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“Romeo y Julieta” de William Shakespeare en Versión Fácil adaptada por Elena O'Callaghan i Duch , está editado por Almadraba en el año 2012, con locución de Paco Blanco e Inmaculada Pulet y música de Antonio Vivaldi. La Stravaganzza.
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1. Una pelea más
Verona es una hermosa ciudad situada al norte de Italia.
Durante el siglo xrv era una ciudad comercial, muy próspera . Sus tiendas y mercados estaban siempre llenos de gente.
Además, contaba con bellos edificios y plazas que todavía hoy podemos ver.
Cuatro puentes cruzaban el río Adige, que atravesaba la ciudad de una punta a otra.
En Verona vivían dos importantes y nobles familias, los Montesco y los Capuleto, que eran enemigas desde hacía muchos años, aunque nadie sabía por qué.
Su enemistad había provocado muchas peleas en la ciudad. Incluso algunas muertes.
Además, cada familia tenía su propio bando.
Hasta los criados y amigos de una familia se enfrentaban con los de la otra si se encontraban por las calles de Verona .
Tanto Escalus, príncipe de Verona que gobernaba la ciudad, como sus habitantes estaban hartos de tanta violencia.
Sansón y Gregario eran dos criados de la familia Capuleto.
Una tarde del mes de julio , ambos paseaban por la calle.
Iban armados con espadas y escudos por si se encontraban con alguien de los Montesco.
Al llegar a una plaza, Gregario reconoció a dos hombres.
Eran Baltasar y Abraham, criados de la familia Montesco.
-¡Cuidado, Sansón! ¡Prepara las armas, que vienen de la casa Mont esco ! -exclamó Gregario, señalando a los criados.
-Provócalos con la mirada y un gesto, pero sin tocarlos.
Que sean ellos los que empiecen la pelea
-propuso Sansón.
Así lo hicieron cuando estuvieron cerca de ellos.
-¿Os estáis burlando de nosotros? ¿Buscáis pelea? -preguntó Baltasar, uno de los dos criados de los Montesco.
Se insultaron unos a otros. Después, empezaron a pegarse. Y, al rato, sacaron las espadas.
En medio de la pelea, llegó el joven Benvolio, sobrino de los señores Montesco.
Decidido a detener la pelea, sacó su espada y gritó:
-¡Alto! ¡Quietos los cuatro! ¡Envainad vuestras espadas!
En aquel momento, llegó a la plaza otro joven . Era Teobaldo, sobrino de la señora Capuleto. Thobaldo no sabía cómo había empezado la pelea, pero vio a Benvolio con la espada en alto.
Pensó que estaba amenazando a los criados de los Capuleto.
-¡Qué vergüenza! -gritó Thobaldo- .¿Atacas a unos pobres criados? En lugar de pelearte con ellos, ven y lucha conmigo, ¡cobarde
-Teobaldo, no es lo que crees. No quiero luchar contra ellos. Estoy intentando tranquilizarlos .
¿Me ayudas a separarlos?
-No creo lo que dices -dijo Teobaldo, furioso-. ¿Con la espada quieres tranquilizarlos?
¡Eres un cobarde, como todos los Montesco! Vamos, ¡defiéndete!
Thobaldo sacó su espada para atacar a Benvolio.
El joven no tuvo más remedio que luchar para defenderse.
Los gritos de la pelea habían atraído a gente de los alrededores.
Desde las casas cercanas, los vecinos se asomaban a las ventanas y los balcones.
Unos cuantos gritaban a favor de los Montesco. Otros, a favor de los Capuleto.
Pero la mayoría de los ciudadanos se quejaba, porque ya estaban hartos de sus peleas.
¡Detenedlos de una vez! -exclamaban enfadados-.
¡No queremos más peleas en la ciudad!
¡Fuera los Montesco!
¡Fuera los Capuleto!
¡No queremos más líos en Verona por vuestra culpa!
Poco después, llegaron a la plaza el señor Montesco y el señor Capuleto, dispuestos también a pelear.
¡Dadme mi espada! -gritaba el señor Capuleto-.
¡Ahí hay un Montesco, alzando su arma para desafiarme !
-¡Maldito Capuleto! -gruñía Montesco- .
¡Apártate y déjame pasar!
En medio de aquel alboroto, llegó a la plaza Escalus, príncipe de Verona y gobernador de la ciudad. Iba acompañado de su séquito.
Alguien le había avisado de la nueva pelea.
