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Todas las cosas
parecen mejores hoy que ayer. En la prisa por terminar, las montañas quedaron
rugosas, algunas planicies repletas de desechos y con restos de cosas a medio
hacer; su aspecto era penoso. Las obras de arte nobles y bellas no admiten la
premura; y ciertamente, este nuevo mundo tan majestuoso es una obra noble y
bella. Poco falta para que sea perfecto, pese a la rapidez de la ejecución.
Hay demasiadas estrellas en algunos lugares, y son insuficientes en otros,
pero esto puede remediarse, sin duda alguna. Anoche, la luna se aflojó, se
resbaló y cayó fuera del mapa: una gran pérdida; se me rompe el corazón con
solo pensarlo. No hay ningún otro elemento de ornamentación y decoración que
sea comparable a la luna en belleza y acabado. Deberían haberla sujetado mejor.
Ojalá pudiéramos recuperarla...
Pero desde luego no se sabe adónde fue. Además, si alguien la tomó seguramente la esconderá; lo sé porque yo haría lo mismo. Creo que podría ser honesta en cuanto a todas las demás cosas, pero comienzo a darme cuenta de que el corazón y centro de mi naturaleza es el amor por lo bello, una pasión por lo bello, y no sería prudente que me confiaran una luna que perteneciera a otra persona, y que esa persona ignorara que yo la tengo. Quizá devolvería una luna que encontrara en pleno día, porque tendría miedo de que alguien me viera. Pero si la encontrara por la noche, estoy segura de que me las arreglaría para que nadie se enterara... Me encantan las lunas, son tan bonitas y tan románticas. Me gustaría que tuviéramos cinco o seis; jamás iría a acostarme; nunca me cansaría de quedarme sentada en el musgo, mirándolas.
Las estrellas
también están muy bien. Me gustaría tener algunas para ponerlas en mis
cabellos. Pero supongo que no será posible. Sorprende ver lo lejos que están,
sin que lo parezca. Cuando anoche comenzaron a brillar, intenté hacer caer
algunas con un palo, pero no pude alcanzarlas, lo cual me dejó atónita;
entonces, lancé terrones hasta que me cansé, pero sin resultado. Soy un poco
torpe y no lanzo muy bien. No pude acertar ni siquiera cuando apunté a una que
no era la que quería, aunque dos o tres veces pasé muy cerca, pues vi la mancha
negra del terrón ir derecho al medio de los dorados racimos cuarenta o
cincuenta veces, errando por muy poco; y si hubiera podido continuar un poco
más quizás habría podido atrapar una.
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