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LA JOYA
Paséase Paquita sin pensar en nada, cuando de repente su pie derecho se resiste a adelantarse al izquierdo.
Y ahí la tenéis clavada en tierra, indesarraigable, delante de una vitrina.
No se ha detenido para mirarse en los vidrios ni para alisarse el pelo. Fija la vista en una joya. La fija obstinadamente, y si la joya tuviera alas, iría sola, como mosca fascinada, a posarse, cual una sortija, en el dedo de Pa-quita; o cual un broche, en su corsé; o cual zarcillo, en el lóbulo de la oreja.
Para verla mejor, cierra los ojos a medias y para poseerla, por lo menos bajo sus párpados, los cierra completamente. Parece que duerme.
Pero detrás de la vidriera, viniendo del fondo de la tienda, aparece una mano. Sale, blanca y fina, de la manga. Diríase que entra diestramente en una pajarera. Está acostumbrada. Se introduce sin quemarse con las luces de los diamantes, sin despertar a las adormecidas piedras, y con las puntas de los ágiles dedos, como haciéndole cuernos a Paquita, que la observa con inquietud, le roba la joya.
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