El príncipe había intentado en diversas ocasiones que las dos familias hicieran las paces, pero no lo había conseguido.
Ahora, el príncipe Escalus estaba muy enfadado.
Ordenó a todos que dejaran de luchar y dirigió unas duras palabras a los dos cabezas de familia:
-Capuleto y Montesco:
¡enemigos de la paz! ¿Estáis sordos?
Se hizo el silencio en la plaza .
¡Todos escuchaban al príncipe Escalus.
-¡Súbditos desobedientes! Estoy muy irritado con vuestra conducta.
Os lo digo por última vez: no quiero más enfrentamientos ni más muertes.
¡Quiero paz en Verona!
-¡Sí, queremos paz en Verona!
-gritaron los ciudadanos.
Los soldados pidieron silencio de nuevo.
El príncipe Escalus prosiguió con tono autoritario:
-¡Oídme bien, Montesco y Capuleto!
Si provocáis otra revuelta, lo pagaréis con vuestra vida.
¿Me habéis oído? Una sola pelea más y seréis condenados a muerte.
2 La hermosa Julieta
La familia Capuleto tenía una hija .
La hermosa muchacha se llamaba Julieta.
Era muy joven, pero ya empezaba a tener pretendientes .
Uno de ellos era el conde París, un joven de familia noble.
Paris era, además, pariente del príncipe Escalus.
Poco después de aquella lucha en la plaza, el conde Paris y el señor Capuleto se encontraron en la calle.
-Es una lástima que siempre os peleéis con los Montesco
-decía París al señor Capuleto-.
Tanto Montesco como vos, sois hombres de honor.
¿Por qué os enfrentáis?
En realidad, Paris quería hablar con él de otro tema.
Hacía pocos días que le había pedido la mano de su hija Julieta .
Quería casarse con ella y estaba impaciente por conocer la respuesta del señor Capuleto. Por fin se atrevió a preguntarle:
-Señor, ¿cuál es vuestra respuesta a mi petición?
¿Qué decís a este pretendiente de vuestra hija? El señor Capuleto habló despacio:
-Paris, ya sabéis que os aprecio mucho, pero mi hija Julieta es muy joven aún. No sabe nada de la vida .
Dejad que pase algún tiempo.
El conde no se conformó con esa respuesta.
-Pero, señor...
Otras más jóvenes que ella ya son madres.
-No tengáis prisa, conde.
Cortejad a mi hija, enamoradla.
Cuando ella os acepte, permitiré que os caséis.
El conde Paris se quedó un poco desilusionado, pero luego se animó al oír las palabras del señor Capuleto:
-Esta noche doy una fiesta de disfraces en mi palacio. Como cada año, vendrá mucha gente. Os espero. Podéis empezar esta noche a cortejar a mi hija.
El señor se dirigió entonces a su criado y le ordenó:
Tú, ve por toda la ciudad de Verona. Recorre sus calles y busca a las personas invitadas a la fiesta. Aquí tienes la lista. Recuérdales que es esta noche.
El señor Capuleto y el conde Paris se fueron. El criado se quedó con la lista en la mano, muy sorprendido.
Señor... ¡Eh, señor! Yo...
Pero el señor Capuleto ya había desaparecido.
El criado miró el papel mientras se rascaba la cabeza.
-¡Me ha ordenado que busque a las personas de esta lista!
-exclamó en voz alta el criado-.
Pero ... ¡si yo no sé leer!
El criado se quedó en medio de la calle sin saber qué hacer.
De repente, se le ocurrió una idea:
«Preguntaré a alguien que sepa leer», se dijo.
Empezó a observar a la gente que iba por la calle.
Decidió que cuando viera a alguien con aspecto culto, le preguntaría.
En aquella época, pocas personas sabían leer: solo los nobles y la gente rica y con cultura.
Por eso el criado se fijaba en cómo iban vestidas las personas con las que se cruzaba.
Al poco rato , vio a dos jóv enes que charlaban animad amente. Por sus ricos y elegantes vestidos, le pareció que los dos eran nobles. Uno de ellos era Benvolio, sobrino de los señores Montesco.
El otro, su primo y amigo, Romeo Montesco.
El criado se acercó a ellos sin saber quiénes eran y los saludó:
-Buenas tardes os dé Dios.
Perdonad que os interrumpa.
A continuación , el criado se dirigió a Romeo:
-Señor, ¿sabéis leer?
