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“Quietecito” de José Antonio Muñoz Rojas forma parte del libro “Las musarañas” editado por Pretextos, 2002 y con locución de Elena Hernández
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-Tú, quédate ahí quietecito.
La silla era baja. La habitación grande. Quietecito . E.l tiempo pasaba. Estarse quietecito era asomarse dentro. Dentro era vasto, temeroso. Alegre otras veces. Estaba vacío. Estábamos nosotros por dentro. Era la única manera de estarse quietecito.
Aquella vastedad frente a la diminuta figura que avanzaba era estremecedora . Quietecito. Había muchas cosas en que pensar. Estaban los pájaros, estaban los insectos, estaban las palabras susurradas .
-Cuando seas mayor te darás cuenta.
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QUETECITO-Tú, quédate ahí quietecito.
La silla era baja. La habitación grande. Quietecito . E.l tiempo pasaba. Estarse quietecito era asomarse dentro. Dentro era vasto, temeroso. Alegre otras veces. Estaba vacío. Estábamos nosotros por dentro. Era la única manera de estarse quietecito.
Aquella vastedad frente a la diminuta figura que avanzaba era estremecedora . Quietecito. Había muchas cosas en que pensar. Estaban los pájaros, estaban los insectos, estaban las palabras susurradas .
-Cuando seas mayor te darás cuenta.
Ser mayor. Siendo mayor era fácil todo. Se podía tener todo, hacelo todo. Dar un salto, salir a toda hora, hablar alto, pisar fuerte, encerrarse a hablar, echarse novia . Usar chaleco, tener reloj.
-Son las dos. O las tres.
Los mayores lo tenían todo resuelto. Alcanzaban
las cosas, sin tener que encaramarse a una silla. Salían cuando querían. Nadie
les decía:
-Tú, estáte ahí quietecito.
Quietecito. Por dentro nada quedaba quieto.
Al contrario. Mientras más quieto por fuera más alborotado, a veces, por dentro.
Era como un vapor, como una prisa, como una lástima de estarse perdiendo algo, qué
se yo qué, que acababa por destaparse y hacernos salir corriendo y dejar la pobre
silla abandonada.
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