PERSEO
Una constelación
y las lágrimas de San Lorenzo
Hubo una época en
que las diosas y los dioses se unían libre Y apasionadamente a los ingenuos mortales.
Fruto de esos extraños emparejamientos nacían unos niños especiales, seres distintos,
admirables, valientes y fuertes, sublimes semidioses. Cuando crecían se convertían
en héroes y heroínas.
Uno de ellos fue
Perseo. Hijo de la mortal Dánae y del promiscuo Zeus, Perseo
fue engendrado mediante una original artimaña urdida por
su padre. El padre de Dánae, Acrisio, rey de Argos, había encerrado a su bella hija en una torre de bronce, temeroso de una profecía que auguraba que su nieto -el hijo de Dánae- le mataría. Dánae permanecía aislada y recluida en la torre, pero el hábil Zeus se manifestó en forma de lluvia de oro y accedió a Dánae, dejándola embarazada. Perseo nació en el cautiverio diseñado por su abuelo, y no fue hasta que tuvo cua tro años, cuando las risas y travesuras del pequeño le descubrie ron ante Acrisio. Furioso tras este descubrimiento y traición, Acrisio ordenó construir un gran cofre de madera. Madre y niño fueron arrojados al mar y abandonados a una muerte segura.
Nadie escapa a su destino, y las profecías de los oráculos rara vez erraban, para desgracia de Acrisio. Perseo y su madre so brevivieron a las terribles tormentas y tempestades, y fueron res catados por un pescador cerca de la isla de Sérifos. El pescador, llamado Dictis, recogió a Dánae y su hijo y los llevó a la corte de su hermano Polidectes, el cruel rey tirano que gobernaba en la isla. Polidectes se encaprichó febrilmente de Dánae y la cortejó sin éxito durante años. Dánae rechazaba una y otra vez a su pre tendiente con la excusa de que solo vivía para su hijo.
Cuentan las crónicas que un día Dánae acudió a una fiesta que organizaba la realeza de la isla, con su hijo Perseo convertido ya en un fuerte y valeroso mozo, convencida de que nadie se fijaría en ellos. La fiesta comenzó a animarse, el vino y la ambrosía circulaban sin mesura y el rey Polidectes hizo una atrevida pro puesta: pidió a los presentes que le entregasen un caballo cada uno como regalo para poder ofrecérselo a la princesa Hipodamía para conquistarla. Perseo no tenía caballo, pero animado por las circunstancias, prometió al rey que haría cualquier cosa por complacerlo, incluso traer la cabeza de Medusa, una de las temibles gorgonas capaz de convertir a cualquier hombre en piedra con su mirada. Justo lo que Polidectes pretendía, una hazaña suicida que le despejaría el camino hacia Dánae
A la mañana siguiente, y enviados por Zeus, Atenea (Mi nerva) y Hermes (Mercurio) le proporcionaron a Perseo consejos y armas para su valiente cruzada. Atenea le entregó un brillante l"Scudo y el casco de Hades (Plutón), dios del inframundo, un yelmo que otorgaba invisibilidad a aquel que lo llevara puesto. 1 lermes le regaló una espada curvada en forma de hoz y unas sandalias aladas. Para encontrar el escondite de Medusa, Perseo fue en busca de las Grayas, tres horribles ancianas que compar tían un mismo ojo y un mismo diente, pasándoselos una a la otra alegremente. Perseo les arrebató el ojo y el diente, ponién doles como condición para devolvérselos que le revelaran dónde podía encontrar a Medusa. Las Grayas no tuvieron otra opción que mostrarle el camino a Perseo.
Una vez en la residencia de las gorgonas, Perseo utilizó su casco de invisibilidad y el escudo reflectante para buscar a Me dusa de forma indirecta, mirando su reflejo mientras se acercaba a ella. El cabello sinuoso de Medusa se contorsionó al percibir su presencia, pero ella no veía a nadie a quien atacar. Perseo cortó la cabeza de Medusa con su espada evitando su mirada, la metió en su bolsa y salió de aquella morada a toda prisa utilizando sus sandalias aladas y perseguido por las furiosas hermanas de Me dusa. De la sangre que brotaba de la cabeza decapitada de Me dusa nacieron el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor.
Durante su viaje de regreso, Perseo se encontró con el titán Atlas que se interpuso en su camino. Al ver que Atlas no le per mitía seguir, le mostró la terrible cabeza de Medusa, que aún mantenía en su poder. Atlas quedó solidificado en una enorme cordillera de montañas situada en el norte de África, que hasta el día de hoy sostienen al cielo con sus cumbres.
Perseo continuó volando, atravesó el océano, hasta que encontró encadenada a una roca a una bella joven totalmente desnuda. Herida en brazos y piernas, la indefensa chica estaba apunto de ser devorada por Cero, un gigante y terrible monstruo marino, hijo de Gea y Ponto. Perseo descendió a roda velocidad desde el cielo y atacó a Cero en una lucha sin cuartel que se zanjó de nuevo con el arma secreta de Perseo, la cabeza de Medusa.