-Si conozco el idioma, sí.
-Gracias, señor. Thmad esta lista -dijo el criado-.
¿Me podéis decir qué nombres hay escritos en ella?
Romeo tomó el papel y empezó a leer en voz alta:
-El señor Martina, esposa e hijas.
El conde Anselmo y sus bellas hermanas.
La viuda del señor Vitruvio.
El señor Piacencio y su sobrina ...
Romeo empezó a encontrar gente conocida en aquella lista.
El joven Mercucio. El tío Capuleto.
El sobrino Teobaldo...
Al oír el nombre de Teobaldo, Benvolio recordó que se habían peleado hacía poco en la plaza.
Pero fue prudente y no dijo nada.
Romeo siguió leyendo la lista en voz alta hasta el final.
-¡Cuánta gente! -dijo-. ¿Y adónde han de ir?
-A casa de mi amo
-respondió el criado, con orgullo-.
Cada año organiza una magnífica fiesta de disfraces.
Invita a casi todas las familias importantes de la ciudad de Verona.
Irán muchos jóvenes.
-¿Y quién es tu amo? -preguntó Romeo.
-El noble y rico señor Capuleto -contestó el criado.
Romeo no dijo que él era un Montesco.
El criado recogió la lista y se despidió:
-Muchas gracias, señor.
Quedad con Dios.
Ah, y si vos no sois de los Montesco, venid a echar un trago de vino.
El criado se fue, mientras intentaba recordar todos los nombres que Romeo le había leído.
Benvolio se echó a reír:
-Romeo, ¡nos han invitado a la fiesta de los Capuleto!
-Pues es verdad, primo. ¡Tiene gracia el asunto!
-Si el criado te ha invitado, deberías ir, ¿no ?
-¿Qué quieres decir, Benvolio?
-Pues que te conviene ir a la fiesta, Romeo .
Eres joven y guapo.
Allí conocerás a chicas interesantes.
Ya tienes que empezar a pensar en el matrimonio .
-¡Y tú también, querido amigo! -se rió Romeo-.
¿Sabes qué? Iremos los dos.
Así podremos admirara las muchachas más bellas de Verona .
Romeo y su primo Benvolio siguieron paseando, y empezaron a hacer planes sobre la fiesta de disfraces de los Capuleto .
Mientras tanto, en la mansión de los Capuleto, Julieta estaba en su habitación, arreglándose para asistir a la fiesta que sus padres habían organizado.
Peinaba con cuidado sus largos y rubios cabellos.
Su nodriza entró y se acercó a la joven.
-¡Julieta, mi niña hermosa! -dijo con afecto-.
Tu madre quiere hablar contigo.
-Ama, dile que iré en cuanto me acabe de peinar.
-No, paloma mía.
Quiere hablar contigo ahora mismo .
La nodriza quería mucho a Julieta, pues la conocía desde que nació:
la crió y cuidó desde muy pequeña.
En aquel momento se abrió la puerta.
La señora Capuleto entró en la habitación de su hija.
-¿Qué deseáis, madre? -preguntó Julieta al verla.
-Estás muy guapa, hija mía.
-¡Ay, mi tesoro! -exclamó la nodriza-.
¡Qué guapa es mi niña!
No hay criatura más bella en el mundo.
¿Verdad, señora ?
-Cierto, ama, cierto. De eso venía yo a hablar.
-¿De qué se trata, madre?
Julieta dejó de cepillarse sus largos cabellos rubios.
El ama cogió el cepillo y siguió peinándola.
-Pues se trata ... Se trata de...
A la señora Capuleto le costaba hablar.
-Julieta, hija ... Ya no eres una niña.
¿Verdad, ama?
Parecía que la señora buscaba ayuda en la nodriza para encontrar las palabras que quería decirle a su hija.
-Sí, señora. Me sé su edad hasta en las horas.
Faltan algo más de dos semanas
para que cumpla años.
Recuerdo que cuando nació...
-Ya basta, ama. No sigas. Yo venía a hablar de...
Pues de casamiento venía yo a hablar.
Dime, hija mía,
¿qué te parece la idea de casarte?
Yo... -respondió Julieta, muy sorprendida -,
Nunca he pensado en ello, madre.
-Pues ya es hora de que empieces a hacerlo.
A tu edad hay en Verona nobles damas que son madres.
Cuando naciste, yo era como tú ahora.
Lo que quiero decirte es que el conde Paris se quiere casar contigo.
