaré con muy diversas caras y actitudes, y momentos, y... Seré, en fin, un recuerdo lleno de imágenes. Pero seguramente la que mas se repetirá será aquella en la que me ves con un libro en las manos. Estamos leyendo juntos.
Ya se, querido hijo, a veces me ponía muy pesado. Como aquel día que te leía una serie de cuentos que estaba escribiendo. Tenías cuatro o cinco arios y, harto de la tortura a la que te estaba sometiendo, huis te en busca de tu madre: « iMamá, mama —gritabas—, que papa quiere leerme otro cuento y yo no quiero!» Aquella misma noche me pediste que te contara un cuento.
Te acuerdas cuando leíamos con una técnica que llamábamos "una bicicleta para dos»? Te habla contado que cuando yo era niño, si queríamos ir a algún sitio dos chavales y solo teníamos una bicicleta, habla una técnica que nos habían enseriado los mayores. Salíamos los dos al mismo tiempo, uno andando y otro en la bici. Al Ile-gar a un punto previamente acordado, el de la bici la dejaba al borde del camino y seguía a pie. Llegaba el que yenía andando, cogía la bicicleta y pedaleaba hasta sobrepasar a su amigo. Seguía hasta otro punto conocido por ambos, donde pasaría de ciclista a caminante, para que su compañero cogiese la bici cuando llegara. Y así hasta llegar al lugar de destino.
Por entonces tu tenías diez u once arios y hablábamos de libros de viajes. Me dijiste que te gustaría leer La Odisea, Pero te parecía un libro demasiado gordo. Te propuse que lo leyéramos entre los dos con la técnica de la bicicleta. Empezaste tu y cuando dejaste la lectura pusiste entre las paginas del libro un papelito en el que habías dibujado una bicicleta. Habías hecho el esfuerzo de leer el primer canto completo. Después empecé yo y te adelante, puse el papel con la bicicleta dibujada en el lugar donde pare. Al dia siguiente, antes de que empezaras, te conté todo lo que le había pasado a Telémaco, entre el lugar en el que le habías dejado tu, sentado en la popa del barco con Atenea a su lado, y donde lo había dejado yo, en el momento en el que el hijo de Odiseo liega a Pilos y el rey Néstor le cuenta la muerte de Agamenón y el regreso de los griegos a Troya. Leíste y pusiste una nueva marca. Todavía me acuerdo de corm) narrabas cuando Helena reconoce a Telémaco por el parecido con su padre y cómo lloraban todos: era lo que mejor recordabas. Leías cada día un trocito pequeño, supongo que te costaba entenderlo. Pero querías que yo leyera mas para que te lo fuera contando. No recuerdo cuánto tiempo tardamos en llegar juntos a Ítaca haciendo el camino «los dos en una sola bicicleta», pero desde luego fue mucho y muy feliz.
Ya hace tiempo que no me necesitas para hacer estos viajes por los libros. Ayer estabas tumbado en la cama leyendo Un mundo feliz de Aldous Huxley. Llegarás a aquel punto en el que John dice: «Pero yo no quiero la comodidad. Quiero a Dios, quiero la poesía, quiero el verdadero riesgo, quiero la libertad, quiero la bondad. Quiero el pecado.» Y esta vez lo harás tú solo. Te quiero.
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