Una relación que empieza así, no puede terminar más que en feliz matrimonio. La aliviada rescatada de la muerte era Andrómeda, hija del rey Cefeo y de la reina Casiopea. Al igual que Níobe, Andrómeda y su madre habían osado equipararse en belleza a las nereidas, las ninfas del mar, y encontraron la cruel ira de Poseidón. La única manera de calmar al dios del mar y que no destruyera su reino era ofreciendo a Andrómeda en sacrificio al monstruo Cero.
Al final, Poseidón perdonó a Casiopea y le regaló una constelación en el cielo próxima a la de Cefeo.
Tras resolver algunos malentendidos con el tío de Andró meda y vengarse de Polidectes (utilizando de nuevo la dichosa cabecita de Medusa), Perseo y Andrómeda se casaron, fueron felices, y tuvieron seis hijos (Perses, Alceo, Heleo, Méstor, Esténelo, Electrión) y una hija llamada Gorgófone.
A su muerte, Perseo y Andrómeda recibieron por los dioses sendas constelaciones en su honor, con la inquietante presencia de la estrella Algol, un astro que brilla de forma variable evo cando al mortífero ojo de Medusa.
Las míticas hazañas de Perseo fueron muy populares entre los antiguos griegos, los cuales llenaron el cielo de constelaciones que representaban a muchos de los personajes que hemos citado en esta historia y que los aficionados a la astronomía de observación habrán reconocido.
La constelación más conocida es la de Perseo, una agrupación de estrellas que representa a nuestro héroe y sus armas: el casco de Hades, el escudo de Atenea, y la espada en forma de hoz. Perseo porta en su mano la cabeza de Medusa, cuyo ojo corresponde a Algol, también llamada Beta Persei: una estrella
variable que cada 68 horas aproximadamente pierde de forma instantánea prácticamente todo su brillo, el cual recobra al cabo de unas cinco horas aproximadamente.
En el esquema celeste, Perseo o Perseusse se incluye en el conjunto que engloba a otras constelaciones con nombres como Cefeo, Casiopea, Andrómeda, el caballo alado Pegaso y el monstruo Cetus.
Pero en esta famosa constelación podemos encontrar algo más lírico. Podemos incluso hablar de lágrimas. Me estoy refiriendo a las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo, una popular lluvia de meteoros o meteoroides que todos los que vivimos en d hemisferio norte hemos observado alguna vez durante las no ches de verano. Las lluvias de meteoroides se denominan con el nombre de la constelación en donde se encuentra lo que conocemos como radiante (punto de la esfera celeste al que parecen converger, por efecto de la perspectiva, rodas las trayectorias de las diferentes estrellas fugaces observadas) y tienen la particularidad de que se repiten anualmente durante un período de tiempo concreto, a mediados de agosto. El radiante de las Perseidas se halla localizado en la constelación de Perseo y Casiopea. El origen de las Perseidas o progenitor es el cometa 109P/Swifr Tuttle. Cuando este cometa, cuya órbita elíptica está en reso nancia 1:11 con la del planeta Júpiter, pasa por el exterior del sistema solar, la interacción con el viento solar hace que su su perficie se active. Los gases y materiales que envuelven al cometa salen despedidos al espacio, y pasan a orbitar al Sol en trayectorias muy similares a las de su cometa de origen. Se forma lo que se denomina anillo de partículas o enjambre de meteoros. Cuando la órbita terrestre cruza dicho enjambre de periodo corto, se producen las lluvias de meteoros.
En la tradición cristiana, uno de sus primeros mártires fue San Lorenzo, el diácono de Roma que acabó sus días de forma terrible abrasado en una parrilla de fuego. La tradición dice que en medio de su letal condena, mientras se consumía su carne en el hierro candente exclamó: Assum est, inqüit, versa et man duca (¡Dadme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho!).
En la Edad Media y el Renacimiento la lluvia de las Perseidas tenía lugar con mayor esplendor durante la noche de la festividad del 1O de agosto, en la que se recordaba y veneraba a este irónico santo, de tal manera que se asociaron con las lágrimas que vertió el propio San Lorenzo cuando fue martirizado .
Cada verano que pasa, cuando observamos en una despejada noche las maravillosas Perseidas, ya sea como lágrimas de dolor o lágrimas de otro tipo, nos embarga la nostalgia..., la misma dolorosa emoción que tuvo el replicante Roy Batty al final de la película Blade Runner. La pérdida de una experiencia en un tiempo que jamás volveremos a recuperar. Un verano más en la vida, un septiembre que vuelve, la cuenta atrás. Medusa mirando de frente. Y seguimos aquí. Somos héroes como Perseo durante un año más. Disfrutemos del espectáculo.
0 comentarios:
Publicar un comentario
En breve aparecerá tu comentario. Gracias por participar