Julieta estaba aturdida,
pero el ama parecía muy contenta:
-¡Qué bien, jovencita!
Un hombre perfecto para ti, Julieta.
La señora Capuleto tenía prisa por acabar la conversación.
-Esta noche, hija, vendrá a nuestra fiesta y le conocerás. Es un hombre bueno, elegante y rico. Tbdo un caballero.
Nada perderás en ser su esposa.
¿Qué te parece ? ¿Crees que podrías llegar a amarle?
La pregunta de su madre sorprendió mucho a Julieta. No sabía qué contestar.
No sé... Así, tan de repente ...
Lo pensaré, madre, lo pensaré.
Pero antes debo conocerle para saber si me gusta.
En ese momento un criado llamó a la puerta.
Les dijo que estaban llegando los primeros invitados y que la cena estaba servida.
Ama, ayuda a Julieta a arreglarse para la fiesta.
Hija, abajo te espera el conde Paris.
La madre salió de la habitación y el ama ayudó a Julieta a vestirse.
La joven estaba muy hermosa.
Ya solo faltaba ponerse el antifaz.
-¡Anda, baja a la fiesta, mi niña! ¡Qué guapa estás!
-exclamó la nodriza-.
¡Ojalá encuentres un buen marido!
3 En la fiesta de disfraces
Romeo, su primo Benvolio y su amigo Mercucio se dirigían a casa de los Capuleto, a la fiesta de disfraces.
Los acompañaban cinco amigos más. Iban por las oscuras calles de Verona, i1uminando el camino con antorchas .
Todos llevaban puestas las máscaras de sus disfraces.
Reían y hacían bromas mientras discutían sobre cómo entrarían en la fiesta sin ser reconocidos .
Romeo no estaba muy seguro de todo aquello.
Si los descubrían, tendrían problemas .
-Yo no bailaré -dijo Romeo-. Lo miraré todo desde un rincón.
Benvolio se burlaba de él:
-¡Venga , primo Romeo! ¡Alegra esa cara! Llamamos a la puerta, saludamos y entramos. Una vez dentro, ¡todos a bailar !
Mercucio les dio prisa:
-¡Venga, muchachos! Si nos entretenemos, se nos apagarán las antorchas.
-Y la cena nos espera -añadió Benvolio-. Llegaremos tarde.
-¿La cena? -preguntó Romeo-.
¿Encima querréis cenar?
Yo creo que llegamos demasiado pronto. Además, presiento que esta noche pasará algo.
-Amigo Romeo -dijo Mercucio -, ¡déjate de tonterías!
¡Vamos, compañeros! ¡La fiesta es nuestra !
Al llegar a la mansión, vieron al señor Capuleto en la entrada, saludando a los invitados.
En la casa, los sirvientes iban y venían, atareados con la comida.
El señor Capuleto no paraba de dar la bienvenida.
-¡Bienvenidos, señores! ¡Vamos, señoras!
¿Quién de vosotras se niega a bailar? Hubo un tiempo en que yo también me ponía el antifaz.
Pero ya pasó. ¡Músicos, a tocar!
¡Muchachas, a bailar!
Dentro, ya había empezado el baile. El señor Capuleto daba instrucciones y, al mismo tiempo, atendía
a los invitados que llegaban.
Controlaba todo lo que pasaba dentro de la casa.
Los invitados, que llevaban disfraces y máscaras, iban llegando en grupos familiares, y se formó una cola en la entrada .
Al poco rato, el señor Capuleto ya no podía controlar nada:
no sabía a quién saludaba ni quién entraba en su casa.
Entonces se presentó un hombre sin disfraz ni máscara.
-¡Querido primo! -exclamó el señor Capuleto-.
¡Bienvenido ! Entra, entra. Vamos, siéntate y hablamos. Nuestra época de bailes ya pasó.
¿Cuándo fue la última vez que nos pusimos una máscara en un baile?
-¡Dios mío! -se rió el primo Capuleto-.
¡Cuánto tiempo!
Hace más de treinta años.
-¡Qué va ! No tanto. Fue cuando la boda de Lucio, hará unos veinticinco años. Esa fue la última vez
-No, hace más tiempo:
su hijo ya tiene treinta años.
-Creo que estás equivocado.
Hace dos años, su hijo era aún menor de edad.
Mientras los primos Capuleto charlaban y discutían, Romeo y sus amigos aprovecharon para entrar en la casa sin que nadie los viera .
Una vez en el salón, los jóvenes disfrutaron de la fiesta. Cenaron y bailaron.
Llevaban ya un buen rato bailando, cuando Romeo se sentó en un rincón .
Desde ahí veía a todos los que estaban en la sala.
Se fijó en los graciosos movimientos de una muchacha a quien no podía ver completamente el rostro,
porque un antifaz se lo tapaba.
Parecía muy hermosa. Romeo buscaba su mirada. Cuanto más la observaba, más interés sentía por ella.
-¿Quién es aquella dama? -preguntó a un sirviente.
-No lo sé, señor -respondió el criado.
Romeo pensó que aquella dama era mucho más hermosa que las demás.
En cuanto acabara el baile, se acercaría a ella. No se dio cuenta de que, mientras hablaba con el criado,
alguien le había escuchado.
Era Teobaldo, el sobrino de la señora Capuleto.
Teobaldo que había reconocido la voz de Romeo, fue hacia su tío hecho una furia.
¿Qué te pasa, sobrino?
le preguntó el señor Capuleto-. ¿Por qué estás tan enfadado?
-Tío, por su voz, ese de ahí parece Romeo, un Montesco.
¿Cómo se atreve a venir aquí sabiendo que nuestras familias son enemigas?
¡Es para burlarse de ti!
¡Desgraciado! ¡Lo mataré!
-¿El joven Romeo?
-preguntó el señor Capuleto.
-El mismo, tío. El canalla de Romeo.
-Cálmate, sobrino. No quiero peleas en mi casa. Déjale en paz.
Parece que se porta como un caballero.
A decir verdad, en Verona todos hablan de su nobleza y cortesía.
Paciencia, no le hagas caso.
Olvida tu enfado esta noche.
Así lo quiero, y tú me obedecerás.
Pero Teobaldo estaba indignado y se sentía furioso.
-Tío, es un canalla.
¡No pienso tolerarlo, por mi honor!
El señor Capuleto se mostró firme :
-Pues vas a tolerarlo porque lo digo yo.
¡Y no se hable más!
¿Quién manda aquí, tú o yo?
¿Qué quieres? ¿Armar ja leo aquí, en mi fiesta?
¿Hacerte el héroe?
-Pero, tío, ¡es una vergüenza, una provocación!
El señor Capuleto no quería que nada le estropeara la fiesta.
Perdió la paciencia con su sobrino:
-¡Basta, eres un impertinente!
Vete de mi fiesta o cállate.
Teobaldo, indignado, se calló, pero pensaba:
«Esto no terminará así.
Retaré a Romeo cuando salgamos de esta casa».
Mientras tanto, Romeo se acercó a la muchacha que había despertado su interés.
Hablaron un poco y salieron al jardín .
Romeo se quitó la máscara y se acercó más a la muchacha.
Bailáis muy bien, hermosa dama.
Pero casi no veo vuestros ojos. ¿Son tan bellos como vuestros movimientos?
La joven, divertida, se quitó el antifaz y miró a Romeo.
Tenía los ojos más bonitos que él jamás había visto. Al instante quedó enamorado de aquella doncella.
-¡Qué hermosa sois! -exclamó, mirándola embelesado .
Ella pensó que nunca había visto una mirada tan afable.
Él se acercó más a la muchacha y le cogió una mano. Ella sintió la calidez de la piel de Romeo, pero retiró la mano con un movimiento suave.
-Perdonad mi torpeza al coger vuestra mano -dijo Romeo-. Quizá mis labios sean más suaves.
El muchacho le dio un beso.
-Sabéis besar. .. -dijo la muchacha.
Romeo la volvió a besar.
En ese momento se oyó la voz de la nodriza.
-¡Julieta! ¿Dónde estás? ¡Julieta!
Ah, por fin te encuentro.
Niña querida, tu madre quiere hablarte.
-¿Quién es su madre? -preguntó Romeo a la nodriza.
-¡Joven! Su madre es la señora de la casa.
Yo crié a su hija, la muchacha con la que ahora habláis.
¡La criatura más dulce del mundo!
Quien se case con ella, se llevará un gran tesoro.
La nodriza se fue, seguida de la muchacha. Romeo estaba muy sorprendido.
¡Julieta era una Capuleto!
La hija del enemigo de su padre. ¡Qué mala suerte!
¿Debía odiarla? ¡Qué desgracia !
Regresó con sus amigos, pero no les contó nada de lo que acababa de pasar. Benvolio empezaba a ponerse nervioso.
-Vámonos, antes de que esto acabe mal.
-Sí, es lo que me temo -contestó Romeo-.
¡Tenemos que irnos de aquí! Salieron del palacio de los Capuleto.
Romeo se había enamorado de Julieta.
Se sentía intranquilo. La bella Julieta, ¡una Capuleto!
Seria dificil acercarse a ella.
Julieta volvió a la sala de baile. Estaba muy impresionada, y el corazón le latía con fuerza .
¿Quién era aquel apuesto y simpático joven que le había robado el corazón en tan poco tiempo?
-Ama, ¿quién es aquel caballero que se va?
-No lo sé, niña. ¿No estabas tú hablando con él?
-¡Sí lo sabes, ama! ¿Quién es? La nodriza, al fin, respondió:
-Ese caballero se llama Romeo y es un Montesco, el único hijo del gran enemigo de tu familia.
-¡Dios mío! -exclamó, disgustada, Julieta-.
¡Mi único amor, el hijo de nuestro enemigo!
Le he visto demasiado pronto y he sabido quién era demasiado tarde.
-Pero... ¿qué estás diciendo, niña?
-preguntó el ama.
-Nada, ama, nada. Solo recitaba unos versos.
¡Aquel joven apuesto de quien se había enamorado era un Montesco! Sus familias se odiaban.
Julieta comprendió que seria imposible casarse con Romeo.
¡Qué mala suerte enamorarse del peor enemigo de la familia!
-¡Julieta!
La señora Capuleto interrumpió los pensamientos de su hija.
4 Bajo el balcón
Romeo quería ver de nuevo a Julieta.
Se separó de sus amigos y volvió al palacio de los Capuleto.
La fiesta de disfraces había terminado.
El palacio estaba en silencio.
Saltó la tapia del jardín y se escondió detrás de unos matorrales.
¿Cómo saber cuál era el balcón de la habitación de Julieta? Entonces se encendió la luz en uno de los dormitorios y Julieta se asomó al balcón.
A Romeo el corazón le empezó a latir con fuerza. Le pareció que la noche se iluminaba.
Julieta dijo en voz alta, como si hablara con las estrellas:
-¡Ah, Romeo, Romeo!
¿Por qué tienes que ser un Montesco?
Rechaza tu nombre .
O si lo prefieres, dame tu amor y yo no querré ser una Capuleto.
¡Ah, ponte otro nombre y yo me entregaré a ti.
Al oír esas palabras, Romeo salió de su escondite.
-¡Julieta, te tomo la palabra! No quiero ser un Montesco. Llámame solo «amor».
Julieta se sorprendió.
-¡Romeo! Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí? Las tapias del jardín son muy altas.
Si alguien de mi familia te descubre, te matará.
-Mi amor por ti hizo que pudiera saltar la tapia.
-¡Pero Romeo! ¡Si te ven, irán a por ti!
Mírame con cariño y dulzura.
Tu mirada me protegerá.
La joven estaba asustada :
Romeo, no quiero que te encuentren aquí.
¡Es peligroso!
No te preocupes.
La oscuridad de la noche me protege.
Pero si no me amas, me da igual que me encuentren.
Prefiero que me maten a vivir sin tu amor.
De repente, Julieta sintió vergüenza.
¿Habría oído Romeo su declaración de amor, que había hecho en voz alta pensando que estaba sola?
-¡Romeo! -le dijo-. Dime si me amas de verdad.
De saber que estabas ahí escondido, escuchándome, habría sido más prudente con mis palabras. Te has enterado del amor que siento por ti. He hablado con sinceridad pensando que estaba sola en la noche.
Pero no creas que me doy tan fácilmente.
No me entregaré a ti hasta que estemos casados.
Romeo pensó que era lo mejor que podía oír. También él quería casarse con Julieta.
-Mi bella dama -contestó-, juro por esta luna plateada que brilla en el cielo...
-No jures por la luna.
La luna cambia de un día para otro.
No quiero que tu amor resulte tan variable como la luna.
De repente, se oyó la voz del ama desde dentro de la casa:
-¡Julieta, Julieta! -llamaba la nodriza.
-¡Ya voy, ama! -contestó la doncella-. Romeo, espérame un momento.
Vuelvo enseguida.
El muchacho se quedó bajo el balcón. ¡Era feliz!
¿Y si era todo un sueño? Pero no, no lo era.
Julieta se asomó de nuevo y le dijo:
-Querido Romeo, solo dos palabras antes de irme. Si tu amor es verdadero, si tienes intención de casarte conmigo, díselo así al mensajero que te enviaré mañana. Hazle saber dónde y cuándo nos cas remos. Solo entonces, amor mío, te seguiré adonde tú vayas.
Desde dentro se volvió a oír la voz del ama:
-¡Julieta!
-¡Ya voy, ama, ya voy!
Julieta aún quiso decirle algo más a Romeo:
-Pero si tu intención no es casarte conmigo, olvídame.
En ese caso, déjame sola con mi dolor y mi tristeza.
Recuerda, Romeo: mañana se lo dices al mensajero.
-¡Julieta! -seguía llamando la nodriza-. ¡Niña !
-¡Voy ahora mismo, ama!
Romeo se despidió de su amada:
-¡Hermosa Julieta, mil veces buenas noches!
-¡No hables tan alto!
¿A qué hora puedo enviarte al mensajero ?
-Hacia las nueve -dijo Romeo.
-De acuerdo, amor mío . Allí estará. ¡Buenas noches!
Vete ya, Romeo. Casi está saliendo el sol.
-Sí, mi dulce y hermosa dama. Buenas noches.
¡Quién fuera sueño para besar tus ojos!
Julieta entró en su habitación. Empezaba a amanecer.
Romeo salió del jardín, con cuidado de no hacer ningún ruido.
Estaba preocupado, porque su familia nunca le permitiría casarse con una Capuleto.
¿Qué podía hacer? Necesitaba ayuda.
Decidió ir a ver a fray Lorenzo al monasterio de San Francesco, para pedirle consejo.
El padre de Romeo era amigo de fray Lorenzo, un monje que conocía a Romeo desde que nació, y que también conocía a Julieta desde siempre.
Era amigo de las dos familias y le dolía que siempre estuvieran peleándose.
Romeo sabía que fray Lorenzo se levantaba muy temprano.
Podía ir a verle ahora, antes de que amaneciera.
Le contaría su sincero amor por Julieta y le pediría que los casara en secreto.
Como muchos monjes, fray Lorenzo había estudiado algo de medicina.
Sabía elaborar remedios con hierbas que tenían ciertas propiedades mágicas .
Pero fray Lorenzo no hablaba mucho de aquello, porque la Iglesia prohibía la magia.
Las calles de Verona estaban desiertas.
Cuando Romeo llegó al monasterio, vio a fray Lorenzo que salía con un cesto bajo el brazo.
-Buenos días, padre -saludó Romeo.
El monje se sorprendió al ver al chico a esas horas.
-¡Vaya, Romeo! ¿Qué te trae por aquí tan temprano?
¿O es que no has ido a dormir esta noche?
-Habéis acertado -respondió Romeo, sonriendo-. No me he acostado.
He estado en la fiesta de mi enemigo.
-Ven conmigo y me lo cuentas todo, hijo mío.
Antes de que salga el sol, debo recoger ciertas plantas.
Aunque algunas son peligrosas, pueden curar muchas enfermedades. Mira esta flor, por ejemplo. ¿Ves?
Es un veneno y una medicina al mismo tiempo. Si la olemos, da alivio al cuerpo, pero si alguien la toma, se queda paralizado .
Cuéntame, Romeo:
¿por qué has venido tan temprano?
Decías que has estado en casa de tu enemigo Capuleto... Romeo le contó a su amigo:
-Allí alguien me ha dejado herido, y yo he herido a alguien.
-Habla claro, hijo
-dijo fray Lorenzo.
-Pues oíd: mi amada es Julieta, la hija de Capuleto.
¡Estamos enamorados!
Os pido que nos caséis hoy mismo.
El monje se quedó pensativo un rato.
Finalmente dijo:
-Solo veo un motivo para ayudarte, Romeo.
Vuestro matrimonio puede servir
para que las dos familias dejen de odiarse, se reconcilien y haya paz en Verona.
De acuerdo, Romeo, os ayudaré por el bien de todos. Os casaré en secreto, cuando los dos vengáis a confesaros
-Gracias, padre, gracias
-dijo Romeo muy contento-.
Venga, hay que darse prisa. Vámonos ya.
-Poco a poco, muchacho
-dijo con calma fray Lorenzo -.
Quien corre mucho, tropieza.
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